Basta con un solo alumno

Dr. Antonio G. García. Médico y Catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando

cuaderno-laboratorio

Dr. Antonio G. García. Médico y Catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
No es habitual que un profesor tenga noticias de sus alumnos una vez que han finalizado sus estudios y echan a volar. Por ello me sorprendió agradablemente que, en septiembre de 2020, Víctor Díaz Rodríguez se dirigiera a mí con una sorprendente carta, cuyo texto parcial reproduzco aquí con su permiso:

El confinamiento durante la pandemia y la situación vivida me han servido para reflexionar sobre mi futuro y mi papel en la sociedad. Tras meditar detenidamente comprendí que la monitorización no llenaba mi vida (a pesar del brillante futuro que depara la industria farmacéutica), me sentía incompleto e irrealizado. Por todo ello, he tomado la arriesgada decisión, en tiempos tan convulsos como los actuales, de dejarlo todo y apostar por la docencia (salir de la tan nombrada “zona de confort”). El próximo curso haré un máster de profesorado y posteriormente opositaré al cuerpo docente de educación secundaria. Me gustaría dedicar mi vida a una labor tan importante como la educativa, ya que de ella depende el futuro de la sociedad.

Basándome en el contenido de una reciente carta de uno de mis alumnos, desgrano aquí alguna de mis actividades humanísticas en educación médica

Durante el curso académico 2019-2020 Víctor había hecho el Máster en Monitorización y Coordinación de Ensayos Clínicos, un título propio de la Universidad Autónoma de Madrid ideado, gestionado y coordinado por la Fundación Teófilo Hernando. Como reza su título, en este máster un centenar de profesores que trabajamos en los diversos entornos del medicamento damos formación a sus alumnos. Ello les capacita para trabajar como monitores o coordinadores de ensayos clínicos en la industria farmacéutica o en unidades hospitalarias de investigación clínica. En sus 25 años de actividad, la inserción laboral de los más de mil alumnos formados se aproxima al 100%.

De ahí que Víctor pudiera firmar un contrato indefinido como monitor de ensayos clínicos en los laboratorios Janssen. La rigurosa ejecución del ensayo clínico y la calidad de los datos que genera dependen de la intensa supervisión que hacen los monitores, un trabajo de gran responsabilidad y que por ello está bien remunerado: la “zona de confort” a la que Víctor alude en su carta del 2020.

Como el fármaco, la palabra bien dicha puede mejorar al paciente, decía don Teófilo Hernando

En todas mis actividades educativas he acompañado la enseñanza de las ciencias médicas con las humanidades. Y me he servido de la poesía como herramienta de trabajo en ese ejercicio humanístico. La poesía es la más viva expresión del alma y, por ende, de los sentimientos de la persona, he dicho siempre a mis alumnos estudiantes de medicina, de másteres o de cursos veraniegos.

Como en otras actividades docentes, en el máster que hizo Víctor terminaba mis clases con una poesía que leía e interpretaba un alumno. Las extraía de alguno de los cuatro volúmenes del Recetario poético de los estudiantes de Medicina de la UAM, que contienen las poesías seleccionadas por alumnos del Grupo de poesía de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.

También mi alumno sintió el peso de mis palabras, en forma de poesía, para cambiar radicalmente de profesión

Siguiendo mi ruego, los alumnos del máster suelen incluir alguna poesía o frase con mensaje al final de cada una de sus tres presentaciones orales relacionadas con su trabajo fin de máster. A lo largo de los años les he pedido que comentaran esas poesías para incluirlas en el Recetario poético. Víctor ha sido uno de los pocos que respondieron con la poesía de Mario Benedetti «Piedritas en mi ventana», incluida en el volumen IV del Recetario, que reza así:

De vez en cuando la alegría / tira piedritas contra mi ventana / quiere avisarme que está ahí esperando / pero me siento calmo / casi diría ecuánime / voy a guardar la angustia en un escondite / y luego a tenderme cara al techo / que es una posición gallarda y cómoda / para filtrar noticias y creerlas / quién sabe dónde quedan mis próximas huellas / ni cuándo mi historia va a ser computada / quién sabe qué / consejos voy a inventar aún / y qué atajo hallaré para no seguirlos / está bien no jugaré al desahucio / no tatuaré el recuerdo con olvidos / mucho queda por decir y callar / y también quedan uvas para llenar la boca / está bien me doy por persuadido /que la alegría no tire más piedritas / abriré la ventana / abriré la ventana.

Comulgo con la idea de mi alumno en el sentido de que la labor educativa es de tal importancia que de ella depende el futuro de la sociedad

El comentario de Víctor sobre el poema es sensible, acertado y original. Lo reproduzco tal cual lo concibió:

En el presente poema, como en tantos otros, el inigualable poeta uruguayo de la Generación del 45, Mario Benedetti, pretende, desde su característica, sutil y pulcra pluma, llamar la atención del atribulado lector al que el destino ha conducido a dar con esta exaltación a la alegría. Alegría como ente intangible, omnipresente y victorioso, de cuya presencia, en las más de las ocasiones, nos intentamos alejar.  Considerémonos —desde la humildad—  a nosotros mismos como protagonistas de esta bella canción, tomando, a priori, la determinación de ignorar —desconocemos el motivo— la llamada de tan poderosa emoción.

Podríamos leer estas cuatro simples —y a la vez llenas de complejidad— estrofas en el marco de la extática y sublime Sinfonía Nº 9 en re menor del gran Ludwig Van Beethoven: ¿Acaso su primer movimiento, colmado de armonía, no es una invitación al sosiego y la quietud más profunda, que nos impele al ejercicio de la meditación y la reflexión?

En febrero de 2023, Víctor se dirigió de nuevo a mí, rogándome que le acercara un ejemplar del volumen IV del Recetario, que incluye la poesía de Benedetti y su comentario

La segunda estrofa, hermanada con el segundo movimiento y esa característica caricia del arco a las cuerdas, como queriendo susurrarles que evoca una reflexión sobre la naturaleza y sentido de la vida: ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué caminos he tomado y tomaré? ¿Es esto lo que deseo?

La paz emanada en el tercer movimiento sirve de bastidor sobre el que asentar la vuelta a la realidad, el despertar del profundo letargo del pensamiento al que la estrofa anterior nos subyugó. Nos prepara para el ansiado renacer, para la toma de las riendas de nuestra vida y conducir, cual auriga guiado por la razón, la biga de nuestro existir al lugar que durante tanto tiempo habíamos estado evitando.

¿Negaréis que la cuarta y última estrofa constituye, con su fuerza colosal, una oda a la alegría? ¡Al fin volvemos al presente! Arropados por las acompasadas voces del coro en el cuarto y último movimiento, decidimos no oponer más resistencia y acabamos sucumbiendo, cual efebo, pleno de pureza, incólume aún por los avatares a los que la vida le someterá, a la llamada de la alegría. Comprendemos pues, que es inútil luchar contra los propios sentimientos, poner coto a las emociones y negarse a sí mismo aquello que el corazón reclama, pues este, siempre, posee la razón absoluta.

Con frecuencia he comentado a mis jóvenes colaboradores la gran responsabilidad que tenemos los docentes cuando nos dirigimos a un grupo de estudiantes

En febrero de 2023, Víctor se dirigió de nuevo a mí, rogándome que le acercara un ejemplar del volumen IV del Recetario, que incluye la poesía de Benedetti y su comentario. Releyendo poema y comentario pude comprender el siguiente párrafo de esta segunda carta de Víctor:

Hace tiempo dejé el entorno farmacéutico y me dedico a la docencia en un pueblo de Cuenca, lejos del “mundanal ruido” de la capital. En mi labor docente, a pesar de impartir asignaturas biosanitarias, aprovecho para inculcar a los alumnos el amor por la literatura y la poesía, como usted hizo con nosotros en sus clases.

Con frecuencia he comentado a mis jóvenes colaboradores, hoy ya convertidos en profesores universitarios, la gran responsabilidad que tenemos los docentes cuando nos dirigimos a un grupo de estudiantes, más o menos numeroso, para transmitirles nuestros saberes sobre un determinado tema médico.

Sentir la transmisión de los valores que cultivaban los médicos humanistas de antaño, Gregorio Marañón, William Osler o Teófilo Hernando

¿Nos limitamos a hablarles de la digital, de las penicilinas semisintéticas o de los nuevos fármacos para tratar las leucemias? ¿Es eso todo lo que podemos aportar para su educación universitaria? Quizás también podemos contribuir a dicha educación con algunas ideas adicionales sobre lo que es ser y sentirse universitario, entender las ciencias y las humanidades de forma complementaria y mutuamente enriquecedora. Sentir la transmisión de los valores que cultivaban los médicos humanistas de antaño, Gregorio Marañón, William Osler o Teófilo Hernando. Este último decía lo siguiente:

La tolerancia, según el diccionario, consiste en el respeto y consideración hacia las opiniones ajenas, aunque sea con dolor, ya que tolerar significa también “sufrir” y “llevar con paciencia”… No es fácil la situación íntima del hombre liberal, tolerante. En presencia de grupos de ideas encontradas ve en todas la parte de verdad y de error que defienden. No se decide por el uno ni por el otro y al adoptar una actitud intermedia, generalmente corre el peligro de perder por los dos lados. Sin embargo, lo justo suele ser tomar esta actitud intermedia que significa ponderación, equilibrio de lo que solo es capaz el hombre liberal y generoso.

Con un solo alumno, caso de Víctor, en el que haya influido con el fármaco y la palabra, la ciencia médica y la poesía, me siento compensado por ese medio siglo de docencia universitaria

El lema de nuestra Universidad Autónoma de Madrid reza así: Quid ultra faciam?, ¿Qué más puedo hacer? Pues eso, ir más allá de la digital y las penicilinas, mojarnos con la ilusión de educar, como cantaba el poeta Gabriel Celaya:

Educar es lo mismo / que poner motor a una barca… / hay que medir, pesar, equilibrar… / …y poner todo en marcha. / Para eso, uno tiene que llevar en el alma / un poco de marino… / un poco de pirata… / un poco de poeta… / y un kilo y medio de paciencia concentrada. / Pero es consolador / soñar mientras uno trabaja, / que ese barco, ese niño / irá muy lejos por el agua. / Soñar que ese navío / llevará nuestra carga de palabras / hacia puertos distantes, / hacia islas lejanas. / Soñar que cuando un día / esté durmiendo nuestra propia barca, / en barcos nuevos seguirá / nuestra bandera enarbolada.

No sé en cuántos alumnos pude haber contribuido a su formación humanística durante mis cincuenta largos años de dedicación a la educación médica. Pero con un solo alumno, caso de Víctor, en el que haya influido con el fármaco y la palabra, la ciencia médica y la poesía, me siento compensado por ese medio siglo de docencia universitaria.

Opinión

Multimedia

Especiales

Atención primaria

Sanidad privada

iSanidadental

Anuario

Accede a iSanidad

Síguenos en