Gema Maldonado Cantero
No daban crédito al resultado de la prueba de aquel paciente. Había ingresado en la UCI del madrileño Hospital de Torrejón de Ardoz (Madrid) con insuficiencia respiratoria y las radiografías mostraban infiltrados pulmonares. Las noticias que llegaban desde hacía semanas de China, y las que se empezaban a conocer de Italia, tenían en alerta a los intensivistas que decidieron solicitar esa prueba. No había duda, era Covid-19 y estábamos a 26 de febrero de 2020.
“Aquello fue un shock. La primera sensación fue un poco de incredulidad no solo en nuestra unidad, sino también en el resto de los hospitales de la Comunidad de Madrid. No sé si por la cercanía al aeropuerto o por qué, pero fuimos los primeros que tuvimos un caso confirmado en Madrid”, rememora al teléfono el Dr. Gabriel Heras, intensivista que desarrollaba su labor profesional en aquella UCI que, en pocos días, se llenó de pacientes graves con la misma patología.
El Dr. Heras recuerda que vivieron con cierta incredulidad el primer positivo en la Comunidad de Madrid, ingresado en la UCI del Hospital de Torrejón, en la que ejercía como intensivista
Unos días después, el seis de marzo, el Dr. Juan González Armengol, que dirigía el Servicio de Urgencias del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, descansaba en su sofá cuando empezaron a llegar a su móvil notificaciones con los resultados de numerosas PCR positivas. Ese viernes ya vio varios casos de Covid-19 de pacientes que vivían en una misma residencia de ancianos. “A partir de ahí me encerré en el hospital y empezamos a ver una avalancha de pacientes que venían a urgencias”, rememora.

Ese escepticismo de los inicios que recuerda el Dr. Heras y al que también hace referencia González Armengol, reinaba en un primer momento a más de 600 kilómetros de distancia, en la UCI del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. El intensivista Jordi Riera cuenta que, cuando compañeros suyos del norte de Italia les contaron las “situaciones dantescas y totalmente inesperadas” que estaban viviendo, aún no tenían casos en su centro. Hasta que empezaron a ser conscientes de lo que podía venir. “Recuerdo el caso de una chica joven que ya necesitó intubación, estaba la primera a la izquierda en el pasillo en el que estoy ahora mismo, era la cama nueve. Después vino la cama ocho, y la siete y la seis. Después fueron 10, más tarde 20 y 30, hasta que entramos en fase de pico”, relata a iSanidad.
El intensivista Jordi Riera recuerda que no esperaban tener muchos casos de Covid-19, al tiempo que compañeros del norte de Italia les contaron las “situaciones dantescas y totalmente inesperadas” que estaban viviendo
En esos días, los sanitarios del centro de salud de Menasalbas, un pequeño pueblo de Toledo, no daban abasto atendiendo casos a domicilio con síntomas calcados unos de otros. La cantidad de pacientes mayores, en muchos casos inmovilizados, a los que tenían que atender en los núcleos rurales que cubrían hizo que “el trabajo se multiplicara por diez”. “Empezábamos a trabajar a las ocho de la mañana y no había horario para terminar”, cuenta el Dr. Antonio Fernández-Pro, médico de familia y coordinador del centro de salud de Menasalbas.
Algunos de estos cuatro médicos reconocen que han querido dejar a un lado todo lo que vivieron en aquellas primeras semanas de desconcierto, pero también de acción. Acción sin parar. “Cambiábamos los procedimientos en un mismo día, incluso varias veces. En un día hacíamos lo que normalmente haríamos en un mes, la curva de aprendizaje fue salvaje”, recuerda el entonces jefe de Urgencias del Clínico San Carlos.
Dr. Fernández-Pro, médico de familia: «El trabajo se multiplicó por diez. Empezábamos a trabajar a las ocho de la mañana y no había horario para terminar»
Había que tomar decisiones muy rápido y dividían a los pacientes entre los que requerían directamente UCI, aquellos graves que potencialmente podían necesitarla y quienes, con una situación nada sencilla, podían estar en planta, de aquellos que tenían la enfermedad leve. “Empezamos a aplicar lo que es medicina de catástrofes pura y dura, un orden muy duro, pero que salvó bastantes vidas”, afirma.
En las plantas de UCI, y las que no lo eran, porque se llegaron a habilitar camas de cuidados intensivos en los lugares más insospechados, la situación no era mejor. “Todos tenían altas necesidades de ventilación mecánica, de sedación profunda y, muchos, requerían colocarlos en decúbito prono, con lo que eso significa para los trabajadores: para girar a una persona intubada se necesitaban cuatro o cinco personas”, señala el Dr. Heras.

El último recurso, cuando todo lo demás fallaba, llegó de la mano del soporte mediante oxigenación de membrana extracorpórea (ECMO). El equipo del Dr. Riera en el Vall d’Hebron fue el primero en lanzarse a aplicar este sistema de asistencia mecánica circulatoria y respiratoria a pacientes críticos con Covid-19. Y lo hicieron a contracorriente.
Dr. González-Armengol, urgenciólogo: “Empezamos a aplicar lo que es medicina de catástrofes pura y dura, un orden muy duro, pero que salvó bastantes vidas”
“Los primeros estudios que venían de Oriente y el primero italiano mostraban malos resultados. Recuerdo un artículo que decía que la ECMO era fútil y no se debía aplicar en estos pacientes”, cuenta Riera. Pero tenían claro que la situación de distrés respiratorio que acarreaba el Covid-19 en los casos más graves encajaba en la indicación de ECMO y comprobaron que el manejo de los casos que reportaban esos estudios no era el más adecuado.
Así que se lanzaron, “mucha gente decía: ‘¿dónde van estos?’…Pero teníamos argumentos”, defiende. En su hospital, lograron un 72% de supervivencia con este recurso “en pacientes que se estaban muriendo”. En España accedieron a este soporte 330 personas, en torno a la mitad salieron adelante. “Y uno de los aprendizajes más importantes que tuvimos es que la ECMO tiene que hacerse en centros de referencia”, apunta Riera.
El miedo y la soledad
Cada médico cuenta la experiencia vivida desde su puesto en aquellos días, pero todos coinciden en algo: el miedo de los pacientes y las situaciones “terribles” que tuvieron que vivir. El Dr. Fernández-Pro recuerda aún cuando algunos de los pacientes que atendía en el pueblo, en sus domicilios, le pedían por favor que no les derivaran al hospital. “Iban con muchísimo miedo y angustia”.
Dr. Heras: «Todo el mundo recuerda la cantidad de gente que murió en soledad. Por muy empáticos que seamos, nunca vamos a poder sustituir el amor que tiene un ser querido por otro”
Aquellos días llegaban imágenes y testimonios a través de los medios de comunicación de la situación en los hospitales y en las UCI, con familias que dejaban a su ser querido y no podían volver a verlo. “Todo el mundo recuerda la cantidad de gente que murió en soledad”, lamenta el Dr. Heras, que llevaba años trabajando en proyectos de humanización de las UCI. En su unidad, optaron por saltarse la normativa de la Comunidad de Madrid. “Siempre guardábamos un equipo de protección individual para que las familias se pudieran despedir de sus seres queridos”.

En muchos casos la última mano que sostenía a estos pacientes antes de morir era la de un sanitario. En otros casos, morían solos. “Fue muy duro”, rememora el intensivista, “por muy empáticos que seamos, nunca vamos a poder sustituir el amor que tiene un ser querido por otro”. Experiencias que también vivió de cerca el experto en ECMO del Vall d’Hebron, que recuerda a una familia entera ingresada: “Se despertaba uno y preguntaba por el otro, que había muerto”.
A este rol de acompañamiento no buscado se sumaron “los dilemas éticos con la escasez de medios y recursos, el cómo priorizábamos y a quién”, señala el Dr. Fernández-Pro. “Era tanta gente tan mala, en salas llenas con un silencio que era atronador, y había que priorizar a quien era potencialmente salvable”, añade el entonces jefes de Urgencias del Clínico San Carlos.
Dr. Fernández-Pro: “Tuve varios compañeros ingresados y muy malitos. Otros murieron. Y piensas que tú puedes ser el siguiente”
¿Había miedo por uno mismo? “Tuve varios compañeros ingresados y muy malitos. Otros murieron. Y piensas que tú puedes ser el siguiente”, admite el médico de familia. El temor por la familia era aún más importante. “Yo prácticamente no pisaba mi casa”, recuerda González Armengol, que estuvo tiempo sin poder usar mascarillas ni EPIs “porque no había”. “Tenía una niña pequeña de un año y llegaba a casa de trabajar con personas que tenían un virus del que no sabíamos nada. El miedo a contagiar estaba”, añade el Dr. Riera.
¿Quedan secuelas cinco años después? “Yo creo que quedan, otra cosa es que seamos conscientes de esas secuelas”, apunta el Dr. González Armengol. Ninguno de los cuatro médicos que participan en este reportaje han cambiado su trabajo, pero otros muchos sí tomaron esta decisión. “Tras la pandemia se elevó hasta el 65-70% la intención de abandono de los profesionales de medicina intensiva. Mucha gente vio tantas cosas tan desagradables que ha redirigido su vida laboral hacia los cuidados paliativos o hacia otros ámbitos”, afirma el Dr. Heras. En su caso, dejó Madrid, y sigue ejerciendo en Andalucía.
En el caso de Dr. Fernández-Pro, sigue trabajando en su centro de salud, aunque reconoce que se “planteó muchas cosas”. “Yo soy mayor, llevo 40 años trabajando y el agotamiento físico y el estrés emocional vivido supera con mucho cualquier otra situación”, afirma. Otras secuelas están presentes, como en el caso del Dr. Riera, que arrastra desde entonces bronquitis y necesita un inhalador, después de pasar tres veces el Covid-19.
Aprendizajes y preparación para el futuro
Junto a todas esas experiencias que muchos no quieren recordar, lo cierto es que los médicos coinciden en que una crisis sanitaria de esa magnitud trajo aprendizajes “valiosísimos”. Destacan los nuevos conocimientos y capacidades sobre gestión hospitalaria, trabajo multidisciplinar o conocimiento científico. “Puso de manifiesto lo mejor de las personas y del sistema sanitario”, afirma el Dr. Gabriel Heras.

Mostró la capacidad de “plasticidad, de adecuación y de sacrificios personales” de los sanitarios en opinión del Dr. Riera, que valora los aprendizajes gracias al “networking clínico”, pero se muestra crítico con el intento de “acelerar la ciencia” que se vivió aquellos días, con “el uso de fármacos que se establecían en los protocolos sin evidencia científica, que luego se han visto que no servían para nada, y artículos publicados de muy baja calidad”.
Dr. González Armengol: «Sin duda estamos más preparados. No es que sea optimista, es que tengo conocimiento claro de que tenemos un aprendizaje acumulado enorme, tanto político como de gestión y profesional enorme»
Trajo cambios como la teleconsulta, “que se ha implantado en muchos medios y en muchas situaciones”, y cambios “en la solidaridad y el compromiso de muchos profesionales sanitarios”, apunta el Dr. Fernández-Pro, convencido de que “la sociedad también aprendió”.
¿Estamos mejor preparados para una futura pandemia? El Dr. González Armengol, que también tuvo un breve paso al lado de la política como viceconsejero en la Comunidad de Madrid en plena pandemia, está convencido de ello. «No es que sea optimista, es que tengo conocimiento claro de que tenemos un aprendizaje acumulado, tanto político como de gestión y profesional. Hay situaciones de estrés que pueden redundar de forma positiva para el aprendizaje, además en España hay un talento tremendo. Yo soy de los que cree que la naturaleza humana cuando se exprime no tiene límites”.