Por una verdadera “demo-aristo-cracia”

La reciente encuesta del CIS en torno a intención de voto ha golpeado profundamente en el corazón de la política, donde la conmoción “Podemos” sigue ganando fuerza. Lo que esto significa, así como lo que se desprende de la otra gran conmoción del momento, la de estar contemplando un panorama político y económico tan lleno de corrupción y desvergüenza, va mucho más allá de la lectura micropolítica partidista del tema, e invita a realizar alguna reflexión de fondo en torno a lo que esta sociedad pide y necesita.

El escándalo levantado por la corrupción de políticos y financieros, y el relativo triunfo de la denominación despectiva de aquéllos como “casta” por algún partido emergente , no hace sino reflejar que en la sociedad española se va asentando el deseo de que no cualquiera pueda estar al frente de su destino, ni en lo político ni en lo económico; ni por elección popular ni por méritos individuales podemos tolerar el mangoneo, la desvergüenza y la fanfarronería de que hacen gala tantos líderes políticos y económicos. Va llegando el momento de que no valga el simple criterio de haber sido elegido en una elección libre y democrática, sino que a esto habrá que añadir la capacidad de estar entre los mejores, pero entre los mejores en defensa de la ética, la verdadera política y el interés común.

A esto se refería Aristóteles con la idea de que deberían gobernar los mejores (aristoi), aquellos ciudadanos que más hubieran destacado por su virtud (o virtudes). Y teniendo en cuenta la dimensión sociopolitica que el sabio ateniense reconocía como fundamento del ser humano, la virtud algo tendría que ver con la defensa de la ética, de la verdadera política y del interés común a los que me refería más arriba. Únicamente, que a diferencia del ateniense, que apoyaba la dictadura de los mejores, hoy no sería fácil llegar a un acuerdo de toda la sociedad en torno a quién puede ser ese “mejor” que haya de gobernar; de ahí la aportación de la democracia, en la que los ciudadanos deciden, con un criterio de apoyo numérico, quién de entre los “mejores” sería realmente el más indicado para prestar ese servicio de gobierno a la sociedad, evitándose así, al menos en teoría, el riesgo de que alguien imponga su criterio de forma unilateral; aunque, desgraciadamente, esto sigue ocurriendo cuando quien gana las elecciones lo hace por mayoría absoluta.

Este concepto de demo-aristo-cracia supondría una auténtica revolución no sólo en la política, sino en el contexto general de la sociedad, ya que no se observa en ésta que la virtud de la defensa del interés público sea suficientemente reconocida y valorada, sino que más bien se mira con envidia a las experiencias de triunfo individual, en lo político y/o en lo económico, aunque a dicho triunfo se haya llegado por cauces poco preocupados por ese interés común. El aprecio de la ética, del comportamiento justo y del interés común no son, como vemos, marcas de identidad de la sociedad en que vivimos, lo que hace difícil que los partidos puedan convertirse así en verdaderos hervideros del compromiso por la justicia y la ética en la sociedad.

Pero quizás este es el reto más importante que, precisamente, los partidos políticos tienen: servir a la sociedad no desde sus deseos de poder y de control e influencia social, sino ofreciéndose como caldo de cultivo de personas virtuosas que realmente puedan influir positivamente en la sociedad, desde la apertura al conjunto de la misma y no sólo a sus propios criterios ideológicos. Si esto fuera así, si los/as candidatos/as de cada uno de los partidos políticos de nuestro país (y, cuidado, no hay sólo tres) fueran auténticas personas virtuosas, apoyadas por gabinetes igualmente formados de personas virtuosas, podríamos realmente estar en camino hacia ese ideal de demo-aristo-cracia sugerido, en que los mejores, a juicio del conjunto de la sociedad, serían quienes estarían al frente del desarrollo social, sin descuidar en ningún momento a las minorías “derrotadas” por el sistema electoral. Me temo, sin embargo, que no estamos caminando en esta dirección, aunque me gustaría pensar “que todo se andará”.

Y si quienes hablan de “casta” (y no comparto en absoluto ese lenguaje) apuntan tan sólo a la clase política, y no se dan cuenta de las tremendas interrelaciones entre política y economía, absolutamente palpables en asuntos como el de la existencia de las llamadas “puertas giratorias” entre la administración pública y las grandes empresas, por las que grandes políticos acaban estando en consejos de administración, y viceversa, yerran el tiro. El gobierno, la gestión de lo común, la oiko-nomía (el gobierno de la casa) está a día de hoy excesivamente condicionado por el mundo de las finanzas, un mundo que es el que se está llevando el gato al agua en estos momentos, un mundo en el que, como sabemos, la ética y el interés común no brillan, precisamente, por su presencia. Y eso significa, por tanto, que su influencia en la política tampoco va a promover esos valores que tanto necesitamos.
..Miguel Ángel García Pérez. AMYTS

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