El fármaco y la palabra

Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando

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Redacción
Siguiendo a don Fernando Lázaro Carreter he comentado durante décadas el uso de términos incorrectos en español, en el contexto de la comunicación científica. La fuente es inagotable y no parece haber mejorado con los años. Así, en un reciente seminario sobre enfermedades neurodegenerativas escuché que el grupo de pacientes con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) había sido macheado con un grupo control. No me sonaba el significado de esta palabra y acudí al DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) para ver si me enteraba. Para la palabra machear el DRAE proporciona tres acepciones: 1. Dicho del macho: Fecundar a la hembra; 2. Fecundar las palmeras sacudiendo las inflorescencias masculinas sobre los pies femeninos; y 3. Dicho de un animal: Engendrar a más machos que hembras.

Esta consulta no me aclaró el tema ya que no veía relación entre machear a pacientes y controles en el ensayo clínico que comentaba y la fecundación de la hembra. Para la expresión macheo de datos encontré también que se trataba de la búsqueda de correspondencia entre esquemas conceptuales de datos. En Argentina la palabra tiene que ver con la conquista amorosa: cuando dos personas demuestran interés y «se gustan».

Como estos significados no satisfacían mi curiosidad busqué la voz inglesa match, que se usa ocasionalmente en el lenguaje deportivo en español, un anglicismo innecesario pues contamos con los equivalentes españoles: partido o encuentro; en boxeo, combate o pelea. En tenis se habla de match ball y match point sin que sepa bien por qué, ya que en español tenemos las expresiones bola de partido o punto de partido. Como estos significados tampoco satisficieron mi curiosidad, continué mi búsqueda que me llevó al verbo inglés to match que significa igualar, es decir que alguien o algo es igual a otra cosa o persona. Pues eso, que los sujetos que no padecían ELA se seleccionaron para igualar el número y características de los pacientes que sufrían ELA y los correspondientes controles. IGUALA; no machees.

Comento aquí algunos anglicismos innecesarios que se han introducido en el lenguaje en español de las ciencias médicas

De toda la vida es el término interacción fármaco-receptor; algo así como la afinidad y la capacidad de una molécula (el fármaco) para unirse a una proteína (la diana, el receptor) para ejercer un efecto. A pesar de la meridiana claridad de este clásico concepto de la farmacología, en una reciente reunión de una red de investigadores escuché el término target engagement para referirse a la susodicha interacción. Este par de voces inglesas ha adquirido carta de naturaleza en el área del descubrimiento y desarrollo de nuevos medicamentos: una molécula exhibe un efecto neuroprotector con potencial terapéutico en el alzhéimer; sabemos que en modelos celulares in vitro bloquea el receptor purinérgico P2X7, cuya activación por el ATP genera un estado neuroinflamatorio larvado. Si ejerce esos efectos in vivo, por ejemplo, en un ratón modelo de la enfermedad, precisamos saber si se deben a su unión a la pretendida diana en cerebro, el receptor P2X7; es decir, si la molécula en cuestión exhibe target engagement o séase, si interacciona con su diana. De toda la vida, interacción fármaco-receptor.

Hace unos años, en una sesión clínica del madrileño Hospital Universitario de La Princesa se presentó el caso de un paciente de 65 años, fumador hasta 2 años antes de acudir a consulta, bronquítico crónico, con una hipertrofia benigna de próstata, tratada con bloqueantes adrenérgicos alfa, y cólicos nefríticos de repetición. Presentaba una presión arterial de 160/90 mmHg, una frecuencia cardiaca de 55 lpm, una leucocitosis de 14.000 con desviación a la izquierda y una bioquímica sugerente de insuficiencia renal severa.

En el diagnóstico diferencial se barajaron síndromes autoinmunes tipo Goodpasture, necrosis tubular aguda, glomerulonefritis rápida progresiva, enfermedad de Wegener o poliangeitis microscópica. Se instauró tratamiento a base de dosis altas de metilprednisolona y ciclofosfamida. El tratamiento inmunosupresor torna la leucocitosis en leucopenia, el paciente comienza con esputos hemoptoicos y la placa de tórax revela una hemorragia alveolar difusa que se controla con suero frío y adrenalina. Una muestra del lavado broncoalveolar reveló presencia de Aspergillus fumigatus, sin que la anfotericina B lipoidea ni la caspofungina lograran evitar que el paciente cayera en un cuadro de shock séptico y falleciera con un síndrome severo de fracaso multiorgánico.

La autopsia reveló una glomerulonefritis con necrosis fibrinoide y sinequias, pulmones congestivos y hemorrágicos y una trombosis auricular derecha, entre otros hallazgos sugerentes de una vasculitis severa ANCA+ (anticuerpos IgM e IgG contra el citoplasma de neutrófilos). Luego, en la didáctica exposición de las enfermedades autoinmunes, se insistió en la afectación renal severa y en el daño renal severo. En el rico coloquio que siguió se polemizó sobre la conveniencia de instaurar pronto un tratamiento inmunosupresor drástico, aún a costa del riesgo de provocar una infección severa. Se habló también de utilizar anticuerpos anti-TNFα, tipo infliximab y de los casos con síndrome pulmón-riñón que componen la casuística del Servicio de Cuidados Intensivos, que presentó el caso que comento con rigor y claridad, como ya nos tiene habituados.

Un idioma sin términos científicos propios es un idioma mutilado, reflejo de una cultura sin respeto ni respaldo, en el sentir del profesor Antonio Campos

A la UCI acuden los pacientes graves; no sorprende por ello que en la sesión clínica surgiera con más frecuencia que de costumbre, el anglicismo severo. En El estudiante de Salamanca, José de Espronceda pone en boca de don Félix de Montemar, dirigiéndose al espectro de su burlada amante Doña Elvira de Pastrana, los siguientes versos: «Basta de sermón,/ que yo para oírlos la cuaresma espero,/ y hablemos de amores, que es más dulce hablar;/ dejad ese tono solemne y severo,/  que os juro, señora que os sienta muy mal». No creo que con el «tono severo», don Félix de Montemar se refiriera al estado de enfermedad avanzada de doña Elvira, que ya había muerto y a quien hablaba era a su fantasma. Por ello decidí indagar sobre el significado de la palabra severo.

Tanto la palabra inglesa severe como la española severo vienen del latín severus. Por alguna razón que desconozco, los ingleses han adoptado el doble significado de persona estricta, muy crítica o rigurosa, por un lado, y por otro el de grave (grievous) para referirse a un herida o enfermedad (Webster´s New Encyclopedic Dictionary, Black Dog and Leventhal Publishing, New York, pp 938-939, 1994). Sin embargo, el DRAE se conforma con las tres acepciones siguientes: 1. Riguroso, áspero, duro en el trato o castigo; 2. Exacto y rígido en la observancia de una ley, precepto o regla; 3. Dicho de una estación del año: que tiene temperaturas extremas. El invierno ha sido severo. El DRAE no hace mención de la acepción grave, para referirse a una enfermedad, como en el caso de la palabra inglesa severe.

María Moliner (Diccionario de Uso del español; Editorial Gredos, Madrid, Tomo II, p.1156, 1991) es más explícita con la palabra severo y dice todo esto de ella (copio textualmente): «1. Aplicado a las personas y, correspondientemente, a sus palabras, juicios, castigos, etc. Falto de benevolencia. Muy exigente al someter a otros o a sí mismo a una disciplina, norma o ley (“un profesor, un crítico severo; unos padres severos; impuso una severa disciplina”). 2.  Se aplica a invierno o verano para expresar que el frío, el calor o la destemplanza son extremados: “Tuvimos un invierno no muy severo”. 3. Aplicado al semblante o aspecto de una persona seria o grave: “un anciano de severo continente”. Aplicado a ciertas cosas o a su aspecto serio: sin colores demasiado vivos, sin exceso de adornos: “un traje severo”. “Un salón de aspecto severo”».

En su libro El dardo en la palabra, don Fernando Lázaro Carreter aseveraba que escribía contra quienes se arriman al anglicismo del teletipo, desconociendo que su idioma dice eso mismo, pero de otro modo

María Moliner se refiere también a una amplia serie de palabras sinónimas, muchas de las cuales se recogen en el Gran Diccionario de Sinónimos y Antónimos (Espasa Calpe, Madrid, 1987, p.1188): cabal, ceñudo, despiadado, draconiano, estricto, implacable, inclemente, inflexible, puntual, serio, grave, adusto, amarrado, exacto, exigente, rígido, riguroso, templado, intolerante, justiciero, legalista, ordenancista, catoniano, censor. He subrayado la palabra grave que el Gran Diccionario da como sinónima de severo, para que los defensores de este anglicismo tengan un respiro. Pero que no se hagan ilusiones: María Moliner nos dice en su acepción número 3 para la palabra grave: «Aplicado a personas, a su gesto o actitud, a sus palabras, etc.; se emplea generalmente yuxtapuesto, rara vez con “ser”, y alguna vez, sólo aplicado a personas, con “estar”». Serio, respetable o solemne: un grave profesor; me alarmé al verla con una cara tan grave; nos hicieron impresión sus graves palabras. Recordemos el «tono solemne y severo» (grave) de doña Elvira, al que aludía don Félix de Montemar.

Pero lo que importa aquí es la acepción número 2 que María Moliner da para la palabra grave, un adjetivo que se aplica a lo que envuelve peligro o tiene o es susceptible de tener consecuencias muy dañosas: La situación es grave pero no desesperada; una enfermedad grave. Pues eso, vasculitis grave, una situación susceptible de tener consecuencias muy dañosas: el paciente falleció.

Pero el problema del uso de anglicismos innecesarios en la hermosa lengua de Cervantes no solo atañe a la ciencia; y no es reciente. El 3 de enero de 1995, en su columna de ABC, Camilo José Cela ironizaba sobre la invasión de anglicismos en el lenguaje coloquial de la calle. El título de su comentario hablaba por sí solo: «Insistiending». Refiriéndose a sus dos personajes comentaba que «a Fred y a Ted, después de iniciarse en los arcanos del marketing, del consulting y del advertising, ya es sabido que en los pubs, en los burguers y en los snacks, se nutre el mailing y se aprende mucho, están ahora estudiando, digamos, factoring, confirming y forfaiting y, si las cosas les siguen yendo bien, piensan enfrentarse con las complejas y soterradas raíces del leasing y el franchising, sin despreciar, claro es, el hedgkin y el trading, que tampoco están mal». Esta especie de jerga crea confusión y deteriora nuestra lengua, concluye Cela.

Cuando era director del Instituto de Salud Carlos III, allá por el año 2001, el profesor Antonio Campos comentó en la revista Panacea un artículo que publiqué en la revista Jano. En este artículo denunciaba, una vez más, la innecesaria y antiestética contaminación que sufre nuestro idioma en el ámbito de las ciencias biomédicas. Comentando mi artículo, Antonio Campos aseveraba que la denuncia era oportuna y se unía a la extraordinaria preocupación que existía en muchos ámbitos culturales sobre el futuro científico del idioma español. Por entonces, el propio Lázaro Carreter afirmaba que el porvenir del español, al que auguraba problemas para el siglo XXI, no estaba en su crecimiento exterior (Brasil o Estados Unidos) ni en las contiendas oficiales interiores sino, sobre todo, en que quienes lo hablamos sintamos que detrás existe el respaldo de una cultura respetada.

Hablar bien y escribir correcto español es obligación (y placer estético) de todo universitario, aunque sea un científico o un médico

En su excelente artículo, Campos afirma que si en el sentir de Ortega y Gasset la cultura es el repertorio de ideas que nos hace entender el mundo en que vivimos y si la lengua es el instrumento y la expresión de la cultura, la falta total o parcial de terminología científico-médica en una lengua no solo constituye una grave mutilación de la misma sino, lo que es sin duda más importante, la propia mutilación de la cultura a la que dicha lengua sirve y representa. Campos asevera también, y yo comparto su opinión, que un idioma sin términos científicos es un idioma mutilado; la continua incorporación de anglicismos al lenguaje científico-médico que practicamos constituye una de las mayores dejaciones culturales de nuestro tiempo, a la que tenemos que poner coto si no queremos que la invalidez de nuestra lengua sea la expresión formal de una cultura sin respeto ni respaldo.

Antonio Campos finaliza su artículo con una cita de Francisco Umbral, quien dijo que la gramática es como un valladar que cuando se rompe deja entrar el inglés a borbotones. Los anglicismos son también la expresión de una ruptura. Si no existe de inmediato una traducción útil y precisa al español de los nuevos términos científicos y médicos acuñados en inglés, las nuevas palabras acampan en nuestras frases y acaban haciéndose un hueco en nuestra sintaxis. Todos debemos vacunarnos contra esta epidemia de anglicismos para prevenir su expansión, concluye Campos (Panacea, 22-3, 2001).

Y como apunta don Fernando Lázaro Carreter: «(…) Escribo contra el uso ignorante de nuestro idioma: el de quienes se arriman al anglicismo del teletipo, desconociendo que su idioma dice eso mismo de otro modo, contra los que desalojan el significado castellano para hacer y decir a los vocablos lo que no dicen (…)». Y, como digo yo, hablar bien y escribir con propiedad, en correcto español, sin utilizar anglicismos o palabras inglesas innecesarias, es obligación (y placer estético) de todo universitario; aunque sea un científico o un médico.

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