La inspirada Walkiria de Wagner, de nuevo en el Real

..Redacción.
De acuerdo con el anunciado proyecto de ofrecer la tetralogía wagneriana completa a lo largo de varias temporadas, tras la presentación de “El oro del Rin” el pasado año, le llega ahora el turno al segundo título de este singular cuarteto operístico, “La Walquiria”, drama musical en tres actos con libreto y música de R. Wagner que se ofrece con una producción de la Ópera de Köln, dirigida musical y escénicamente por Pablo Heras Casado y Robert Carsen, respectivamente.

Asentado ya en una cómoda y tranquila vida doméstica y social debido al generoso patrocinio que le concedió el rey Luis II de Baviera, gran enamorado de su música, tras el éxito que le proporcionó su “Tristán e Isolda”, Wagner inició su composición en 1851 para finalizarla en 1854.

En este segundo título de su tetralogía, Wagner despliega un caudal tan alto de inspiración que puede considerarse como el más atractivo de los que la conforman, no solo por el aspecto puramente orquestal sino por el dramático-vocal. Entre sus pasajes más recordados se encuentra el superconocido número de “La cabalgata” con que se inicia el tercer acto, muy utilizado con reconocido éxito en el ámbito del cine.

Además de haber volcado en la Walkiria sus mejores conocimientos e ideas operísticas acerca de su conocida idea sobre el “drama en la ópera”, Wagner no solo la ha dotado de una música sumamente brillante y melodiosa sino de un gran lirismo. Su estreno tuvo lugar el 26 de junio de 1870 en el Königliches Hof-und NationalTheater de Munich. El Real la presentó por primera vez el 19 de enero de 1899.

Desde los primeros compases de la obertura, con esa atractiva descripción que la cuerda grave describe la tensión que vive Siegmund antes de llegar a la casa de Hundig y Sieglinde y el resto primer acto, conocido popularmente con el nombre de “el acto del amor” porque en él, en un pasaje que dura en torno a una hora, con unas formas dotadas de una especial sutileza, Wagner dibuja como nadie el abrazo amoroso entre los hermanos Segismund y Sieglinde. Un fragmento que recoge uno de los puntos más brillantes de su música en el que, como en ningún otro lugar, dibuja los aspectos más sutiles de este natural sentimiento humano, rodeado de una forma orquestal tan sublime y sugestiva como pocos lo han sabido hacer. En él no solo se respira esperanza sino que, además, promete consumación.

En este título Wagner desarrolla una línea melódica que se diferencia bastante del estilo declamatorio con el que se mueven el resto de los personajes, altamente erotizada, que ya empleó también para construir el bello preludio del mencionado “Tristán e Isolda”.

En él, el poderoso anillo sigue siendo todavía objeto de deseo y fuente de conflictos, además de marcar el destino tanto de quienes lo anhelan como de los que lo temen. El hechizo del fuego situado al final de la obra, que tantos comentarios ha suscitado, no está pensado para que pueda utilizarse como mero efecto teatral final sino para hacer referencia al duro purgatorio que Wotan tiene que empezar a soportar.

Es en el acto 3º donde la creatividad musical de Wagner llega a su más alto nivel, dada la perfecta unión que se produce entre un texto –elaborado directamente por él- y lo mejor de su música, haciéndose referencia hasta en cuatro ocasiones al motivo musical alusivo a la interrogación sobre el destino, ese viejo pensamiento con el que el compositor estuvo siempre tan profundamente obsesionado, reflejado por el acorde final de la obra para describir la soledad y la quietud de las cumbres y de la noche, iluminadas solamente por el suave resplandor de ese mencionado fuego que debe rodear y proteger a Brünnhilde durante toda la eternidad.

El desaparecido crítico Fernández Mayo consideraba que “el final de la walkiria, no solo es una auténtica joya musical sino también la soberbia expresión poética del drama de quien voluntariamente ha sabido renunciar y ceder ante “el que es más libre que él, el dios”. En ese momento es cuando Wotan resulta realmente grande, debido a que el poderoso, el político, voluntariamente, por fin, da entrada en él , al hombre”.

Entre las diversas grabaciones que a lo largo de la historia de este título se han realizado, cabe destacar la preparada por el Metropolitan neoyorquino dirigida por su director titular, Jean Levine, con escenografía de Carl Fillon, junto con la Orquesta del propio Metropolitan, realizada en vídeo de alta definición en mayo de 2011.

Puesta en escena
Por su afinidad con el pesimismo filosófico de A. Schopenhauer y la idea del crítico B. Shaw, Carsen ha querido trasladar a su puesta en escena una semblanza del poder destructivo del capitalismo cuando su desmedida ambición de poder y riqueza le lleva forzosamente a la destrucción de la humanidad. Una particular visión, salvo la del 2º acto, más clara, concreta y serenamente humanizada, difícil de plasmar y menos de entender tal y como en esta ocasión se desarrolla; algo fría, distante, cómoda y llena de incongruencias, que hacen que el espectador se desinterese un poco de ella para centrarse plenamente en la parte musical que es, en definitiva ,debido a su singular belleza, lo que verdaderamente le atrae e importa y más si, como en este caso, afortunadamente, todo ha funcionado adecuadamente, tanto por parte de la dirección musical de Heras Casado, que ha desgranado con afinada perfección la dureza que desde el primer momento tiene la partitura. La orquesta titular del teatro, generosamente espléndida y un doble elenco, integrado por voces experimentadas en este tipo de obras, en el que, además de intervenir dos mezzos españolas enclavadas en el grupo de las ocho walkirias; Sandra Fernández (Waltraude) y Marifé Nogales (Grimgerde) han destacado las intervenciones de Tomasz Konieczny y James Rutherford –algo desvaído y distante debido a su desgranada voz- , que se alternan el significativo papel de Wotan, muy expresivos y convincentes en el aspecto dramático y las de Ricarda Merbeth e Ingela Brimberg,. Dos buenas Brünilde emocionalmente deliciosas, especialmente en el gran dúo con Wotan que cierra la obra.

En definitiva, una digna reposición, muy de agradecer, dada la seriedad y rigor con que el Real la ha abordado.

 

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