Otra vez medicalizando la muerte. Dr. Ricardo Martino

eutanasia

..Dr. Ricardo Martino, jefe de la Unidad de Atención Integral Paliativa Pediátrica del Hospital Infantil Niño Jesús.
Llama la atención el interés que despierta la muerte últimamente. La muerte, un tabú social de nuestro tiempo, por un lado, una pantalla de videojuegos o de noticias por otro. Algo que nos incomoda cuando sucede en nuestro entorno o que contemplamos con frialdad y distancia desde el sillón de nuestra casa.

La información sobre la pandemia nos ha acostumbrado a contar muertes, pero las familias han tenido que contar muertos. A veces varios en la misma familia. Y muchos de ellos no se han podido despedir porque estaban aislados “por razones de salud pública”.

¡Menos mal que estamos los médicos para controlarlo todo! La vida, la enfermedad y, por supuesto la muerte. Si un médico no certifica, no se puede decir que alguien esté muerto, aunque sea evidente.

Este empeño social en medicalizar el proceso de morir y esta tentación de omnipotencia hacen que, en ocasiones, la relación terapéutica entre el médico y el paciente se tambalee

La ciencia y la técnica permiten prolongar la vida y retrasar la muerte, a veces rebasando los límites de lo razonable, de lo indicado y, sobre todo, de lo que es bueno para el paciente. Es lo que se llama obstinación terapéutica. No se respeta el proceso de morir. Es una mala práctica médica y constituye un argumento para aquellos que defienden la eutanasia como opción.

La ciencia y la técnica permiten acortar la vida y adelantar la muerte, sobrepasando las atribuciones que tiene un médico como profesional y obviando, a veces, la atención en aspectos esenciales de la vida de la persona sin tener en cuenta lo que es bueno para el paciente. No se respeta el proceso de morir. Es una mala práctica médica pues está fuera de lo que constituyen los actos médicos.

Los médicos no queremos tanto poder. Nos basta con poder mejorar la vida de las personas, pero no queremos decidir sobre la vida y la muerte. En el caso de la obstinación, no tenemos en cuenta al paciente. En el caso de la eutanasia, no queremos decidir, ya que es el paciente quien debe solicitarla, pero tampoco queremos llevar a cabo aquello que no hemos decidido.

Los médicos no queremos tanto poder. Nos basta con poder mejorar la vida de las personas, pero no queremos decidir sobre la vida y la muerte

Este empeño social en medicalizar (y despersonalizar) el proceso de morir y esta tentación de omnipotencia que podemos adquirir por las atribuciones que se nos han ido concediendo hacen que, en ocasiones, la relación terapéutica entre el médico y el paciente, sustentada en la confianza, se tambalee. A veces se puede ver al médico como “agresor partenalista” que no respeta la autonomía del paciente. Otras veces el personal sanitario puede causar inseguridad y cierto miedo a algunas personas por la posibilidad de constituirse en “ángeles compasivos” que les libren del sufrimiento y, también de su vida, sin su permiso.

Si hay algo que la pandemia nos está ayudando es a experimentar el dolor de las pérdidas de familiares en la distancia, sin poder acompañarlos, sin poder despedirlos. Si hay algo que la pandemia nos está enseñando es a recuperar el valor de poder estar en el propio domicilio. El hospital deja de ser “tierra de promisión” en todos los casos y, en algunos, se muestra como un lugar de riesgo.

Desde el punto de vista de la seguridad del paciente, llevamos años intentando generalizar el valor del lavado de manos y visibilizar los efectos adversos ligados a la hospitalización. Por suerte y por desgracia, este año ha sido evidente para todos.

Ojalá podamos aprender a aceptar la muerte como parte de la vida de cada persona. Que nos acerquemos a ella con respeto, con humildad, con prudencia y con profesionalidad. Y para ello es bueno que cada uno nos hagamos la pregunta sobre nuestra propia muerte.

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