Anuario iSanidad 2023
Dr. Manuel Martín, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (Sepsm)
Los aspectos relacionados con la salud mental y el bienestar emocional se han convertido en uno de los principales retos de salud pública, tanto en nuestro país como globalmente. Los trastornos mentales se caracterizan por una alteración considerable en la regulación de las emociones, la cognición o el comportamiento de una persona, lo suficientemente grave como para afectar la función en áreas importantes. Antes de la pandemia mundial del Covid-19, se estimaba que alrededor del 16% de la población mundial padecía trastornos mentales o adictivos, con una trayectoria creciente. En Europa, la prevalencia de trastornos de salud mental aumentó alrededor de un 16% entre 2005 y 2015, y la pandemia puede haber generado un nuevo incremento, hasta el 21%.
A ello habría que sumar una cifra mucho mayor de personas que sufren algún tipo de malestar emocional, relacionado generalmente con las penosidades de la vida humana o de desventajas socioeconómicas, pero cuya diferenciación de los casos que constituyen trastornos mentales diagnosticables no es siempre fácil ni concluyente. Sobre todo, porque el malestar emocional desemboca no pocas veces en un trastorno mental, como resultado de una acumulación de factores de vulnerabilidad. Llamativamente, el fin de la pandemia no ha traído consigo una disminución de la atención en salud mental, que sigue en cifras muy altas, con las tensiones inherentes sobre el sistema (por ejemplo, aumento de las listas de espera, etc.).
La pandemia puso a prueba el Sistema Nacional de Salud, incluyendo la red de atención en salud mental, pero es evidente que el sistema ya venía dando señales de agotamiento. Por ceñirnos a la atención psiquiátrica, el recientemente publicado Libro Blanco de la Psiquiatría (Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental) ha puesto de relieve una serie de carencias graves de nuestros recursos asistenciales en psiquiatría, tanto estructurales como de personal, que nos sitúan muy lejos de los estándares aconsejados por organismos internacionales como la OMS y, desde luego, en el vagón de cola de los países europeos.
En Europa, la prevalencia de trastornos de salud mental aumentó alrededor de un 16% entre 2005 y 2015, y la pandemia puede haber generado un nuevo incremento, hasta el 21%.
Y, en lo que toca al número de psiquiatras, la previsión es que las cifras empeoren, ya que el 20% del total de psiquiatras en ejercicio en el sistema público va a jubilarse en los próximos cinco años. Una consecuencia más del envejecimiento de la generación del baby boom. Estamos, por lo tanto, ante una situación de aumento de la demanda de atención y de escasez de recursos. Parece evidente que, aunque se hagan esfuerzos para contrarrestar la sangría humana, van a ser necesarios cambios en la organización de la atención y prestación de servicios, una ingente tarea que espera a todo el sistema nacional de salud.
Por otra parte, también hay que considerar la propia evolución de la psiquiatría. Nuestra especialidad ha experimentado profundos cambios en los últimos 50 años. Por una parte, se ha producido un avance sin precedentes en el conocimiento del sustrato neurobiológico de los trastornos mentales, con su correspondencia en los métodos de diagnóstico y tratamiento. Por otra parte, los profundos cambios experimentados en valores, actitudes, creencias e ideología social – con sus correspondientes cambios legislativos – también influyen en la psiquiatría.
“Es necesario involucrarse de manera proactiva y efectiva con los cambios socioculturales”
Movimientos ideológicos como la desinstitucionalización, el principio de normalización, el empoderamiento, el modelo de recuperación o el de atención centrada en la persona responden a estos cambios sociales y culturales que se van asociando estrechamente con las políticas, el desarrollo de los servicios y la práctica clínica en psiquiatría. Para algunos autores, se trata de un nuevo contrato social que debe hacer la psiquiatría con la sociedad, de manera que se renueve la forma de entender la profesión, siempre dentro del ámbito médico y sanitario. De cara al futuro, es importante que la profesión reconozca el impacto que tienen estos cambios sociales, si no quiere permanecer constantemente a la defensiva.
Es necesario involucrarse de manera proactiva y efectiva con los cambios socioculturales, así como con la ciencia clínica y el desarrollo de servicios basados en evidencia, lo que se traducirá con toda probabilidad en cambios significativos en políticas, prácticas y servicios futuros adoptando un enfoque ético, como una forma de contrato social.
“La pandemia puso a prueba el SNS, incluyendo la red de atención en salud mental”
Los psiquiatras deben prestar cada vez más atención a la comprensión de los valores expresados por los pacientes, trabajar en colaboración con otros profesionales de la salud mental, involucrar a los usuarios de los servicios y gestionar los sistemas, así como ser competentes en la evaluación y el tratamiento clínicos. Y todo ello en un contexto determinado por nuevos problemas sociales, como el envejecimiento de la población, la mayor disponibilidad de sustancias tóxicas ilegales de gran potencia, la integración de minorías y de diversas comunidades de inmigrantes y la disminución del “capital social”, con el declive de la familia nuclear.
Junto a ello, no podemos olvidar la necesidad de desarrollar servicios para mejorar la identificación temprana y el tratamiento eficaz de los trastornos mentales infantiles, como una prioridad de salud pública, ya que una mejora en este sentido tendría un impacto positivo en toda la sociedad, tanto ahora como en el futuro. Las estrecheces actuales no nos deberían hacer perder la altura de miras que exige el desarrollo de la psiquiatría infanto-juvenil en nuestro país, tras su reciente aprobación como especialidad médica.