Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
La génesis de la idea FTH (Fundación Teófilo Hernando) no aconteció de repente, como tampoco fue el caso de la siesta de don Isaac Newton bajo un árbol, la manzana que le despertó y la teoría de la gravitación universal. Aquel «momento eureka» se siguió de dos décadas de duro trabajo hasta que Newton publicó sus Principia Mathematica. Sí que la idea de la Fundación surgió también de un sueño, pero un sueño largo nacido de la necesidad. El creciente número de colaboradores que acudían a mis laboratorios, primero en Valladolid, luego en Alicante y en Madrid para hacer sus tesis doctorales o realizar estancias posdoctorales, aumentaba gradual y considerablemente los recursos económicos necesarios para equipamientos, reactivos y, lo más importante, para becas y contratos para la formación de jóvenes investigadores.
En la década de los setenta era harto complicado importar desde Estados Unidos un simple reactivo químico; podían transcurrir meses desde que se hacía el pedido hasta que el producto llegaba a la estantería del laboratorio. Más de una vez tuve que ir a la aduana del aeropuerto de Barajas para reclamar o recoger un reactivo, a veces deteriorado pues el hielo seco en el que venía sumergido se había evaporado. Para importar un aparato, si queríamos hacerlo directamente para ahorrarnos los gastos de los intermediarios, el proceso era tedioso, largo y kafkiano. Y contratar un técnico de laboratorio o reclutar becarios para hacer la tesis doctoral era misión casi imposible.
Relato aquí las circunstancias que impulsaron la creación de la Fundación Teófilo Hernando
En la década de 1980, durante el quinquenio que pasé en la naciente Universidad de Alicante, había que hacer todo y de todo: construir un pequeño edificio para el Departamento de Farmacología; improvisar una unidad de cultivos celulares sellando las ventanas del recinto con cinta adhesiva para evitar que entrara el polvo de una cementera cercana al campus y contaminara los cultivos; ir por la mañana temprano a conseguir algún órgano vacuno en el matadero, que disecábamos nosotros mismos; a lo que hay que añadir los problemas de obtención de recursos y las dificultades ya mencionadas para la adquisición de materiales de laboratorio.
Si problemático era gastar el dinero, más difícil era conseguirlo. Por entonces, recurríamos mayoritariamente a las convocatorias públicas para financiar proyectos de investigación. La mayoría de ellas no permitían la contratación de personal investigador. Era mucho más fácil comprar un equipo millonario que reclutar un técnico que supiera manejarlo. Conozco casos de laboratorios en que aquellos caros equipos podían permanecer embalados durante años. ¡Qué cosas!
La financiación por la empresa privada de los grupos de investigadores que trabajábamos en organismos públicos (universidades y Consejo Superior de Investigaciones Científicas) estaba proscrita. Muchos de los investigadores preferían vivir en su impoluta pero escuálida burbuja a «contaminarse» con el dinero privado. Y este espíritu se fomentaba desde las autoridades que malentendían la esencia de la ciencia médica, que debe buscar con sus descubrimientos la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos, sin reparar en el origen público o privado de los dineros.
En las décadas de 1970, 1980 y 1990 los recursos para la investigación biomédica eran escasos, difíciles de obtener y gestionar
Durante mi estancia en la Universidad de Alicante se me invitó a la evaluación de proyectos concertados de investigación que financiaba el Ministerio de Educación y Ciencia junto con el Ministerio de Industria, a través de un organismo que se conocía con el acrónimo CDTI, Centro para el Desarrollo Tecnológico e Industrial. El CDTI concedía créditos blandos, algunos a fondo perdido, a proyectos relacionados con la investigación y desarrollo de fármacos. Uno de ellos se había concedido a los Laboratorios Alter. En el proceso evaluador y en las reuniones que siguieron, tuve la oportunidad de conocer al excelente químico doctor Carlos Sunkel, que a la sazón era el director de investigación de Alter. Carlos y yo entablamos una amistad perdurable y decidimos emprender un proyecto conjunto de investigación sobre nuevos fármacos calcio-antagonistas con actividades antitrombótica y antihipertensora. El proyecto se financió en el marco de un programa concertado, con fondos para mi grupo y para Alter. Este proyecto me abrió los ojos para buscar apoyos financieros más allá de los escuálidos programas de financiación pública de la investigación en España.
Fue en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), a partir de 1987 y en las décadas siguientes, cuando mis colaboradores y yo decidimos acudir con más dedicación a los fondos privados para financiar nuestras investigaciones. Y así, gradualmente, fuimos firmando convenios de colaboración con varias empresas farmacéuticas nacionales (Alter, Prodesfarma, Viñas, etc.) y multinacionales (Janssen-Cilag, Ely Lilly, etc.). Los fondos de estos convenios y algunos de fuentes oficiales, caso de los procedentes del Fondo de Investigación Sanitaria, los gestionábamos a través de la Fundación Universidad-Empresa; por entonces no existían las fundaciones universitarias ni hospitalarias. ¿Por qué nuestro grupo no podía tener su propia fundación, que potenciara los recursos y agilizara la gestión de nuestros proyectos? Las circunstancias que propiciaron la cristalización de esta idea largamente perseguida, son impredecibles y a veces nacen de la convergencia de varios factores.
La colaboración universidad-empresa estaba incluso mal vista, aunque el grupo en el que se gestó la Fundación inició varios convenios de colaboración con varios laboratorios farmacéuticos.
Un día de 1966, cuando estudiaba yo tercer curso de medicina en la llamada Universidad Central, hoy Complutense de Madrid, don Benigno Lorenzo Velázquez acudió a clase acompañado de un viejo profesor, don Teófilo Hernando Ortega. A la sazón, don Benigno era el catedrático de la dura asignatura de Farmacología. Ocasionalmente, don Benigno invitaba a algún profesor para impartir una clase y aquel día de 1967 nos presentó a su maestro, con el que hizo su tesis doctoral en el primer tercio del siglo XX. Contó que el profesor Hernando era el adelantado de la moderna farmacología española, que había introducido en la Universidad Central y, más tarde, a través de sus discípulos, en otras universidades. Don Teófilo había estado haciendo su posdoctorado con el hoy considerado padre de la farmacología mundial, Oswald Schmiedeberg, trabajando sobre la digital en el Estrasburgo alemán de principios del siglo XX. Tras ganar la cátedra de la entonces llamada «Terapéutica, materia médica y arte de recetar», introdujo la farmacología de Schmiedeberg en dos vertientes y asignaturas, la Farmacología General en tercer curso y la Terapéutica Clínica (hoy farmacología clínica) en sexto curso de Medicina. Aquel día de 1967, don Teófilo nos habló de la digital con un lenguaje sencillo y claro y nos contó algunas anécdotas que nos embelesaron. Quise conocer más de cerca a don Teófilo y la casualidad lo propició: Casado con mi tía Carmen, hermana de mi padre, Francisco Flórez Guillamón ejercía en Murcia la medicina interna. Cuando le conté la anécdota de la clase digitálica de don Teófilo, me dijo que le conocía, ya que en ocasiones le había llamado a consultas cuando tenía un enfermo problemático. Con mano temblorosa, debido a una avanzada enfermedad de Parkinson, mi tío escribió una carta pidiendo a don Teófilo que me recibiera y me orientara en mis estudios. Y así ocurrió. Don Teófilo me recibió en la impresionante biblioteca de su casa de la calle de don Ramón de la Cruz, en el madrileño barrio de Salamanca. Salí de aquella visita con algunas separatas de los trabajos de don Teófilo y con ánimos suficientes para comerme el mundo. Estas visitas se repitieron hasta que terminé la licenciatura, me doctoré y me fui a Estados Unidos a hacer el posdoctorado.
En mi primera visita comenté al viejo profesor que por la mañana iba al edificio de consultas del madrileño Hospital de la Cruz Roja, para aprender el oficio de médico en la consulta de los profesores Luis Felipe Pallardo y Pedro Gómez Leal. Pero también quería, por las tardes, familiarizarme con el método científico en el laboratorio. Don Teófilo me dio una carta para el profesor Velázquez que me presentó al profesor Pedro Sánchez García quien, tras hacer su posdoctorado en los Estados Unidos, estaba montando su laboratorio en el Departamento de Farmacología. Don Pedro me acogió con los brazos abiertos y me orientó hacia el camino de la farmacología, que ya no abandonaría jamás. Gran parte de ese camino lo recorreríamos juntos durante décadas.
La Fundación Teófilo Hernando nació en los entornos de la Universidad Autónoma de Madrid, con el apoyo de los hijos de don Teófilo Hernando y del Departamento de Farmacología y Terapéutica, en la Facultad de Medicina de la UAM
En 1979 don Pedro ya había logrado consolidar un modélico Departamento de Farmacología y Terapéutica en la Facultad de Medicina de la joven Universidad Autónoma de Madrid; se rodeó de un creciente número de colaboradores, entre los que me encontraba. Se nos ocurrió introducir una curiosa actividad pedagógica que luego tendría gran repercusión, el Minicongreso de Farmacología y Terapéutica de los Estudiantes de Medicina. El Minicongreso anual fue a más y en el marco del mismo se introdujo una Lección Conmemorativa a fin de honrar la memoria de don Teófilo Hernando, que había fallecido en 1975. En mayo de 1981, el afamado psiquiatra Juan Rof Carballo impartió la primera Lección en el Aula Magna, que presidió el entonces decano de la Facultad, profesor José Antonio Usandizaga. En mi condición de secretario y jefe de estudios de la Facultad, organicé todos los pormenores de la Lección, a la que acudieron los hijos de don Teófilo Luis y María Hernando, varios familiares, los estudiantes de tercer curso y profesores del departamento y de otros centros. Después de la Lección, profesores, familiares y discípulos del maestro inauguramos un busto de don Teófilo en el Departamento de Farmacología y Terapéutica, que todavía hoy lo preside.
En 1995 continuábamos con las dificultades de gestión de nuestros proyectos de investigación. A veces recurrí a algún amigo empresario para que me asesorara en la búsqueda y gestión de fondos, caso del economista Juan de Dios García Martínez, quien nos cedió a tiempo parcial a la gerente administrativa de su empresa para ayudarnos en la gestión de proyectos, María José Cieza Nava, una competente abogada que pronto se incorporaría a la Fundación y que continúa a día de hoy al frente del Departamento de Finanzas y Administración. No sé cómo, pero, quizás inspirado por mis relaciones con la Fundación Universidad-Empresa, se me ocurrió crear nuestra propia fundación y ponerle el nombre de don Teófilo Hernando. Hablé con su hijo, el profesor Luis Hernando, quien desde la Fundación Jiménez Díaz formó a una gran mayoría de los nefrólogos españoles de entonces y que, además, era profesor de nuestra Universidad; también le propuse el proyecto a su hermana María Hernando. Les entusiasmó la idea y con su ayuda económica para disponer de unos fondos de reserva iniciales mínimos, creamos la Fundación Teófilo Hernando, que vio la luz en 1996. El largo sueño comenzaba a hacerse realidad.
En sus casi tres décadas de actividades, el crecimiento de la FTH ha sido gradual pero continuado
El primer Consejo de Patronato de la nueva Fundación estuvo presidido por don Pedro Laín Entralgo. Me causó gran impresión conocerle personalmente pues le recordaba con admiración desde que escuché sus magistrales clases en la asignatura de Historia de la medicina, que impartía en un aula del madrileño Hospital Clínico San Carlos. El profesor Laín, además de su vasta cultura y su rico pensamiento crítico histórico-médico que había plasmado en numerosos libros, tenía el don de la palabra oportuna y bien dicha. Los miembros del exiguo Consejo de Patronato inicial, los profesores Hernando, Sánchez García, Manuela García López y yo mismo, y doña María Hernando, nos reuníamos en un pequeño despacho de la Facultad. Más tarde, cuando don Pedro Laín enfermó, llegamos a celebrar alguna reunión en su propia casa, en la Moncloa, en las estupendas casas de profesores de la Complutense. Tras el fallecimiento del profesor Laín Entralgo, el director del Departamento de Farmacología y Terapéutica en Medicina de la UAM, don Pedro Sánchez García, fue el segundo presidente de la FTH. Más tarde, ocupé la presidencia yo mismo, pero a día de hoy, don Pedro Sánchez García, a sus 94 años bien llevados, continúa siendo al presidente de honor de la Fundación.
Cabe preguntarse cómo ha podido sobrevivir la Fundación estos 27 años sin una política de mecenazgo, sin apoyos públicos o privados. La respuesta quizás resida en el hecho de que naciera en un departamento de farmacología y, por ende, que enfocara su actividad en ese rico y fascinante mundo del medicamento, que tantos recursos genera e invierte en la búsqueda de nuevos fármacos.
En el marco del plan concertado de investigación con Alter, al que me referí anteriormente, apareció en el horizonte la política de medicamentos genéricos, fomentada por el Ministro de Sanidad. En la Fundación vislumbramos la posibilidad de crear una pequeña Unidad de Ensayos Clínicos de fase I, que pudimos montar con la reconversión de un seminario del Departamento de Farmacología. Y, curiosamente, los Laboratorios Alter nos ayudaron económicamente para dotarla de los equipamientos necesarios; Alter tenía interés en entrar en el campo de los genéricos. Fue esta la puerta de entrada de la FTH al mundo de los ensayos clínicos. Con los años, las actividades de la FTH se extenderían a todas las fases de los ensayos clínicos. Para hacernos una idea acerca de la evolución de la Fundación en sus casi tres décadas de vida, hace unos días hemos celebrado la reunión interna anual y nos juntamos unos 40 miembros de la FTH. Mientras los responsables de los distintos departamentos exponían sus logros de 2023 y sus planes de actuación para 2024, pensaba que nunca imaginé que aquel pequeño grupo de personas alojadas inicialmente en el Departamento de Farmacología y Terapéutica, en Medicina de la UAM, crecería con los años de forma tan considerable. Pero lo interesante y verdaderamente inesperado es que en los últimos años ese crecimiento ha sido exponencial y es plausible que en 2024 lleguemos a la cifra de 60 personas trabajando en la FTH. ¿Haciendo qué? Pues haciendo ciencia, docencia y promoviendo el humanismo médico; trabajando con entusiasmo guiados por nuestro lema: «Deja que, con tu colaboración cada cual llegue a donde sea capaz».
Hoy, en su sede de Las Rozas, en la FTH trabajan medio centenar de especialistas en las distintas áreas de la I+D+i del medicamento
Creamos el primer Máster en Monitorización y Coordinación de Ensayos Clínicos en Madrid. A él le siguió otro Máster en Investigación y Desarrollo del Medicamento. Y a este, siguieron otros másteres similares que ahora se inician en Barcelona y otro sobre Industria Farmacéutica en Madrid. Junto con otros cursos de gestión y administración de ensayos clínicos, la FTH ha protagonizado la formación de más de 1.200 graduados y doctores que trabajan en la industria farmacéutica, empresas de investigación por contrato y unidades hospitalarias de investigación clínica. También se han montado, y están funcionando, varios cursos en línea. Muchas de estas actividades docentes se realizan mediante convenios con la UAM y otras universidades.
Pero si la formación es importante, tanto o más lo es la investigación preclínica traslacional, que se hace en el laboratorio de la FTH en las áreas del alzhéimer, las enfermedades neurodegenerativas y el ictus. Es más, en el marco de convenios establecidos con varias universidades (Autónoma de Madrid, Granada, Alicante, La Laguna, Alcalá de Henares…) la FTH financia las investigaciones de varios grupos de investigadores de las mismas a través de programas de mecenazgo fiscal, en colaboración con distintas empresas. La investigación clínica se realiza en el área de los ensayos clínicos, con colaboraciones con decenas de empresas farmacéuticas y otras de investigación por contrato.
La FTH también fomenta las investigaciones biomédicas que realizan los jóvenes ya consolidados en España en el marco del Foro «Teófilo Hernando» de Jóvenes Investigadores, en colaboración con la Real Academia Nacional de Medicina de España. También contribuye a despertar inquietudes científicas con la celebración cada verano de la Escuela de Farmacología Teófilo Hernando en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, los Seminarios Teófilo Hernando y la Lección Conmemorativa Teófilo Hernando en Medicina de la UAM. Y ha creado dos fructíferas redes de investigadores que gestiona y patrocina en parte, el GENN (Grupo Español de Neurotransmisión y Neuroprotección, 43 reuniones en toda España) y FARMADRID (30 reuniones de los farmacólogos de Madrid).
La FTH practica investigación científica propia en el área del alzhéimer y otras enfermedades del sistema nervioso, gestiona y coordina numerosos ensayos clínicos, contribuye a la formación de personal investigador y fomenta el humanismo en medicina
Y la FTH no se olvida de contribuir al fomento del humanismo en medicina y la proyección social de sus actividades; por ejemplo, a través de la creación de un grupo de poesía de estudiantes de medicina de la UAM, la edición de cuatro volúmenes del Recetario Poético de los Estudiantes de Medicina de la UAM, y la convocatoria anual de un concurso de poesía, amén de varias actividades de divulgación de los avances médicos a la sociedad. Esta última actividad se está potenciando mediante un convenio establecido recientemente con la Fundación Ortega-Marañón.
La manzana de Newton no ha inspirado la creación de la FTH. Ha sido el empeño de decenas de colaboradores guiados durante más de dos décadas por la práctica de una prudente política de crecimiento de su director, don Arturo García de Diego. Este a su vez ha recibido y recibe las orientaciones del Consejo de Patronato de la FTH, formado por una docena de investigadores clínicos y básicos de relieve, que hacen suyos los logros de la FTH. En última instancia, estos logros se traducen en un bien social, el objetivo fundamental de la Teófilo Hernando, una Fundación que camina hacia otro sueño mayor, el Centro Integral del Medicamento.