Publicar en Nature. Antonio G. García

Kirpekar

..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
Publicar en la revista Nature imprime carácter. Lo hizo en el caso de la pareja James Watson y Francis Crick, quienes publicaron la estructura helicoidal del ADN cuando el siglo XX cruzaba el ecuador; poco más de una página de Nature les valdría el Premio Nobel. Algo parecido ocurriría con Robert Francis Furchgott quien, cuando se iniciaba la década de 1980, publicaría en un par de páginas de Nature sus ingeniosos experimentos en la aorta aislada, que le conducirían al descubrimiento del óxido nítrico; también este breve artículo merecería el Nobel. Y es que Nature publica historias con mucha sustancia y poco espacio. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, decía Baltasar Gracián y Morales.

Publicar en la emblemática revista Nature es un deseo de todo científico que se precie

Un exigente proceso de evaluación crítica filtra inicialmente un 80% de los cientos de artículos que recibe Nature; y los rechaza el editor de cada campo, sin enviarlos a evaluar. El 20% restante, o quizás menos, se envían a evaluadores externos, que pueden estar mareando la perdiz meses e incluso años; es decir, solicitando nuevos controles, nuevos experimentos para someter a escrutinio la hipótesis desde otros ángulos, mejorando el análisis estadístico de los datos o sugiriendo hipótesis alternativas a la planteada por los autores. Pero el hecho de pasar la criba inicial despierta la ilusión de los autores del estudio; la idea de ver su trabajo y sus nombres en tan emblemática revista les arma de paciencia para intentar lidiar con éxito las embestidas de los críticos anónimos, que pueden y deben ayudar a mejorar el estudio.

Acabo de recibir una jubilosa carta del doctor Antonio Martínez Ruiz comunicándome la feliz noticia de que Nature ha aceptado un estudio de su laboratorio. Las células, los tejidos y los órganos sufren momentos de hipoxia a lo largo de sus vidas, fisiológica (al nacer, en las alturas) o patológicamente (isquemia miocárdica, accidente cerebral vascular). Por eso son tan críticos los mecanismos de adaptación a esos episodios de hipoxia, que garantizan la supervivencia celular. Uno de esos mecanismos está protagonizado por el intercambiador sodio-calcio de la mitocondria y, más concreta y sorprendentemente, por el catión sodio, hallazgo que ha perseguido Antonio durante largos años de entusiasta y paciente investigación.

Ocupar un espacio de la revista Nature con los datos experimentales de un laboratorio es tarea ardua pero factible

Con cada latido cardiaco, con cada ráfaga de potenciales de acción en la neurona, el calcio entra en la célula para activar un proceso fisiológico determinado, a saber, la contracción del cardiomiocito y la liberación de un neurotransmisor, respectivamente. La energía necesaria para mantener estos procesos con el tiempo la suministra el ATP que fabrica la mitocondria. Esa fábrica necesita el calcio para activar deshidrogenasas de la cadena respiratoria y, por ende, la síntesis de ATP. El calcio que se eleva en el citosol durante la activación celular lo capta la mitocondria y, seguidamente, cuando cesa la actividad celular, lo cede de vuelta al citosol mediante su intercambiador sodio-calcio. A más actividad celular, más circulará el calcio por la mitocondria para, ingeniosamente, acoplar la velocidad de síntesis de ATP a las necesidades energéticas de la célula. Hasta hoy, el sodio se ha considerado como simple comparsa del calcio, el verdadero mensajero celular. Pero desde hoy, el sodio se ha ganado un puesto de mensajero, gracias a los experimentos realizados en la Unidad de Investigación del Hospital Reina Cristina y en el Instituto de Investigación Sanitaria del madrileño Hospital Universitario de La Princesa, Universidad Autónoma de Madrid.

Esas páginas de Nature acaban de recoger una historia relacionada con el sodio, que actúa como mensajero a nivel mitocondrial en los procesos de adaptación a la hipoxia

Para entender el elegante estudio de este grupo debemos recordar que todas las células dependen del consumo de oxígeno por el sistema de fosforilación oxidativa mitocondrial, para producir energía en forma de ATP. Además, este sistema produce radicales libres derivados del oxígeno que regulan funciones de adaptación celular, entre otras, la hipoxia. La idea central del artículo reside en la demostración de que el sodio que penetra en la matriz mitocondrial vía intercambiador sodio-calcio interacciona con fosfolípidos, reduciendo así la fluidez de la membrana interna mitocondrial. Por ello, el anión superóxido se produce en el complejo III de la cadena respiratoria, una vía vital para la adaptación a situaciones de hipoxia. El estudio es mucho más complejo, y no se trata aquí de hacer un resumen exhaustivo; basta decir que tiene una clara proyección clínica en los fenómenos de isquemia-reperfusión en cerebro y corazón, entre otros órganos.

El trabajo se ha realizado con la batuta del doctor Antonio Martínez Ruiz, del Instituto de Investigación Sanitaria de los hospitales de La Princesa y Santa Cristina

Conocía bien el desarrollo de este estudio, que tiene como protagonistas al doctorando Pablo Hernansanz Agustín y a su tutor Antonio Martínez Ruiz, entre otros colaboradores de distintos centros. Había escuchado partes aisladas del trabajo en congresos (Pablo) y en el marco de los seminarios “Teófilo Hernando” en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid (Antonio). Y sabía que Antonio y sus colaboradores estaban enzarzados en una amplia y constructiva crítica de los evaluadores de la revista Nature, que pedían nuevos experimentos y controles. La carta que recibí de Antonio Martínez indica que ha compensado con creces el recorrido de este pedregoso camino. Me comunicaba muy feliz que, por fin, Nature había aceptado el trabajo y apuntaba: «Hemos tardado en publicarlo, pero, la verdad, es un proceso en el que hemos aprendido muchas cosas, y han ido mejorando los resultados gracias a la mucha ayuda que hemos recibido».

La crítica de un manuscrito por evaluadores externos, casi siempre anónimos, es el pilar fundamental sobre el que se sostiene la calidad de la ciencia. La aparición de internet ha propiciado la creación de una ingente masa de revistas en línea que cobran importantes sumas de dinero por publicar los artículos en abierto. La evaluación crítica está sometida a la premura de tiempo, exigiendo al evaluador que remita su informe en 1-2 semanas. Las editoriales han convertido en negocio lo que era una actividad no lucrativa; ahora los científicos somos los compradores de unas páginas de sus revistas a cambio de pagar 3.000 euros. Parece claro que, si se cobra por publicar, el científico tiene ahora que pedir en las convocatorias de financiación de los proyectos de investigación ese dinero para el lucro de las editoriales. Además, el proceso evaluador de muchas revistas nuevas se ha “dulcificado” disfrazándose de un rigor que, con la premura de tiempo, es imposible que sea cierto

Sí que se puede; se puede hacer ciencia de calidad en España, a pesar del escaso apoyo que se le presta.

Nature, una clásica revista que conozco y sigo desde hace más de medio siglo, también publica en línea, qué remedio. No sé si en papel tan solo hace 1.000 ejemplares por número. Pero eso es lógico. Lo que no es lógica es la prisa, ni deteriorar la calidad de los estudios que se publican. La lucha titánica que el doctor Antonio Martínez Ruiz ha llevado durante meses para satisfacer las exigencias y sugerencias positivas de los evaluadores, demuestra que Nature es otra cosa, pues sigue manteniendo sus niveles de calidad de toda la vida. Enhorabuena, Pablo Hernansanz Agustín, primer firmante de un artículo que pondrá tu tesis doctoral en lo más alto. Enhorabuena también a su director, doctor Antonio Martínez Ruiz. Merecéis un descanso, pero la práctica científica es muy exigente. Queda demostrar si este nuevo mecanismo de adaptación a la hipoxia que habéis descubierto es relevante en el ictus o en el infarto de miocardio, por ejemplo. Ardua tarea. ¡Suerte!

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