..Dulce Ramírez Puerta. Directora de Continuidad Asistencial y Coordinadora de la Unidad de Calidad del Hospital Universitario Infanta Leonor. Vocal de la Agrupación Territorial de SEDISA en la Comunidad de Madrid.
En todos los debates sobe gestión sanitaria se polemiza de manera continua sobre los distintos modelos de gestión sanitaria, la reorientación del sistema sanitario, la integración de niveles y lo que viene siendo un clásico: el cambio del liderazgo en las organizaciones sanitarias y el rol del líder como directivo de la salud. Y es que, siguiendo el estoicismo moderno, “el cambio en las organizaciones y la buena gobernanza de las mismas, no es posible si no proceden de un profundo conocimiento de sí mismo”. Por eso no puede existir una buena gobernanza y gestión, si ésta no viene anclada en un liderazgo afectivo trasformativo del gestor y ello nos lleva a la reivindicación de los valores. No es una errata hablar de valores con mayúsculas, pues el buen gestor, parafraseando a Albert Jovell en el arte de la medicina, debe comenzar por ser un gestor bueno y es allí, donde los valores éticos se entremezclan con los valores personales y el asunto de la profesionalidad del gestor cobra otra dimensión.
“No puede existir una buena gobernanza y gestión, si ésta no viene anclada en un liderazgo afectivo trasformativo del gestor”
Muchos son los años que llevamos reivindicando la profesionalización de la gestión como medida para que se imbriquen la mayor competencia y experticia técnica en el gestor sanitario. Ello pasa de manera irremediable por un Desarrollo Profesional Continuo y el trabajo en un mapa competencial que haga posible la excelencia. No obstante además de los conocimientos, las destrezas y habilidades, hay una importante área de desarrollo en las actitudes y aptitudes que debe de poseer el buen directivo de la salud para poder alcanzar un liderazgo participativo, afectivo y eficiente. Se ha escrito ampliamente sobre lo que entendemos por un buen líder, pero poco es lo que se ha reflexionado sobre los valores personales aplicados a la carrera gestora. Todo ello redundará en una mayor visibilidad del gestor sanitario y por ende, contribuirá al necesario reconocimiento de su papel por parte de la sociedad civil.
El buen líder es capaz de “dar”, siendo esta capacidad de entrega una de sus señas de identidad. Esta entrega o “dar de manera desinteresada”, no solo tiene relación con delegar, sino que está movida por el motor de un buen equipo éste no tiene que ser precisamente el integrado por aquellos que representan sus propios intereses, sino el mejor equipo para la buena gobernanza de la organización y la salud de los ciudadanos, porque es la salud lo que verdaderamente importa en la gestión sanitaria. En ese equipo debe de imperar la potenciación del liderazgo particular de cada miembro, en lo que se ha denominado en el mundo de la empresa como “liderazgo margarita” (un líder principal rodeado de otros líderes). Esta cuestión no es fácil, pues debe de anclarse en principios de trasparencia, ética y sinceridad.
La selección del equipo se basa en principios de competencia y liderazgo
La selección del equipo se basa en principios de competencia y liderazgo y no debe de obedecer a intereses políticos, presiones sociales y mucho menos intereses personales. El buen directivo de la salud no destruye, sino que utiliza los cimientos para innovar y seguir construyendo y para ello debe de convertirse en un puente que establezca una transición de las estructuras pasadas a las futuras, siendo capaz de transmitir ilusión y motivación para el cambio y la innovación tecnológica y de los procesos. Así debe ser el futuro gestor sanitario, un humilde servidor de la sociedad con el principal objetivo de mejorar la salud de los ciudadanos, sirviéndose de los valores éticos y la responsabilidad afectiva-efectiva de los que con él comparten este ilusionante proyecto.
