Universidad: ciencia y cultura

Dr. Luis Ortiz, presidente de la Academia Médico-Quirúrgica Española

Anuario iSanidad 2022
Dr. Luis Ortiz, presidente de la Academia Médico-Quirúrgica Española
La universidad española ha contribuido de una manera muy escasa al desarrollo de la investigación y de la ciencia en España a lo largo de los años. Ortega y Gasset en su obra Misión de la Universidad enfatizó en la labor docente, dando poca relevancia a la investigadora tanto de los profesores como de la institución. Esta visión podría comprenderse en ese momento histórico, sin embargo, hoy no puede concebirse una universidad en la que uno de sus pilares fundamentales no sea la investigación. Ninguna institución docente debería denominarse universidad sin una potencia investigadora que genere capacidad de crear conocimiento, desarrollo del saber, espíritu analítico, autocritica, en suma, crear y transmitir, lo que deben constituir la esencia de la universidad.

Cajal considera que la labor del progreso de la ciencia y de la universidad se debe estructurar en varias etapas. La primera es la de generación de nuevos conocimientos y se debe realizar en el espacio personal del investigador, con la máxima calidad y rigor y en competencia con los mejores investigadores. La segunda parte, muy importante, es la de la publicación con el máximo impacto posible, ya que la ciencia que no se publica no existe. Sirva como ejemplo el monje benedictino Mendel que publicó sus investigaciones sobre genética estudiando los guisantes en el año 1866, lo que conocemos como leyes de Mendel, y por publicarlo en revistas de bajo impacto y escasa difusión, no se conocieron en el mundo científico hasta el año 1900.

En tercer lugar, los investigadores deben realizar el máximo esfuerzo en difundir sus resultados en varios escenarios sociales, mediante una labor divulgadora que debe hacerse en el pregrado, en el posgrado, en el doctorado y también a la sociedad a la que se le da servicio y a los políticos, para que puedan tener criterios objetivos y actuales que apoyen sus decisiones legislativas.

El elemento característico y diferencial de las instituciones de educación radica en su capacidad de generar ciencia, atrayendo a la universidad personas dispuestas a incorporar conocimiento y transferirlo a la sociedad. Un concepto de universidad auténtico y completo no puede prescindir ni minusvalorar la ciencia. La proliferación excesiva, y su consiguiente devaluación, del número de universidades resulta, en gran medida, favorecida por esa tendencia a conceder más importancia a la enseñanza que a la investigación. Si se limitan sus espacios a la docencia, a la expedición de títulos, denominando universidades a las empresas cuyo único fin es la formación lucrativa, en mi opinión se debería rechazar. La verdadera institución universitaria no existe allí donde no se crea conocimiento.

Ninguna institución docente debería denominarse universidad sin una potencia investigadora que genere capacidad de crear conocimiento

España padece un déficit crónico de inversión en I+D+i, en torno al 1,2%, un punto inferior de la media mundial. El máximo histórico se alcanzó en 2010 con el 1,36%. Esta es una de las razones, que no la única, de la diáspora de investigadores y profesionales sanitarios españoles por el mundo.

Para finalizar, apuntar otro de nuestros males endémicos, como ha sido la falta de colaboración entre los sectores público y privado. Hoy día es impensable construir una estructura robusta de la ciencia sin que los sectores público y privado formen parte de este sistema. En los países más desarrollados el sector privado contribuye de forma relevante a la inversión en investigación, llegando a representar alrededor de tres cuartos del total, en EEUU un 71% y en Corea del Sur un 78%. En España nos situamos en un modesto 57%. Una colaboración leal e intensiva sería el mejor método para desarrollar y atraer talento investigador a nuestras universidades.

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