Errores médicos y sobrecarga laboral

No voy a hablar de ningún sitio en concreto. No me voy a referir a nadie en especial. El que quiera entender, que entienda.

Percibo, desde mi posición como responsable de ejercicio privado de AMYTS, una realidad común a muchos centros privados, seguramente también extrapolable a la asistencia pública. Estoy hablando de la sobrecarga laboral, de la asistencia que ocupa más del 100% del tiempo del facultativo, de esos profesionales que llegan los primeros y se van los últimos, que trabajan sin descanso paciente tras paciente; agendas imposibles, salas de espera abarrotadas de pacientes que, pacientemente, esperan a que su médico acabe de pasar la planta, termine de atender interconsultas e incluso urgencias a salto de mata, sin espacio en la programación y planificación de las citas. Para más inri, en algunos centros se cuelga con orgullo el cartelito de “Hospital Universitario”, y al pobre médico sobrecargado se le asignan estudiantes de medicina a los que hay que atender mientras se atiende a los pacientes.

Ésta es la realidad de muchos compañeros de la sanidad privada de Madrid: trabajo a destajo, retribuciones ridículas para la carga asumida, y ¡a dar gracias por el contrato, que el cajón del director está lleno de currículos!

¿Y qué consecuencias tiene a medio y largo plazo este escenario ?

  • Estrés del profesional: Facultativos quemados, que no duermen, que tienen migrañas, hipertensión, cansancio crónico y que viven atrapados por la presión asistencial.
  • Conflictividad dentro de los servicios: Presiones de los jefes, a su vez presionados desde arriba. Mal ambiente entre los profesionales más resolutivos (más rápidos) y los menos, que no significa que sean lentos, si no que se resisten a ver a los pacientes de cualquier manera, a no poder estudiar los casos complejos.
  • Descenso la actividad no asistencial: en la formación, en la investigación, en las comisiones científicas y en las ocurrencias pseudo-publicitarias propuestas por las empresas.
  • Y por último, los errores: la capacidad del ser humano es limitada, es limitado el tiempo que uno puede mantener la atención y concentración, sobre todo cuando hay mil tareas simultáneas y mil interrupciones (el “busca”: ¿hay elemento más irritante y distractor?). Si a esto le añadimos el estrés acumulado, es fácil concluir que los errores finalmente llegan. Unos pequeños y banales, y otros quizás no tanto.

En todas las guías de seguridad del paciente, ante un error médico se insiste en no criminalizar al causante. Se tiende a considerar que lo que falla es el sistema y no las personas. Y no puedo estar más de acuerdo. Es cierto que los médicos no somos infalibles, pero las condiciones en las que ejercemos, tanto las personales (nuestra salud y bienestar físico y mental) como las ambientales, influyen sobremanera en nuestras habilidades, pericia, destreza y capacidad de solucionar problemas.

En muchos centros, tanto privados como concertados, y en los públicos de gestión indirecta, el nivel de exigencia raya (e incluso sobrepasa) lo seguro: lo seguro para el profesional y lo seguro para el paciente. No parece importar a las empresas ni al SERMAS, en su función de vigilancia y auditoría de lo que tiene externalizado, cómo se hacen las cosas, a qué precio personal. Sólo importa el fin, y el fin, desgraciadamente, se mide sólo en euros. Y para empeorar la situación, lamentablemente, cuando los errores aparecen se culpabiliza al profesional y se llega a prescindir de él.

Desde los comités de seguridad y salud los delegados de prevención clamamos por las evaluaciones psicosociales, por las encuestas que pongan de manifiesto las terribles condiciones en las que muchos profesionales ejercen cada día, ante la impasibilidad de las empresas. Clamamos por los protocolos de resolución de conflictos internos, para que no todo se solucione a golpe de despido.

Pero las empresas, ciegas y sordas a los profesionales, siguen en sus trece. Y luego se sorprenden cuando, al final, el resultado es desastroso: médicos quemados que se marchan a la primera ocasión, que sueñan con una de las escasas plazas a concurso en las OPE, que piden reducciones de jornada o excedencias para sobrellevar la situación. Se produce un desapego del hospital, una falta de implicación personal: uno llega, trabaja y se va. Consecuencias: altos índices de recambio de profesionales, dificultades para la contratación derivadas de la “fama” del centro, desmoronamiento de la calidad percibida y multiplicación de las reclamaciones de los pacientes. Finalmente llegan los errores médicos, sí, errores evitables en la mayoría de los casos, errores que no deberían ocurrir si las condiciones de trabajo fueran las adecuadas.

El cortoplacismo de las empresas sanitarias privadas y de la gestión indirecta de los hospitales públicos al final saldrá cara a los profesionales y a los pacientes. Anteponer el beneficio económico y el capitalismo salvaje a la calidad de la asistencia, al cuidado de los trabajadores y al buen clima laboral, son prácticas comunes. Cuánto tenemos que aprender de las guías de prevención de riesgos laborales.

La zanahoria siempre funciona mejor que el palo. Un profesional contento, valorado, al que se hace partícipe del hospital, al que se reconoce su labor, siempre rinde más y mejor y se equivoca menos. Invertir en la salud de los profesionales es invertir en la empresa. Es cierto que los resultados son a mayor plazo, que hay que tener paciencia, pero son tantos los beneficios y tanto lo que los médicos podemos aportar que el empeño merece la pena.

Confío en que algún día los directivos, las cabezas pensantes y los responsables de recursos humanos de las empresas privadas abran los ojos y las orejas y emprendan el cambio de su política sanitaria y de gestión humana.
..Dra. Mónica Alloza Planet. Vocalía AMYTS de clínicas privadas

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