Rafael Belmonte Gómez, diputado a Cortes Generales por Sevilla del Grupo Parlamentario Popular y secretario Segundo de la Comisión de Sanidad del Congreso
Para los españoles, nada hay más importante que la salud. Lo dicen todas las encuestas. Porque apreciamos la vida, en nuestro orden de prioridades lo primero es tener salud. El dinero invertido en sanidad es el que menos nos pesa y si de algo nos sentimos orgullosos todos los españoles es de nuestro sistema sanitario. En otras cuestiones puede haber más discrepancia pero si hay una materia en la que existe un gran consenso, y en la que además demandamos consenso a los partidos políticos, es esta. Con la sanidad no se juega. La sanidad es demasiado importante para politizarla o convertirla en bandera ideológica y de confrontación. La sanidad hay que gestionarla.
En la política de confrontación no hay líneas rojas, ni territorios que merezcan ser preservados de la polarización. Al Gobierno de Pedro Sánchez se le pide gobernar, tomar decisiones políticas útiles, no se le pide hacer banderas ideológicas de las decisiones sanitarias, para fabricar problemas donde no los hay, para construir relatos… A Sánchez se le pide que la Sanidad no sea materia política irrelevante. La Sanidad no tiene que ser un ariete más para la propaganda, el sectarismo y la división de la sociedad. El Ministerio de Sanidad merece un peso pesado al frente, con experiencia y capacidad de gestión, no se puede dejar la cartera a un dirigente novel, sin interlocución alguna dentro del Consejo Interterritorial de Salud. Este Consejo debe ser el foro donde se coordinen realmente las políticas sanitarias con las autonomías. El Gobierno, que tiene una vocación por la utilidad y la eficacia, no puede permitirse un ministro que actúe con cálculo político y demagogia narrativa.
Al Gobierno de Pedro Sánchez se le pide gobernar, tomar decisiones políticas útiles, no se le pide hacer banderas ideológicas de las decisiones sanitarias
No necesitamos un Ministerio que arranque campañas feroces de desprestigio de ninguno de los actores del sistema. La sanidad pública es una unidad muy compleja, en el que entran también los actores privados, en el que muchos servicios públicos pueden mantenerse gracias a la concertación de servicios y gracias a otras fórmulas de colaboración público-privada. A los ciudadanos nos da igual que los servicios nos los presten agentes de titularidad privada o pública, lo que nos importa es que los servicios sean de calidad y entren dentro de la cobertura pública. La labor del Ministerio no es socavar la credibilidad de nadie, y menos de la sanidad privada. La labor del Ministerio es potenciar las sinergias, entre lo público y lo privado, entre todos. Su objetivo debe ser promover un mejor funcionamiento del Sistema Nacional de Salud. El Ministerio debería apostar por rechazar la radicalidad, ni todo lo privado es malo, ni todo lo público es bueno.
Que la Alianza de la Sanidad Privada Española tenga que venir al Congreso a ofrecer su colaboración con las administraciones públicas no es bueno. A estas alturas del siglo XXI el Gobierno tiene que atender a los desafíos reales del sistema sanitario. Los desafíos son enormes y el Ministerio y su ministro (o ministra) tienen una enorme responsabilidad. Se les pide tomar la iniciativa, liderar y poner de acuerdo a las autonomías, para que luego estas ejecuten los acuerdos. Poco, muy poco, por no decir nada, podemos esperar de un Ministerio de Sanidad radicalizado que no escuche. Es la mejor manera de tener una sanidad maltratada.