Un equipo de investigadores aseguraron que parte de las sustancias que componen la tinta utilizada en los tatuajes pueden viajar por el cuerpo y depositarse en los ganglios linfáticos, engrosándolos de manera crónica.
La coaturo del estudio, Ines Schreiver, explicó que “esta acumulación podría interferir en el sistema linfático, parte del sistema inmunitario, de tal forma que perjudicaría la detección de células cancerígenas”.
En este estudio, publicado en la revista “Nature“, los investigadores que analizaron los efectos de los pigmentos integran el Instituto Federal Alemán de Evaluación de Riesgos y el Laboratorio Europeo de Radiación Sincrotrón de Grenoble (Francia). Estos encontraron que tanto el dióxido de titanio como otros pigmentos orgánicos procedentes de un tatuaje quedan retenidos en el tejido cutáneo pero, además, las partículas más pequeñas pueden ser transportadas por células inmunes fagocíticas (que se encargan de capturar células y partículas nocivas para el organismo) hasta los ganglios linfáticos, donde se acumulan.
Además se indica que el negro, el color más popular que se utiliza para elaborar un tatuaje, se compone de hidrocarburos aromáticos policíclicos, un compuesto orgánico que produce cáncer.
Schreiver aseguró que cuantos más tatuajes se tenga, mayor será el número de partículas que se acumularán en los nódulos linfáticos. Por otro lado, según este estudio, borrar el tatuaje no elimina el problema, pues el láser utilizado para quitar la obra de la piel podría producir un cambio químico en las partículas del colorante.
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