La salud mental, una prioridad en el trastero

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Cada 100.000 suizos tienen a su disposición 50 psiquiatras en la sanidad pública. La misma cantidad de franceses tocaría a 22 de estos profesionales. En España nos conformamos con diez, según Eurostat. “El crecimiento que se ha dado aquí en demanda de asistencia en salud mental no se ha acompañado en la dotación de plantilla tanto en psiquiatras como en psicólogos clínicos y en enfermería de salud mental“, asegura el Dr. Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría.

Los psicólogos no tienen su propio apartado en la oficina europea de estadística, pero en 2014, la Organización Mundial de la Salud (OMS) los cifraba en cinco por cada 100.000 habitantes. “Y ahora ponte en lo peor, porque a mejor no hemos ido“, añade Pedro Rodríguez, psicólogo. Estas carencias contrastan con los relucientes compromisos que suscribió España hace doce años, en la Declaración Europea de Salud Mental: “Fuimos a firmar como uno de los países del ‘top ten’, y nos hemos comportado como un país en vías de desarrollo“, sentencia Bobes.

¿Acaso no los necesitamos? De acuerdo con la OMS, una de cada cuatro personas desarrollará uno o más trastornos mentales a lo largo de su vida. La declaración que España firmó en Helsinki en enero de 2005 se marcaron cinco prioridades, concienciar de la importancia del bienestar mental, rechazar discriminación y desigualdad, establecer sistemas de salud integrales y eficientes, disponer profesionales competentes en promoción, prevención, tratamiento, rehabilitación, asistencia y recuperación y tomar en consideración la experiencia de los usuarios y cuidadores. “El compromiso era que en 2010 las dotaciones económicas hubiesen pasado del 5 al 10%. Esto no sólo no se consiguió, sino que estamos en 2017 y posiblemente estamos por debajo de lo que se invertía en 2005“, explica Bobes.

Pacientes indefensos
En materia de salud mental, no cumplir los compromisos deja sin apoyo a los colectivos más vulnerables; quienes sufren trastornos graves: esquizofrenias, psicosis, trastornos bipolares, depresiones graves… “Estos pacientes necesitan recursos profesionales, rehabilitación. Y merece la pena el esfuerzo. No nos damos cuenta de que invirtiendo en profesionales nos ahorramos muchas otras cosas, como ingresos innecesarios o tomas de medicación“, se lamenta Rodríguez.

Tampoco tenemos suficientes centros adecuadamente desarrollados para la psiquiatría del niño y el adolescente“, añade Bobes. Según la OMS, un 20% de este colectivo sufre trastornos o problemas mentales, la mitad de los cuales se manifiestan antes de los 14 años. Además, estas afecciones figuran entre las principales causas de discapacidad entre los jóvenes. En estas condiciones, el diagnóstico precoz es vital: “Pasada la primera década de la evolución de la enfermedad el rendimiento terapéutico es menor. Tenemos mucho que mejorar“, explica. En esta larga lista de tareas sin hacer está la integración de las adicciones en el modelo sanitario de atención especializada, donde “la mayoría de los profesionales que intervienen no son especialistas en Psiquiatría ni Psicología Clínica“; y el desarrollo de un plan de prevención del suicidio.

¿Incidencia? ¿Quién sabe?
Sobre la incidencia de estas dolencias en España, tampoco se puede decir mucho. Los datos difundidos por el Ministerio de Sanidad en este sentido no avanzan más allá de las pinceladas que ofrece la Encuesta de Morbilidad HospitaliariaHay una descoordinación tremenda de incidencias, prevalencias… Básicamente, no existen datos a nivel nacional“, afirma Bobes. Tanto el INE como Eurostat se quedan cortos al intentar retratar la salud mental de la sociedad española, a pesar de que la vigilancia de este ámbito y el desarrollo de análisis sobre su situación y evolución en los servicios de salud mental de los Estados miembro también estaban recogidos en la declaración de Helsinki. “Por no haber sido capaces de aplicar la estrategia europea, no tenemos datos que sean comprensivos para todo el país. Lo poco que queda son estadísticas ‘light’ e impresiones, aunque sí sabemos que la demanda de asistencia ha aumentado y los recursos no. Esto significa más listas de espera y más personas insuficientemente atendidas“, concluye Bobes.

Entre lo que se puede recabar sobre prevalencia de trastornos mentales en la sociedad española, está la estadística sobre las principales enfermedades crónicas. En este grupo de quince dolencias, la depresión crónica ocupa el séptimo lugar, por encima de afecciones tan poderosamente mediáticas como la diabetes, el asma y las enfermedades coronarias. ¿Por qué se sigue olvidando la salud mental? “A veces hay una cierta miopía en estos temas de gestión, intereses presupuestarios, falta de voluntad…“, diagnostica Rodríguez. Según Eurostat, el impacto de la depresión crónica en España estaría ligeramente por encima de 7,1% que constituye la media europea.

Además, los programas formativos no acompañan. “A este paso, llegará un momento en que dejará de haber psicólogos clínicos“, vaticina Rodríguez. En 2017, más de veinte años después que se incluyese la Psicología Clínica entre las especialidades a las que se accede a través de programas de formación sanitaria especializada -como el MIR en medicina y el FIR en Farmacia-, cada aspirante a psicólogo clínico de los 4.103 que se presentaron compitió con otros 32 contrincantes por conquistar una de las 128 plazas ofertadas. Este ratio es el más alto de todas las especialidades sanitarias. En el extremo opuesto estaría medicina, con dos aspirantes por plaza. “Convendría que se aumentaran las plazas. Ahora mismo, la mayoría de los psicólogos clínicos que estamos ejerciendo somos los que nos acreditamos cuando se introdujo el PIR“, explica Rodríguez.

Más allá de formar y contratar profesionales, la solución integral pasa, según Bobes, por echar la vista atrás y volver a poner encima de la mesa los compromisos de Helsinki. “Lo que hay que hacer es cumplir lo acordado. O nos ponemos a ese nivel, o lo tenemos muy crudo“, sentencia.
..Montse Hidalgo. bez

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