Juan José Afonso, director general San Juan de Dios España
Han sido muchas las tardes de sábado en las que con mis hijos y en el sofá, casi en modo siesta, hemos visto y revisto las aventuras y desventuras de Macaulay Culkin y muchas las carcajadas que esa grotesca, pero posible historia, nos ha producido.
Lo cierto es que la película, con todo su humor y con toda su sensiblería, independientemente del número de la secuela o precuela que estés viendo, siempre acaba de la misma manera. Los padres están muy estresados porque el niño está solo mientras que él está deseando volver a juntarse con su familia, porque al final todos queremos pasar las efemérides importantes, y muy en especial la navidad, acompañados de nuestros seres queridos. No en vano, por definición, somos básicamente seres sociales.
Pero digo acaba porque no es cómo empieza la película. Al principio, para Kevin McCallister, el nombre del personaje de Macaulay Culkin en ‘Solo en Casa’, la felicidad es poder estar solo, comer lo que le dé la gana, ver la tele hasta altas horas de la madrugada y estar, en definitiva, totalmente liberado de normas, reglas y organización familiar. Esta soledad deseada es buena, incluso me atrevo a decir que a veces, necesaria.
Cuatro de cada 10 personas que declaran estar en situación de soledad no deseada en España son menores de 34 años
Eso sí, cuando la película se aproxima a su desenlace, podemos encontrar a un Kevin echando de menos la compañía de los suyos e incluso las normas impuestas. Le agobia la soledad y se convierte en una situación no deseada. Y esta soledad no es ni buena, ni necesaria.
Lamentablemente hoy, y ya fuera del mundo Hollywood, primamos de tal manera el individualismo y estamos tan conectados online pero tan alejados offline que ya sabemos que cuatro de cada 10 personas que declaran estar en situación de soledad no deseada en España son menores de 34 años.
Y si a esto le sumamos que la esperanza de vida crece a un ritmo acelerado y proporcional al aumento de nuestra calidad de vida, es decir que alargamos y ensanchamos la vida tanto como la tecnología y la innovación nos lo permiten, se constata que, sin duda, la soledad no deseada es uno de los grandes retos sociales de las próximas décadas en nuestro país.
Para San Juan de Dios la soledad no deseada es una de las áreas de vulnerabilidad que más nos preocupa y será uno de los pilares centrales de nuestra actuación en los próximos años
Una situación que va a ser pandémica, porque los babyboomers nos vamos acercando progresivamente a la etapa de los nidos vacíos, los amigos y familiares fallecidos, y es cada vez menor la disposición para la actividad social. Lo que, sumado a ese contexto tecnológico tan expansivo y cada vez más inteligente que procura que nuestra vida sea tan cómoda para que no haga falta salir de casa ni para comprar el pan, no pinta que esto se vaya a reducir, más bien a aumentar.
Para San Juan de Dios esta es una de las áreas de vulnerabilidad que más nos preocupa y en la que estamos trabajando porque creemos que es necesario que sea uno de los pilares centrales de nuestra actuación en los próximos años. Por el tremendo impacto en lo social y sanitario que vislumbramos va a tener.
Trabajar para paliar esta situación y atender cada caso, persona a persona, nos obliga a pensar en muchas otras variables que, hasta ahora, los miopes sistemas de protección social y asistencia sanitaria no han atendido. Y digo miopes porque como ciudadanos podemos pensar que las necesidades están cubiertas atendiendo lo social y lo sanitario por separado como lo hacemos en la actualidad, pero los que trabajamos por y para el servicio público en estas áreas sabemos cuántas fisuras, agujeros negros y puntos muertos tiene la relación entre las consejerías que dividen el mundo en función del servicio que deben prestar y no de las personas que lo tienen que recibir.
La solución no es ni fácil ni barata pero seguro que no pasa por seguir haciendo lo que estábamos haciendo hasta ahora
Parece una cuestión menor, pero nada más lejos y si no, que se lo digan a las familias con algún miembro con discapacidad, por poner un ejemplo. Para la soledad no deseada no existe cura. No existen tampoco soluciones residenciales al uso para que la gente, así de buenas a primeras, de repente quiera vivir en comunas abandonando la calidad y la calidez que el entorno de cada uno le proporciona, a cada uno el suyo. Es tanto como añadir a la dependencia que conlleva cumplir años, la exclusión social.
Tampoco podemos encarar esta situación sin atender a la España vaciada o los nuevos retos demográficos y medioambientales en las grandes urbes. Tampoco podemos hacerlo sin reconocer que prevenir “la enfermedad mental” pasa por cuidar “la salud mental” o lo que es lo mismo, que hay que invertir en prevención, pero a lo bestia.
Para todo ello me temo que la solución no es ni fácil ni barata pero seguro que no pasa por seguir haciendo lo que estábamos haciendo hasta ahora. Implica muchos cambios y muy profundos. Porque, de lo que queda por venir en las próximas décadas, quizás es de lo poco que podemos tener cierta seguridad que va a ocurrir.
Podemos afirmar que cuando Kevin se jubile a buen seguro abriría la puerta a los ladrones por el simple hecho de tener con quien hablar.