Un exitoso laboratorio

Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando

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Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
Nada menos que doce de los científicos que han trabajado en el originalmente llamado Laboratorio Cavendish han sido agraciados con el Premio Nobel. Dos de ellos especialmente afamados fueron James Watson y Francis Crick, que descubrieron la estructura del ADN.

En los últimos quince años, otros cuatro científicos del Laboratorio obtuvieron también el Premio Nobel: Venkatraman Ramakrishnan por el esclarecimiento de la estructura de los ribosomas; Michael Levitt por el desarrollo de modelos computacionales para las reacciones químicas; Richard Henderson por la microscopía crioelectrónica; y Gregory Winter por su trabajo sobre la evolución de los anticuerpos.

Otro indicador del éxito de este laboratorio se relaciona con las citaciones de los artículos publicados por sus científicos: el 36% de ellos están en el 10% más alto de los trabajos más citados en todo mundo. Con estas asombrosas cifras cabe preguntarse cuáles han sido las circunstancias que han llevado a este laboratorio a tan exitoso historial. Para intentar dar respuesta a esta pregunta he bebido en las fuentes de un estudio que acaba de aparecer (Luka Gebel, Chandler Velu, Antonio Luka Gebel, Nature 630, 813-816, 2024).

El laboratorio de Biología Molecular (LBM) de Cambridge tiene en su haber nada menos que doce premios Nobel

El Laboratorio que comento nació a finales de los años de 1940 en el Departamento de Fisiología de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido. Originalmente adoptó el nombre de Laboratorio Cavendish en memoria de Henry Cavendish (1731-1810), un físico-químico educado en la Universidad de Cambridge que, entre otros hallazgos, descubrió el hidrógeno y la composición del agua.

Posteriormente, el Cavendish se transformó en el actual Laboratorio de Biología Molecular (LBM) del Medical Research Council del Reino Unido (MRC). En este centro trabajan actualmente setecientas personas; la mayoría son científicos. En el análisis de los elementos y circunstancias que han llevado a tan exitosos resultados cabe considerar dos de suma importancia: talento y generosa financiación por parte del MRC.

Para llevar a cabo una exitosa actividad científica está claro que hacen falta dinero y talento. Pero en el caso del LBM no es solo eso. Su estrategia pasa por identificar cuestiones básicas novedosas y relevantes, que no estén siendo investigadas masivamente. Se trata de huir de las «modas».

En un estudio que acaba de aparecer en la revista Nature se analizan las claves de esa asombrosa creatividad científica

El estudio de estas preguntas exige el desarrollo de nuevas técnicas y metodologías; tal fue el caso del examen del ADN con la cristalografía de rayos X; en una visita al King’s College de Londres, Watson y Crick pudieron examinar las fotografías que había hecho Rosalind Franklin con cristalografía de rayos X, que sugerían claramente la estructura helicoidal del ADN.

La secuenciación del ADN y las proteínas llevó al conocimiento de la regulación de los genes y la programación molecular de proteínas implicadas en la muerte celular. Ello se debió al desarrollo en el LBM de técnicas cromatográficas. Por otra parte, George Köhler y César Milstein descubrieron una metodología para aislar y reproducir anticuerpos individuales (monoclonales) de entre las muchas proteínas que se fabrican en el sistema inmune. Actualmente, el 30% de los fármacos que llegan a la clínica son anticuerpos monoclonales. Estos y otros avances científicos han enriquecido la estrategia en la búsqueda de nuevos fármacos: del simple cribado farmacológico a procesos más creativos de diseño computacional de fármacos.

En el estudio publicado en Nature se comentan también varios aspectos relacionados con la organización integral del LBM, la cultura de la investigación básica con proyectos a medio y largo plazo, la interacción de los científicos básicos con tecnólogos para favorecer la transferencia de los hallazgos a la sociedad, la complementariedad de las líneas de investigación o la colaboración sinérgica entre científicos de la propia institución.

El talento y la generosa financiación de los investigadores son determinantes importantes de tal éxito

El LBM podría identificarse como una incubadora de proyectos innovadores en estadios incipientes y con un alto componente de calidad. Es un sistema flexible en continua evolución, capaz de adaptarse según las circunstancias científicas y de organizarse a sí mismo con independencia de factores externos. Ello permite la interacción entre sus distintos componentes: los individuos y sus actividades; las partes materiales, tipo nuevas y avanzadas tecnologías; o las ideas que estas interacciones generan. Obviamente, la dirección y gerencia del LBM no interfieren ni regulan esta interacción autónoma, ¡la fomentan!

Pero la sostenibilidad de la idea LBM (proyectos innovadores básicos y a medio-largo plazo) tiene que sobrevivir con la creciente tendencia de las agencias que financian la investigación, que exigen resultados con aplicación práctica a corto plazo. La financiación de la ciencia básica está encontrando cada vez más dificultades, pues muchos burócratas han olvidado que sin la básica no hay ciencia y tecnología aplicadas. Así, en los Estados Unidos, el 80 % de la investigación externa que financian sus Institutos de Salud Pública (NIH, National Institutes of Health) tiene que tener claros objetivos traslacionales. Se olvidan los burócratas que sin investigación básica no hay nada que trasladar a la sociedad.

El ejemplo del LBM debería ser un modelo para organizar las investigaciones médicas en España. Sí, aquí tenemos centros del tamaño del LBM de Cambridge, con centenares de investigadores, pero sin Premios Nobel: numerosos institutos del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) esparcidos por toda la geografía nacional, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), el Centro Nacional de Enfermedades cardiovasculares (CNIC), el Instituto de Investigaciones Biomédicas Augusto Pi y Sunyer (IDIBAPS), el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO), el Instituto de Neurociencias CSIC-Universidad Miguel Hernández, etc.

Pero también contribuyen a ese éxito la elección de temas básicos inexplorados, el desarrollo de nuevas técnicas y metodologías y la flexibilidad en la organización del LBM

Tenemos también redes de investigadores en distintas áreas temáticas y los numerosos institutos de investigación sanitaria de los hospitales, financiados por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). Y muchos grupos, pequeños, medianos y grandes de científicos en las universidades, amén de algunos grupos de investigadores en empresas farmacéuticas y fundaciones. En conjunto, todos estos centros forman una considerable red de investigadores en las ciencias biomédicas, con una productividad aceptable en términos cuantitativos (número de documentos publicados, índices bibliométricos, etc.). ¿Y los Premios Nobel? Uno, el de Santiago Ramón y Cajal en 1906, hace 118 años. ¿Cuándo caerá el próximo?

Hace unos años formé parte de una red de investigadores gestionada y financiada por el ISCIII. Teníamos un tema común, el ictus, pero cada grupo de investigadores, básicos y clínicos, desarrollaban sus proyectos aisladamente; no había un proyecto común. Es más, como la evaluación se basaba en publicaciones conjuntas de varios grupos, se ponían los nombres de unos y otros, sin que hubiera existido una colaboración real, sinérgica y complementaria, entre ellos. Se trataba de demostrar, con las publicaciones, esa colaboración ficticia.

En otro proyecto que coordiné, financiado por la Comunidad de Madrid, los investigadores de varios centros exigían «su becario» y «su dotación económica»; cuando se hablaba de aunar esfuerzos en torno a ciertos objetivos del proyecto, relacionado con el diseño y la síntesis de moléculas con potencial neuroprotector, no había flexibilidad para ceder ciertas prebendas.

En los últimos 20-30 años han proliferado en España los centros de investigaciones biomédicas. Quizás la organización y funcionamiento del LBM de Cambridge pudiera servir de espejo para esos centros

Un proyecto más reciente (una red de investigadores de varios países, financiada por la Comisión Europea) del que formé parte se desarrolló con más rigor. Sin embargo, la asignación individual de fondos y las temáticas distintas (aunque fueran complementarias) de cada investigador, dificultaban la colaboración. Estos tres proyectos en red, financiados durante tres o cuatro años, no permitían abordar un objetivo cuyo desarrollo requería muchos más años. De financiarse así a los investigadores del LBM de Cambridge, en vez de doce premios Nobel tendrían uno o dos, si acaso, en sus setenta años de vida científica.

En la España musulmana de hace mil años, la muerte de Almanzor precipitó la descomposición del califato de Córdoba en pequeños reinos llamados taifas, un término que en español significa banderías. Es plausible que, pasados mil años, los genes de aquellos promotores de la dispersión estén presentes en ese carácter individualista y peleón del español del siglo XXI.

En cualquier caso, esos grandes centros de investigación biomédica que he mencionado antes, deberían estudiar la organización científica del LBM de Cambridge. Y quizás, en la medida de lo posible, tomar nota de las ideas cuya implementación sea factible en nuestro entorno. A la larga, es posible que podamos salir de este atolladero y organizar nuestras ciencias médicas de forma más flexible y productiva. ¿Es ello posible con diecisiete comunidades autónomas, cada una exigiendo «lo suyo»? Dentro de cien años lo sabremos.

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