Publicado en El Confidencial Después de trabajar en una empresa de calzados, Peter Phillips fue diagnosticado de asma crónico, una enfermedad que atribuía al contacto con los productos químicos a los que estuvo expuesto diariamente en la firma. Pero, tiempo después, ha sabido que padece una afección más rara, sin cura, y cuyos síntomas se confunden habitualmente con el asma. Al igual que millones de personas, todo lo que necesitaba para poner en orden su malestar pulmonar era parar durante unos segundos o, en el peor de los casos, un chute de Ventolín. Así fue hasta 2014, cuando una tos, más rara de lo normal, redujo drásticamente los efectos de los medicamentos. “Fue entonces cuando supe que algo iba mal. Era un síntoma habitual de una persona asmática, pero fue empeorando mucho”, asegura Phillips, que tiene 67 años y ya se ha jubilado.