“El Gato Montés”, de nuevo en la Zarzuela con motivo de su centenario

Un triángulo amoroso fuertemente ligado a la muerte

“El Gato Montés”, de nuevo en la Zarzuela con motivo de su centenario

 

Cien años hace que el valenciano Manuel Penella escribió y compuso su “Gato Montés” en tres actos y cinco cuadros, con una línea argumental que posee el aire de la obra de Merimé que con tanto éxito Bizet trasladó al campo de la ópera.

El libreto traslada su trágica trama más allá de la anécdota y el gran valor musical de su partitura la convierte en una singular ópera española dotada de un auténtico acento andaluz sumamente refinado

Igual que en ella, un bandolero y un torero se disputan el amor de una gitana. Un título verista auténticamente español que no desmerece en absoluto de los modelos italianos tan conocidos de Mascagni o Leoncavallo. El libreto traslada su trágica trama más allá de la anécdota y el gran valor musical de su partitura la convierte en una singular ópera española dotada de un auténtico acento andaluz sumamente refinado. Su estreno tuvo lugar en Valencia el 23 de febrero de 1916, realizando Miguel Roa en 1991 una primera revisión crítica que vuelve con todos los honores al Teatro Nacional de la Zarzuela con la producción que José Carlos Plaza realizó en 2012, consiguiendo el Premio Campoamor de ese año. Una producción revisada igualmente para esta ocasión, conservando sus virtudes iniciales, pero haciéndola más sencilla y minimalista, centrándola en la esencia de los valores humanos de sus tres grandes protagonistas, con un espectáculo lleno de luz, alejado de cualquier símbolo folklórico. “El Gato Montés es un título en el que su autor ha realizado un trabajo redondo al elevar el tópico a la categoría de obra de arte; preparando un libreto dotado de una gran coherencia y calidez que supera al de muchas otras óperas insertas en el repertorio habitual de muchos grandes teatros líricos, para lo cual ha construido una tragedia creíble que aún sigue emocionando y atrayendo el interés de otras épocas y culturas, acompañado de un delicioso panorama musical, que adquiere mayor atractivo gracias a la fuerza con que también están construidos sus otros siete papeles principales, dotados de una musicalidad repleta de brillantes intervenciones excelentemente orquestadas y donde el coro desarrolla un destacado papel, al que se une un conjunto infantil y un disciplinado grupo de baile dirigido por Cristina Hoyos que resalta sobremanera el famosísimo pasodoble que da nombre a la obra, sirviendo como ningún otro elemento para resaltar más, si cabe, la belleza y bravura que encierra nuestra fiesta de toros -la indiscutible fiesta nacional española-. Un título que, tras su estreno en Valencia en 1917 con cincuenta representaciones seguidas continuó con pleno éxito recorriendo numerosos escenarios de toda España; Novedades de Barcelona, Principal de Zaragoza y el Romea de Murcia, así como los de otros lugares tan destacados como Argentina y New York, en los que intervinieron cantantes como Plácido Domingo, Pastora Imperio y Concha Piquer como grandes protagonistas, llegando al cine con gran aceptación en los años 1924 y 1935.

Una partitura abrumadora por la exuberancia de colores, armonías y contrastes acompañados de unos recursos escenográficos preparados con una gran dosis de imaginación y gusto

“El Gato Montés” pasó también por la Expo/92 de Sevilla, con la misma línea de éxitos, volviendo de nuevo a la Zarzuela madrileña enmarcada en la temporada de ópera de 1993, con una producción firmada por Emilio Sagi, y un seleccionado reparto en el que intervinieron figuras tan destacadas como Carlos Chausson, Enrique Baquerizo, Carlos Alvarez, Verónica Villarroel y Paloma Pérez Íñigo, bajo la dirección musical de Miguel Roa. Tras la citada presentación de 2012, cinco años más tarde, vuelve de nuevo al escenario habitual de la Zarzuela. con esta sorprendente y minimalista dirección escénica de José Carlos Plaza a la que se le ha corregido todo aquello que el paso del tiempo hace que le sobre, para centrar aún más su atención en esa esencia del ser humano, muy apoyado en la escenografía e iluminación de Paco Leal, los figurines más realistas de Pedro Moreno realizados muy a tono con un estilo ‘Novecento’, más naturalista en el coro, y con notable discreción en los personajes, así como en la coreografía de Cristina Hoyos, cargado todo con una sobriedad de elementos escénicos que aportan una sutil belleza al conjunto del espectáculo, todo muy ajustado, medido y perfectamente adaptado al servicio de la trama y una música que sigue las líneas de la ópera italiana pero con un desgarro muy español, como indica el director musical, Ramón Tebar; una partitura abrumadora por la exuberancia de colores, armonías y contrastes acompañados de unos recursos escenográficos preparados con una gran dosis de imaginación y gusto, que sobresalen en las escenas más difíciles; la cogida de Macareno, una corrida sin toro ni arena, a base de sugerencias sutiles bastante acertadas. Bienvenida sea la crisis si da lugar a que surjan montajes como éste: escuetos, precisos y centrados en sugerencias que convierten con claridad, rapidez y elegancia la caja negra en un cortijo de la campiña, una casa sevillana, el patio de caballos de la Maestranza de Sevilla o la cueva del bandolero en la sierra. Un olivo centenario, unas gradas polvorientas, un alusivo espejo que baja majestuosamente del cielo y un altar con velas que se desliza con serenidad de forma transversal.

Elementos que, a pesar de ser significativos en el teatro musical de cualquier género, no le restan protagonismo alguno a los cantantes y su música, que adquiere una particular belleza sinfónica en los momentos más cargados de tristeza o dolor, elementos que algunos escenógrafos tratan hoy de que vayan perdiendo importancia, pero que en esta producción de Plaza, afortunadamente, no es así, lo demuestra la calidad de los dos repartos que en ella intervienen, encabezado el primero por una excelente Nicola Beller (Soleá) como soprano lírica, con matices de lírico-spinto, una generosa voz con un bello timbre, muy identificada con su personaje, encontrándose a su lado el tenor Andeka Gorrotxategui (Macareno) que debuta en este difícil papel de torero confiado y victorioso que desafía los augurios y muere en el intento, un valor seguro en el campo de nuestra lírica. Especial mención merece ese gato montés al que el barítono Juan Jesús Rodríguez ha dado vida y cuerpo gracias a su potencia y sentimiento, muy creíbles. El resto del reparto sigue la misma línea de aciertos, sin olvidar a un Miguel Sola, muy acertado y artístico en su Padre Antón y a un Ramón Tébar que dirigió con limpieza y precisión a la Orquesta de la Comunidad de Madrid, totalmente identificada con la obra, sacando de ella un atractivo brillo sonoro.

Después de este balance tan positivo resulta obligado volver al recuerdo de su gran artífice; el libretista y compositor Manuel Penella (1880/1939) tan injustamente olvidado por la historia artística de nuestro país, a pesar de sus más de 8o títulos escritos entre óperas, zarzuelas, revistas y comedias musicales. Todo un auténtico patrimonio artístico español y, también, un efusivo “gracias” a una institución como la Zarzuela que, dentro de sus escasos límites económicos, pero con mucha imaginación y entusiasmo, está haciendo lo posible por obviar esta injusticia.
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