Anuario iSanidad 2023
Dra. Patricia de Sequera Ortiz, presidenta (2020-2023) de la Sociedad Española de Nefrología (S.E.N.)
La enfermedad renal crónica (ERC) ha aumentado casi un 30% en la última década y el número de personas en tratamiento renal sustitutivo (TRS) ha superado por primera vez las 1.387 personas por millón de población (p.m.p). Una prevalencia que a excepción del año 2020 y lamentablemente debido a la pandemia del Covid-19 no ha parado de crecer. Y lo peor es que no parece que estas cifras vayan a disminuir, debido al aumento en la esperanza de vida y la elevada prevalencia de enfermedades que comúnmente afectan a los riñones, como la diabetes o la hipertensión arterial.
De los cerca de siete millones de españoles con ERC, más de 65.000 necesitan un tratamiento que reemplace la función de sus riñones: diálisis o trasplante. Cuando está indicada y resulta posible, esta última opción es la me- jor para el paciente. Pero no siempre se le puede ofrecer. Aunque la actividad de donación es muy elevada y Espa- ña es líder mundial en trasplantes de riñón, las necesi- dades también son cada vez más elevadas, lo que origina un desequilibrio entre el número de pacientes en lista de espera y la oferta de órganos, que, mientras no crezca la donación en vivo, parece difícil que pueda solucionarse.
Para las personas en lista de espera o que no reúnen las condiciones para recibir un trasplante, la opción es la diálisis. Y de todos los que la iniciaron en 2021, sólo el 16,8%, optó por la diálisis peritoneal (en su casa), frente al 78,7% que eligió la hemodiálisis tradicional en un cen- tro sanitario. Dicho de otra forma, prácticamente ocho de cada 10 eligieron la hemodiálisis en centro frente a un tratamiento domiciliario, con lo que ello supone: una me- dia de tres visitas hospitalarias al centro de diálisis todas las semanas. Y la realidad es que la mayoría de las perso- nas que empiezan a necesitar tratamiento renal sustituti- vo no conocen hasta qué punto este puede condicionar su vida. Algunos pacientes refieren que “viven para la ERC”.
Cuando los nefrólogos insistimos en la importancia de invertir los actuales porcentajes de pacientes en hemodiálisis convencional y tratamiento domiciliario (hemodiálisis domiciliaria o diálisis peritoneal) lo que fundamentalmente nos pro- ponemos revertir es ese para. Que vivir con la ERC no sea vivir para la ERC. Que los pacientes puedan seguir haciendo su vida normal en la mayor medida posible. Con un índice de supervivencia que en ningún caso es inferior al de la hemodiálisis tra- dicional, la percepción en la calidad de vida referida por los pacientes que se someten a tratamientos domiciliarios es muy superior, pues pierden menos tiempo en despla- zamientos, podemos adaptar la técnica a sus necesidades, y pueden compatibilizar mejor la actividad laboral y su vida personal.
Es cierto que para esa gran transformación en la diálisis hace falta un gran cambio cultural, vencer las inercias y también el miedo y todo eso está ya en marcha. Pero hace falta también algo más. En muchos casos, la resistencia al tratamiento domiciliario obedece a razones de índole material. Sobre todo, en personas mayores que viven so- las, y que no tienen apoyo familiar cercano. Para ellas no es un problema de deseo o voluntad, sino de falta de au- tonomía. La diálisis peritoneal favorece los principios de autonomía e independencia y evita los desplazamientos al ámbito hospitalario, con una mejora en la