Publicado en ABC A lo largo de los siglos la medicina ha dado inadmisibles bandazos terapéuticos y los médicos hemos utilizado técnicas de curación desprovistas de todo tipo de base científica. Un buen ejemplo fueron los polvos de momia. Durante siglos fueron considerados una verdadera panacea, se les atribuía todo tipo de virtudes curativas, desde la cicatrización de úlceras y reparación de huesos rotos, hasta la epilepsia, pasando por el dolor de muelas. Este peculiar tratamiento gozó de la aquiescencia de todas las clases sociales, incluida la realeza. Sabemos que el monarca francés Francisco I no salía de palacio sin una buena provisión de saquitos con polvos de momia. El uso de las momias con fines médicos fue fruto de una confusión lingüística. En la Antigüedad los persas comerciaban con betún, un líquido negro y viscoso al que se le atribuían propiedades saludables, y al que se conocía en su idioma como “mummia”. Cuando los mercaderes orientales contemplaron por vez primera la momias egipcias descubrieron con satisfacción que estaban recubiertas por betún, es decir, por “mummia”. Realmente las momias estaban revestidas con unas resinas especiales, bastante similares al betún, cuya función era mantener en buen estado la momificación.