..Dr. Fernando Carballo. Presidente de FACME.
La medicina siempre ha manejado el final de la vida, incluyendo la eutanasia, desde una perspectiva privada. Dentro de la relación médico-paciente ha sido una constante tomar decisiones relacionadas con el alivio del sufrimiento terminal, incluso con consecuencia directa de muerte. El médico, en determinados momentos, y teniendo en cuenta los valores de su paciente, puede llegar a considerar beneficente aliviar el sufrimiento, aunque eso haga inminente la muerte. Entre hacer inminente la muerte e inducir la misma, como entre sedación terminal y eutanasia, la línea de separación es muy tenue. Considerar beneficente un determinado curso de acción obliga al profesional a actuar, pero solo estrictamente en el directo interés del paciente, es decir, respetando su autonomía, su libertad y sus valores.
Hablemos de sedación terminal en cuidados paliativos, o de eutanasia, en otras circunstancias y medios, lo relevante es quién y cómo se decide; pero sobre todo para qué. La decisión de abandonar una vida insufrible solo le corresponde al individuo afecto. De hecho es bastante gratuito posicionarse cuando uno no se ve afectado. En ocasiones, la situación del paciente hace necesaria la participación de allegados, para intentar discernir la auténtica voluntad del sujeto. Tema siempre delicado, en el que las directivas anticipadas, o el testamento vital, son herramientas muy valiosas. Y respecto del para qué, nunca debería ser posible dudar: nunca para acabar con algo que se pueda considerar sin sentido desde una perspectiva ajena al paciente; siempre para actuar en su único interés.
Es bastante gratuito posicionarse cuando uno no se ve afectado. Tema siempre delicado, en el que las directivas anticipadas, o el testamento vital, son herramientas muy valiosas
El verdadero problema es cómo establecer modelos que puedan ser aplicados no a un caso individual, sino de manera más general. Es decir, hacer público lo que en realidad es privado. Las razones de abordar esta “juridificación” pasan por la desconfianza que podamos tener en las decisiones privadas, sean por parte del médico o del paciente. Efectivamente, la decisión privada puede ser inadecuada si falla la deliberación y la toma de decisiones compartida entre ambos. El médico puede trasladar sus valores a la decisión, y el paciente los suyos, más allá de lo razonable. Una variante de inadecuación por parte del médico sería considerar que el sufrimiento es un elemento natural de la vida y la enfermedad, y que por tanto, ni siquiera actuar sobre él es lícito si de ello se deriva la muerte. Un ejemplo por parte del paciente sería considerar como única opción la muerte directa, cuando cabrían otros posibles planteamientos.
Una variante de inadecuación por parte del médico sería considerar que el sufrimiento es un elemento natural de la vida y la enfermedad, y que por tanto, ni siquiera actuar sobre él es lícito si de ello se deriva la muerte. Un ejemplo por parte del paciente sería considerar como única opción la muerte directa, cuando cabrían otros posibles planteamientos
En el fondo, al intentar legislar sobre el final de la vida, lo que se pretende es garantizar la libertad del paciente para decidir libremente sobre su forma de morir, y al tiempo evitar desviaciones intolerables que faciliten este tránsito de una manera no ponderada. Por ello, los legisladores necesitan no perder de vista que lo ideal sigue siendo una óptima toma de decisiones en cada caso individual; no tanto un marco jurídico que se limite a proclamar como preeminente el derecho a la libertad, o el derecho a la vida, sin otras consideraciones. La conciliación debería ser posible.