Dar crédito

Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando

farmacología

Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
Cuando hablamos de ciencia nos encontramos con situaciones parecidas a la siguiente: En nuestro habitual seminario de los miércoles, Almudena Albillos desgranaba los hitos que precedieron a su hipótesis sobre el control autocrino de la apertura y cierre de un canal de calcio neuronal. Se refirió primero a Emilio Carbone (Universidad de Turín, Italia), quien, a finales de los 80, había demostrado con Hans Dieter Lux (Instituto Max-Plank, Munich, Alemania) que la noradrenalina, un neurotransmisor, favorecía el cierre del canal. Mencionó después a dos autores norteamericanos, Doupnik y Punk (Universidad de Cincinnati), quienes, basándose en experimentos de interrupción de flujo, sugirieron en 1994 que sería la propia catecolamina liberada por la neurona la que activaría el mecanismo inhibidor retroalimentador. Su última reflexión giró en torno a una autocita: en una publicación que hizo en el Journal of Physiology el año pasado, aportaba datos que sugerían la existencia del mecanismo autorregulador.

Ya iba a plantear su hipótesis actual, basada en estas tres citas previas, cuando Luis Gandía la interrumpió para añadir dos citas más. Una pertenecía a Martin Morad (Universidad de Georgetown, Washington, EE. UU.), quien en 1990 señaló la posibilidad de que el exceso local de protones que se coliberan con las catecolaminas pudiera servir de señal inhibidora del canal de calcio. La segunda cita aludía a su propio trabajo, publicado también en el Journal of Physiology en 1993, en el que demostraba que el ATP coliberado con las catecolaminas podría constituir una señal reguladora autocrina para el canal de calcio de células catecolaminérgicas.

Aunque involuntariamente, en alguna ocasión yo mismo he cometido el error de ignorar al autor o autores que describieron mi idea con anterioridad

En el congreso mundial de Farmacología que se celebraba en Tokio en 1981, Klaus Starke (Alemania) y Salomon Langer (Francia) moderaban un simposio sobre receptores presinápticos. A hurtadillas, había yo entregado unas diapositivas al encargado de proyectarlas. Durante el periodo de discusión pedí la palabra y aproveché para exponer unos datos recientes de mi laboratorio, obtenidos por Valentín Ceña, sobre el transporte axoplásmico de receptores muscarínicos. Cuando llevaba la tercera diapositiva, Starke me interrumpió para inquirir cuántas iba a proyectar. Visiblemente molesto, me decía que debía haber pedido permiso a los moderadores para hacer lo que estaba haciendo. Hice caso omiso y continué con otras dos o tres diapositivas, entre las interrupciones de Klaus, que intentaba detener mi inesperada y heterodoxa intervención.

Mi idea era aprovechar aquel foro para hacer valer nuestros puntos de vista, no suficientemente reconocidos en la literatura de entonces, y para rendir público tributo al trabajo del fallecido Sada Kirpekar quien, junto con Margarita Puig (Hospital del Mar, Barcelona), había sido pionero en 1971 de la idea de los receptores presinápticos reguladores de la liberación de neurotransmisores. En la década de los 70, Klaus y Salomon habían dominado, con un trabajo extenso e intenso, el campo de los receptores presinápticos; pero nunca reconocieron las observaciones pioneras de Kirpekar. Sada fue mi maestro y mentor durante mi periodo neoyorquino de formación postdoctoral, y sentía profunda admiración y respeto por su trabajo y por su persona.

En la redacción de un manuscrito científico hoy se tiende a mencionar alguna revisión reciente, ignorando a los autores que hicieron el trabajo original

Recuerdo que Sada siempre me recomendaba citar a los autores y sus trabajos originales, y me decía que no era correcto referirse a una revisión reciente, ignorando a los que abrieron brecha en un determinado tema. Analizando la literatura reciente sobre receptores presinápticos, casi siempre se alude a alguna revisión de Starke o de Langer; es lo cómodo. Sin embargo, lo ético y justo es citar las fuentes originales de la idea incluyendo, por supuesto, a Kirpekar y Puig. Si cuando hablamos es justo reconocer el mérito de los que nos precedieron, cuando escribimos es todavía mucho más importante, según ilustro en el ejemplo siguiente:

En 1991 publiqué un estudio en la revista Bristish Journal Pharmacology, en colaboración con Luis Gandía, Luis-Felipe Casado y Manuela G. López. En él daba cuenta del posible mecanismo por el cual varios fármacos inhibían la secreción de adrenalina desde la suprarrenal a la circulación. Uno de ellos, la guanetidina, se utiliza para el tratamiento de pacientes que sufren hipertensión arterial grave. En este estudio planteamos la hipótesis de que la guanetidina ejercía este efecto a nivel del receptor nicotínico para la acetilcolina. Pocos días después de su publicación, recibí una carta de Ronald Rubin, un afamado científico estadounidense con el que coincidí durante el período 1971-1974 en el mismo Departamento de Farmacología de la Universidad de Nueva York.

Me saludaba afectuosamente, me felicitaba por mi trabajo y me decía, cortésmente, que había llegado a la misma hipótesis sobre el mecanismo de acción de la guanetidina en un estudio previo. Para documentar tal afirmación, me adjuntaba una separata del trabajo en el que describía los experimentos que apoyaban la hipótesis, y que había publicado nada menos que 23 años atrás en la misma revista británica que el mío. ¡Y yo no había citado el suyo! Le escribí inmediatamente pidiéndole excusas por no haberle rendido el debido y justo crédito. Prometí reparar el entuerto en futuros trabajos de mi laboratorio relacionados con este tema. Y así lo he hecho.

En su clásico libro «Reglas y consejos sobre investigación científica», Cajal señala la obligación de «rendir tributo de justicia» a los investigadores que nos precedieron

En su clásico libro Reglas y consejos sobre investigación científica (Aguilar, Madrid, pp. 588-589, 1969), Santiago Ramón y Cajal dice lo siguiente a propósito de la redacción de un manuscrito científico: «Antes de exponer nuestra personal contribución al tema de estudio, es costumbre trazar la historia de la cuestión, ya para señalar el punto de partida, ya para rendir tributo de justicia a los sabios insignes que nos precedieron, abriéndonos el camino de la investigación.

Siempre que, en este punto, por amor a la concisión o por pereza, propenda el novel investigador a regatear fechas y citas, considere que los demás podrán pagarle en la misma moneda, callando intencionadamente sus trabajos. Conducta es esta tan poco generosa como descortés, dado que la mayor parte de los sabios no suelen obtener de sus penosos estudios más recompensa que la estima y aplauso de los doctos, que constituyen —lo hemos dicho ya— minoría insignificante».

El discurso de Cajal viene como anillo al dedo a mi olvido de citar el trabajo previo de Rubin en mi artículo sobre la guanetidina. Rubin hizo bien en reclamarme la prioridad de la idea. Pero también viene a cuento la recomendación cajaliana para otro tipo de omisiones, muchas veces intencionadas, en base, seguramente, a que se minusvalora, aunque se conozca el trabajo de otros científicos que nos precedieron. Describo a continuación otro ejemplo: En 1994, la revista Nature publicó un trabajo realizado en una universidad norteamericana. El trabajo concluía que la secreción de adrenalina por la célula cromafín de la glándula suprarrenal se controla fundamentalmente por un subtipo de canal de calcio denominado L.

Nada menos que once años antes, en 1983, mis colaboradores Valentín Ceña, Gaspar Pérez Nicolás, Pedro Sánchez García, Sada Kirpekar y yo habíamos publicado un artículo en la revista Neuroscience en la que sugeríamos exactamente la misma idea.

Un año después, en 1984, mis colaboradores Francisco Sala, Juan Antonio Reig, Salvador Viniegra, Jesús Frías, Rosalba Fonteriz, Luis Gandía y yo publicamos otro artículo en Nature aportando evidencia experimental contundente en favor del control de la secreción suprarrenal de adrenalina por canales L.

Dar a cada cual lo que es suyo es más bien cuestión de ética, y la ética ha sido y debe ser el motor que presida cada acto de un científico

A pesar de que estos dos trabajos, y otra decena de artículos que les siguieron, se publicaron en revistas de gran difusión internacional, asequibles por tanto a cualquier investigador, los autores norteamericanos del artículo de Nature de 1994 no citaron ni una de nuestras aportaciones previas. Yo no seguí el ejemplo de Rubin, y no me tomé la molestia de informarles de nuestro trabajo previo. Por una sencilla razón: me consta que conocen perfectamente nuestro trabajo, pues hemos coincidido en congresos y lo hemos publicado en revistas científicas similares. Simplemente, nos ignoraron intencionadamente.

Cajal termina su caballeroso capítulo sobre el reconocimiento del trabajo de los que nos precedieron de la siguiente manera: «Un estudio minucioso y de primera mano de la bibliografía nos ahorrará injusticias y, por ende, las inevitables reclamaciones de prioridad.» Yo diría que evitar las reclamaciones de prioridad de nuestros colegas no debe ser el único motor que nos empuje a darles el reconocimiento justo y merecido; esa es una actitud ramplona. Dar a cada cual lo que es suyo es más bien cuestión de ética, y la ética ha sido y debe ser el motor que presida cada acto de un científico.

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