Clamor popular por la urgente y necesaria revisión del SNS

La situación económica hace que esté saliendo a la luz todos los problemas internos del SNS. La falta de adaptación es total y desde todos los sectores implicados se recomienda una profunda revisión, tan necesaria como urgente.

La creación de nuestro Sistema Nacional de Salud se remonta a la etapa de la Ilustración Española de mitad del siglo XVIII, en la que se desarrollaron las antiguas prestaciones individualizadas que, hasta esa época, se venían realizando en el campo de la medicina. A principio del XIX (1803) la  “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna” formalizó uno de los proyectos más avanzados  de la época sobre la sanidad pública.

En la etapa Contemporánea, “El Código  Sanitario” de 1872, que no llegó a consolidarse debido a la falta de consenso analítico y técnico sobre las medidas que debían tomarse, puede considerarse como otro punto de referencia, junto con  la Ley de 28 de noviembre de 1855  por la que se reguló la creación de la Dirección General de Sanidad, consolidada tras la Guerra Civil por la Ley de Bases de 1944. En  su exposición de motivos se decía: “A la Administración Pública compete atender aquellos problemas sanitarios que puedan afectar a la colectividad en su conjunto, compitiéndole, además, desarrollar una acción de prevención” Una mera declaración de intenciones que cumplió  sus objetivos de la mejor manera posible.

El Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) nació en virtud de la Ley del 14-12-1942 para ser gestionado por el Instituto Nacional de Previsión, Con  él se creó un sistema de cobertura basado en el  establecimiento de una  cuota vinculada al trabajo. La Ley de la Seguridad Social de 1974 propició que  este nuevo Organismo fuera asumiendo cada vez más competencias  y variedad de prestaciones.

Tras este camino legislativo se llega finalmente a la actual  Ley General  de la Sanidad de 1986 y a la creación del Ministerio  de  Sanidad, nacido como respuesta a las necesidades propias de la salud pública establecidas en la Constitución de 1978, donde en los art.. 43 y 49  se alude al  derecho de los ciudadanos a la protección de su salud, reforzado también  en el título VIII donde  empieza a hacerse referencia a las competencias de las CCAA.

La Ley 16/2003, además de dar  cohesión y calidad al SNS, indica  que dichas  instituciones vayan asumiendo paulatinamente sus competencias en materia de sanidad con un  modelo estable de financiación.

La citada  Ley de 1986 dispuso la  creación  del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud (CISNS) para hacer de órgano de Coordinación General del Sistema Sanitario del Estado. Puede funcionar  en Pleno, Comisiones Delegadas, Comisiones Técnicas o en simples Grupos de Trabajo. Paralelo a él se encuentra el Instituto  Nacional  de Gestión Sanitaria, dependiente del Ministerio de Sanidad, con la misión  de contribuir al fomento de esta actividad y  que  pueda desempeñarse con la debida coherencia en todo  el territorio del Estado, como respuesta a los derechos de los ciudadanos. Se establece asimismo que el SNS asuma todas las funciones y prestaciones sanitarias de las que son responsables los poderes públicos, con objeto de   que el derecho a la protección de la salud, pueda realizarse de la mejor manera posible, tal y como  se indica en  las disposiciones legales sobre  la materia.

En su artículo 46 se describen  las características fundamentales  que debe tener el SNS. En su  especificación  se incluyen conceptos como la necesidad de la extensión de estos servicios a toda la población, la estructuración adecuada para prestarlos, la coordinación e integración de todos los recursos sanitarios en un dispositivo único, la prestación  de una atención integral procurando que se haga  con los más altos niveles de calidad, así como las cotizaciones y tasas por la prestación de determinados servicios. Con ello se puede pensar que  el legislador deja abierta la puerta para el establecimiento de un posible “copago sanitario”.

Un mero planteamiento teórico, lleno  de buenas intenciones, dictadas  para marcar  su futura línea de actuación. Pero,  a la vista del desarrollo real que hasta ahora  ha tenido y, según parece, va a continuar por el mismo camino, pueden empezar a señalársele algunos de sus más luminosos fallos. Achacables unos a las deficiencias de contenido de su elaboración  inicial y otros a cuestiones  difíciles de anticipar cuando se preparó, como la evolución  social, económica y técnica  que en todo el mundo podía experimentar la sanidad, sin olvidar el manido tema de la globalización de conocimientos y costumbres que, como efecto dominó, afecta a la mayoría de los países, especialmente en materia técnica, organizativa y de modas. Lo que hoy  triunfa  en un lugar o se lleva en un determinado entorno, es rápidamente  asumido, casi como propio, en otros ambientes. La distancia no importa, para eso están los medios de comunicación,  auténticas correas  de transmisión, rápida y atractiva.

Algunas de las ideas que estos movimientos de vaivén conllevan suelen resultar   difíciles de  anticipar o prevenir por las respectivas administraciones  o entidades  –públicas o privadas-, pero otras sí, si a la hora de elaborarlas se hubieran realizado con la atención debida y, lo más importante, consultado con los técnicos correspondientes  y los profesionales que, en definitiva, van a ser  los que, más tarde, tendrán que encargarse de ponerlas en práctica y enfrentarse a la realidad del día a día, cualquiera que sean sus circunstancias.

En un excelente trabajo publicado recientemente en El País se hace  eco de estos pormenores, matizando y poniendo acertadamente el dedo en la llaga. Entre las muchas y muy variadas carencias o lagunas, pueden citarse los siguientes aspectos que, como graves problemas, están en este momento golpeando duramente  a nuestro SNS:

  • En 10 años han tenido que importarse 43.000 médicos.
  • No se tuvo en cuenta  el  más que probable hecho de que la aparición de los naturales avances científicos daría lugar a que se pudieran  diagnosticar  otros tipos  de enfermedades  que exigirían para su atención una mayor inversión  -económica,  asistencial y humana-  propiciándose con ello la prolongación de las esperanzas de vida de la población,  así como al incremento de  ciertas  dolencias  crónicas generadoras de ingresos y tratamientos gratuitos durante más tiempo, ajenos a la renta de los pacientes.
  • La fe en las nuevas máquinas y en los médicos que las manejan favorecería -como así ha sido- la aparición de una hipocondría  generadora de un aumento sensible de pacientes en  los  hospitales, en muchos casos de forma innecesaria.
  • Estas y otras circunstancias, más o menos parecidas, llevaría  de forma inequívoca al  nacimiento forzoso de mayores necesidades económicas y, por tanto, de la obligación de  tomar otras medidas de inversión y ajuste, diferentes  a las iniciales   políticas de personal. Tampoco resultaba muy  difícil pensar que, esta circunstancia generaría una situación de  excesiva burocratización, en la que el médico no tendría más remedio que verse desplazado de sus funciones habituales para ser sustituido por otras personas ajenas a la profesión, dotadas de mayores  conocimientos organizativos  o gerenciales.

Todo esto ha venido contemplándose  con el consentimiento de las autoridades públicas, de los sindicatos profesionales y de los propios colegios de médicos –convertidos actualmente  en  claro refugio de fuertes intereses personales-, quienes al mirar para otro lado han aceptado tácitamente la situación, dando lugar a que  la sanidad española haya sufrido durante los últimos años el mayor de los descalabros y se encuentre en el preocupante estado en  el que ahora se halla.

Se quiera o no, lo antes posible,  hoy mejor que mañana, las autoridades competentes deben ponerse en marcha para atajar la situación, elaborar un plan  de futuro definitivo, que sirva para paliar  las  actuales carencias y defectos,  son muchos, sin que se involucren en ello intereses personales, políticos o de partido. Ya es hora, como se desprende del  espíritu  original de la ley, de que  se empiece a pensar solo en la bondad y calidad de la asistencia  sanitaria de hoy, y de mañana.   Realizar el calendario más adecuado para que la brújula de la Sanidad Pública encuentre cuanto antes  su norte.

Las soluciones no van a venir de Europa ni de ningún otro lugar. Es la sanidad española quien tiene que comenzar el desarrollo sin falta porque no se puede esperar más.

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