Un equipo de científicos de la Universidad de Illinois y la Clínica Mayo en Rochester (Estados Unidos), aportaron la primera evidencia científica de que el ejercicio físico puede causar cambios en la composición de la microbiota intestinal, con independencia de otros factores como la dieta o el consumo de antibióticos.
Estas conclusiones, publicadas en “Medicine & Science in Sports & Exercise”, provienen de dos estudios, uno en ratones y otro en humanos, y cuyos resultados , que evalúan el impacto de la actividad física en la flora bacteriana.
En la primera investigación, los autores trasplantaron material fecal de ratones sedentarios y otros más activos a otros que se habían criado en entorno estéril y no tenían microbiota propia. Y en el segundo análisis, rastrearon los cambios en la composición de la microbiota intestinal en un grupo de voluntarios humanos a medida que pasaban de un estilo de vida sedentario a otro más activo, y viceversa.
El el profesor Jeffrey Woods, uno de los autores de este estudio en la Universidad de Illinois, explicó que “Estos son los primeros estudios que demuestran que el ejercicio puede tener un efecto en el intestino, independiente de la dieta u otros factores”.
En el estudio en animales, se observaron claras diferencias entre la microbiota de los ratones receptores en función de si recibieron material fecal de ratones activos o sedentarios.
Los receptores de la microbiota de un ratón físicamente activo tenían una mayor proporción de microorganismos que producían butirato, un ácido graso de cadena corta que promueve las células intestinales sanas, reduce la inflamación y genera energía para el huésped. Y también parecían ser más resistentes a la colitis ulcerosa experimental, una enfermedad inflamatoria del intestino.
“Descubrimos que los animales que recibieron la microbiota de roedores activos tenían una respuesta atenuada a un químico inductor de colitis”, añadió Jacob Allen, que también destacó una reducción en la inflamación y un aumento en las moléculas regenerativas que promueven una recuperación más rápida.
En el estudio en humanos, los autores reclutaron a 18 adultos sedentarios delgados y 14 obesos, de los que tomaron muestras de su microbiota intestinal antes de someterlos a un programa de con diferentes ejercicios cardiovasculares de 30 a 60 minutos, tres veces a la semana durante mes y medio.
Al finalizar su programa de ejercicio analizaron nuevamente su microbiota y pasaron el mismo periodo de tiempo con un comportamiento más sedentario, manteniendo la misma dieta a lo largo de todo el estudio.
Las concentraciones fecales de ácidos grasos de cadena corta, en particular el butirato, aumentaron en el intestino como resultado del ejercicio, pero estos niveles disminuyeron nuevamente después de que los participantes volvieran a un estilo de vida sedentario.
Además, las pruebas genéticas de la microbiota confirmaron que esto se correspondía con los cambios en la proporción de microorganismos que producen butirato y otros ácidos grasos. Y los aumentos más fuertes se observaron en los participantes delgados, que tenían niveles significativamente más bajos de bacterias productoras de ácidos grasos.
Por contra, los participantes obesos solo presentaron incrementos modestos en la proporción de estas bacterias. “Lo importante es que hay claras diferencias en cómo el microbioma de una persona obesa responde al ejercicio, en comparación con los delgados”, expresó Woods.
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