Publicado en La Voz de Galicia
A Alba le diagnosticaron diabetes mellitus tipo 1 a los seis años y a los ocho quedó enganchada a una bomba de insulina. Desde entonces su vida se convirtió en una rutina constante y molesta, sometida a continuos pinchazos, doce veces al día e incluso más, para medir el nivel de glucosa en la sangre. Hasta que a los diez el Sergas asumió, lo que ocurre en muy pocas situaciones, la financiación de un sistema de monitorización continúa. Evitó la mitad de los pinchazos. No todos, porque en su caso, al recibir tratamiento continuo de insulina, necesita de las mediciones capilares. Aunque quizás lo más importante es que esta herramienta no invasiva para el control de la enfermedad avisa con antelación mediante un pitido de la aparición de los temidos episodios de bajadas o subidas bruscas de azúcar (hipoglucemia e hiperglucemia). Sigue precisando de una férrea disciplina, pero controla mucho mejor su diabetes.