..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
Durante las dos últimas décadas, un grupo de cien profesores hemos formado a mil profesionales en investigación del medicamento. Y lo que es más importante, esa formación ha permitido su inserción laboral en los distintos entornos del medicamento: industria farmacéutica, empresas de investigación por contrato (CRO, del inglés Contract Research Organization), unidades de ensayos clínicos, institutos de investigación sanitaria de hospitales, fundaciones de investigación, agencias reguladoras de medicamentos.
Siempre decimos a nuestros alumnos que nuestros másteres les capacitan para ejercer su futura profesión en los distintos departamentos implicados en esa compleja gama de actividades pluridisciplinares necesaria para llevar al paciente una nueva terapia farmacológica. Y que, obviamente, dependiendo de su vocación, inquietud y tesón cualquier alumno podrá ocupar puestos de más responsabilidad en el ámbito de la I+D+i, el registro y la comercialización del medicamento. Un ejemplo: Carlos Herrero finalizó su tesis doctoral a finales de los años 90, decidió enrolarse como alumno en la primera edición de nuestro Máster en Coordinación y Monitorización de Ensayos Clínicos (MYCEC) y ahora dirige y coordina los ensayos clínicos en fases tempranas de toda Europa en Janssen Cilag.
La formación de casi 1000 jóvenes graduados y doctores en investigación del medicamento y ensayos clínicos en el marco de los másteres y cursos especializados del IFTH/UAM, ha abierto la puerta de su inserción laboral durante las dos últimas décadas.
En el laboratorio de la profesora Carmen Montiel, en Medicina de la UAM, Carlos estudiaba la cinética de canales iónicos expresados en oocitos de rana, valiéndose de técnicas de fijación de voltaje con dos electrodos. Para Carlos los diseños de un experimento en la rana y el de un ensayo clínico en seres humanos tienen mucho en común, el método científico. Un doctor tiene su cabeza preparada para observar, hacerse preguntas, plantear una hipótesis, definir objetivos, diseñar experimentos, ejecutarlos, analizar crítica y rigurosamente los resultados, para rechazarla o confirmarla.
Hemos tenido muchos doctores en nuestros másteres. Pero cuando acuden a nosotros les aconsejamos que se enrolen en el Máster de Investigación y Comercialización del Medicamento (MICOM), cuya temática incluye todas las etapas de investigación y desarrollo de un fármaco, hasta convertirlo en medicamento y ponerlo a disposición del médico y sus pacientes. En este complejo proceso intervienen el diseño computacional de fármacos, la química, la farmacología, la biología molecular, los modelos animales de enfermedad para someter a escrutinio la potencial eficacia terapéutica de una nueva entidad química, el desarrollo preclínico con su toxicología y farmacocinética animal, la galénica con sus formas farmacéuticas, los ensayos clínicos, la comercialización, la negociación de precios con los organismos sanitarios, la difusión en congresos, la farmacovigilancia, el análisis y evaluación crítica de la literatura científica, la farmacoeconomía… En este subyugante mundo se mueve mejor un doctor.
Un aspecto importante de esa formación son las prácticas de los alumnos en los distintos entornos de la I+D del medicamento y de los ensayos
Hay aspectos del ensayo clínico que requieren el apoyo de otros profesionales, caso de la compleja documentación que exigen los comités de investigación con medicamentos (CEIm) y las agencias reguladoras. Muchos de esos documentos garantizan sobre todo la seguridad del paciente; pero también son garantía de calidad, evalúan la competencia del investigador, la idoneidad de los centros sanitarios participantes, aseguran la recogida correcta de los datos y el archivo de la documentación. La formación de este personal de apoyo a monitores e investigadores, los llamamos CTA (del inglés Clinical Trial Assistant), la adquieren con nosotros en cursos sobre Gestión Administrativa del Ensayo Clínico.
El camino que conduce al éxito laboral de los alumnos de nuestros másteres tiene varios recorridos: primero un elenco de profesores con saberes diversos pero complementarios que trabajan en distintas facetas de la I+D del medicamento en empresas farmacéuticas, CRO, hospitales y universidades; segundo, un programa personalizado de tutorías para desarrollar el trabajo fin de máster y su presentación a lo largo del curso académico en varias comunicaciones orales; tercero, la presentación oral por los alumnos de artículos científicos relacionados con la I+D del medicamento; cuarto, un programa teórico con profesores que trabajan en la temática de la unidad docente que desarrollan; quinto y principal, unas prácticas de 6 a 12 meses, generalmente remuneradas, que ubican al alumno en los ambientes en que se desarrollan las distintas etapas de la I+D del medicamento, principalmente en compañías farmacéuticas, CRO y hospitales.
Pero hay una faceta en esta maravillosa actividad formativa que, por ser menos visible, es preciso iluminar; de ella depende que todo funcione. Me refiero al Departamento de Docencia del Instituto Fundación Teófilo Hernando, en el que trabajan dos competentes profesionales, Cristina Lamata y Adriana Zapardiel. Los programas, el seguimiento riguroso del calendario de actividades, el material audiovisual, los contactos con el profesorado, la gestión de las prácticas en distintas instituciones, la organización de las tutorías, el seguimiento profesional de los alumnos, la bolsa de trabajo… y tantas tareas que aseguran que cada curso académico discurra con los menos sobresaltos posibles.
Más de la mitad de los profesores de nuestros másteres y cursos son profesionales de la industria farmacéutica, CRO y de unidades de investigación clínica hospitalarias, con dilatada experiencia en los distintos entornos de la I+D del medicamento
Y el director-gerente del Instituto-Fundación Teófilo Hernando, don Arturo García de Diego, que con sus contactos en todos los niveles del complejo mundo del medicamento y su acertada gestión, constituye otro pilar fundamental de las actividades de formación que realizamos. También ha sido crítica la colaboración en la codirección de nuestros másteres de los profesores Francisco Abad y Luis Gandía, que los han vivido muy de cerca desde su nacimiento.
En las encrucijadas del camino he tropezado con personajes verdaderamente interesantes. He sido afortunado pues ellos me ayudan en mi camino para que, a la vez, yo pudiera ayudar a otros. Cuando finalizaba el siglo XX vino a verme el doctor Munther Alami, un inquieto médico que organizaba múltiples cursos y actividades relacionadas con el mundo del medicamento. Me comentó que había una creciente demanda de profesionales en el campo de la monitorización de ensayos clínicos ya que en la reciente Ley del Medicamento se había recogido expresamente la figura del monitor de ensayos clínicos.
Me propuso que creáramos un título propio de la UAM para la formación de estos profesionales. Yo andaba con mil cosas relacionadas con la investigación, la docencia, los viajes científicos, la edición de revistas de farmacoterapia dirigidas a médicos… Había colaborado con el doctor Alami en algunas actividades de formación. Le dije que lo pensaría y le llamaría. Y lo pensé ateniéndome al mensaje que transmite el eslogan del escudo de mi Universidad Autónoma de Madrid: Quid ultra faciam? Pensé “qué más podía hacer” por la UAM y me embarqué en la aventura de los másteres.
En 2004 sufrí una leucemia linfoblástica aguda. Una tarde, cuando me encontraba en una habitación de aislamiento en el Servicio de Hematología de mi Hospital de La Princesa, vino a verme un señor con un voluminoso libro de poesía, que me regaló. Recuerdo que le había invitado algún verano para que hablara sobre I+D del medicamento en la Escuela de Farmacología “Teófilo Hernando”, en el marco de los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), y sabía de primera mano que además de ciencia, en aquella Escuela se hablaba de poesía. Se trataba del doctor Munter Alami; nunca olvidaré su gesto. Ahora le dedico a él una poesía del libro que me regaló, que supuso un gran consuelo en aquel crítico momento de mi vida.
Es de don Antonio Machado y reza así: «Yo voy soñando caminos /de la tarde. ¡Las colinas /doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas!… / ¿Adónde el camino irá? / Yo voy cantando, viajero, / a lo largo del sendero… / —La tarde cayendo está—. / En el corazón tenía / la espina de una pasión; / logré arrancármela un día; / ya no siento el corazón. / Y todo el campo un momento / se queda, mudo y sombrío, / meditando. Suena el viento / en los álamos del río. / La tarde más se oscurece; / y el camino se serpea / y débilmente blanquea, /se enturbia y desaparece. /Mi cantar vuelve a plañir: / Aguda espina dorada, / quién te volviera a sentir /en el corazón clavada».
Y es que, sin pasión por hacer cosas, y sin hacer cosas con pasión, la vida no vale la pena. Quid ultra faciam?