Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
Entre los farmacólogos conocemos el texto Goodman y Gilman como la biblia farmacológica. Atribuimos a un libro el carácter de “biblia” cuando es extenso y detallado; prácticamente dice todo sobre un determinado tema. El “Ulises” de James Joyce, “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, “La Regenta” de Leopoldo Alas Clarín o “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes son verdaderas “biblias” narrativas. El texto “Las bases farmacológicas de la Terapéutica”, cuyos editores originales fueron Goodman y Gilman, reúne las características bíblicas antes mencionadas.
Comento aquí dos clásicos textos de farmacología, el Velázquez y el Goodman y Gilman
En 1942 apareció su primera edición inglesa de la mano de dos farmacólogos que a la sazón trabajaban en la estadounidense Universidad de Yale, Louise S. Goodman y Alfred Gilman. En su prefacio comentaban que con este texto pretendían conectar la farmacología con otras ciencias médicas; es decir, trataban de actualizar los constantes avances farmacológicos para aplicarlos, sesudamente, a la terapéutica clínica. Desde entonces, el libro se ha venido actualizando y editando más o menos con periodicidad quincenal; su última edición en inglés, la número 14, ha aparecido en 2023 de la mano de dos editores estadounidenses a saber, Laurence L. Brunton (profesor de farmacología en la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Diego) y Björn C. Knollman (profesor de farmacología clínica, Facultad de Medicina de la Universidad Vanderbilt en Nashville, Tennessee). Los 76 capítulos del libro y sus dos extensos apéndices se han confeccionado por 131 autores con experiencia científico-farmacológica en las distintas áreas terapéuticas. Pronto la veremos traducida al español y a otras lenguas.
Un texto multiautor como este, que ha sobrevivido 80 años, tiene necesariamente que haber sufrido drásticas transformaciones; más si consideramos la cambiante naturaleza del mundo del medicamento. En 1942, cuando el Goodman y Gilman viera la luz por vez primera, no existían los antibióticos, ni la mayoría de los psicofármacos, ni los antihipertensivos, ni la mayoría de los cientos de medicamentos que hoy incluye el arsenal terapéutico del médico. Por eso es tan atractivo que en sus sucesivas ediciones, un solo libro haya seguido el ciclo de vida de cada uno de esos prodigiosos medicamentos, que tanto bien (no sin algún mal) han hecho a la sociedad.
Al Goodman y Gilman (primera edición de 1940) se le conoce como la “Biblia Farmacológica”, por sus amplios contenidos sobre medicamentos
Escrito en español tenemos un texto que nació 12 años antes que el Goodman y Gilman, el Velázquez. En 1930 apareció su primera edición de la cabeza de un solo autor, el profesor Benigno Lorenzo Velázquez, que entonces era catedrático de farmacología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza. El libro vio la luz con el nombre de Terapéutica y Farmacología Experimental. Según comenta Velázquez en el capítulo primero de su libro, en 1930 había un muy limitado número de remedios farmacoterápicos de probada eficacia. Y da algunos curiosos ejemplos: quinina para el paludismo; mercurio, salvarsanes y bismúticos para la sífilis; ipecacuana y arsenicales para la disentería amebiana. También menciona otros ejemplos de fármacos que salvan la vida del pacientes en algunas emergencias: insulina en el coma diabético; ouabaina en la asistolia aguda; sangría en el edema pulmonar; lobelina en el síncope respiratorio. Y aún se refiere a otros fármacos que alivian pero no curan: bicarbonato en la úlcera gastroduodenal; opiáceos para el dolor insufrible; atropina previniendo las complicaciones de la iritis; hipnóticos barbitúricos para el insomnio pertinaz. En ese capítulo introductor menciona también algunas vacunas para prevenir la viruela o la difteria.
El Velázquez precedió en 12 años al Goodman y Gilman, pues su primera edición apareció en 1930. También este texto incluye un detallado relato sobre los medicamentos
La última edición del Velázquez que conozco es ya la número 19; apareció en 2018 con el título “Velázquez. Farmacología básica y clínica”, editado por un grupo de competentes farmacólogos con gran productividad científica y experiencia docente: Pedro Lorenzo Fernández, Alfonso Moreno González, Juan Carlos Leza Cerro, Ignacio Lisazoaín Hernández, María Ángeles Moro Sánchez y Antonio Portolés Pérez, del Departamento de Farmacología, Facultad de Medicina, Universidad Complutense de Madrid. El libro consta de 1282 páginas, con 15 secciones y 78 capítulos escritos por más de 150 colaboradores.
Un aspecto original del Velázquez actual es la inclusión de algunas secciones de farmacología clínica. Entre otros temas, se trata de la variabilidad de la respuesta farmacológica en distintas situaciones fisiológicas y patológicas, en el niño y el anciano o en el embarazo o la insuficiencia renal o hepática. También se incluyen algunos capítulos sobre ensayos clínicos, farmacoepidemiología, medicamentos genéricos, farmacoeconomía o toxicidad.
También surgieron posteriormente una miríada de textos farmacológicos, más escuetos, tipo manual
Me parece interesante reflexionar sobre el prólogo que el profesor Teófilo Hernando escribió para la edición primera de 1930 del Velázquez. Don Teófilo fue el adelantado de la farmacología española a principios del siglo XX, creando una escuela de farmacólogos que introduciría esta materia en otras universidades españolas. Uno de sus discípulos fue Velázquez, quien pidió a don Teófilo que escribiera el prólogo para su libro.
Resulta particularmente curiosa la observación de don Teófilo sobre el libro de Velázquez, en los siguientes términos:<<No se trata de una mera recopilación, lo que ya sería importante y útil en estos tiempos (¡1930!) en que la bibliografía es enorme y se encuentra dispersa en diversos idiomas, sino que constantemente se ve salpicado el libro por numerosas observaciones y experimentos originales, de lo que son buena prueba las gráficas y cuadros que ilustran sus diversos capítulos>>. Resalta también la profusa atención que el médico dedica al diagnóstico y pronóstico de la enfermedad, con escasa atención a la terapéutica. Y añade: <<Nosotros creemos que el momento de aconsejar un tratamiento es, por lo menos, tan importante como aquel en el que se busca un diagnóstico y si en este se plantean todas las posibilidades de confusión y se recurre a todos los medios para llegar al conocimiento exacto de la enfermedad, lo mismo deben discutirse y resolverse cuantos problemas sugiera el empleo de los remedios>>. Es harto curiosa la observación de don Teófilo que, en 1930, ya decía que la bibliografía era enorme. Si hoy levantara la cabeza se quedaría atónito al constatar que se editan más de 350 revistas internacionales de farmacología y varias decenas de libros de la especialidad.
Al estudiante de grado le vienen grandes las biblias, el Velázquez y el Goodman y Gilman; en realidad son libros de consulta para profesores e investigadores en el mundo del medicamento, aunque originalmente se concibieran para los estudiantes de grado
Finalmente, en su prólogo de 1930 don Teófilo aboga claramente, y así lo implementó a principios del siglo XX, por dos cursos de terapéutica en el currículo docente de medicina, uno más básico de farmacología experimental en tercer curso y otro más clínico de farmacología clínica. En este sentido, fue un claro adelantado de la actual farmacología clínica que se imparte en los cursos finales de la carrera de medicina, cuando ya los alumnos están familiarizados con la enfermedad.
Pero el Goodman y Gilman está en las estanterías de los aficionados al medicamento, en todo el mundo; en mi biblioteca tengo todas las ediciones desde que hace más de medio siglo impartiera mi primera clase de farmacología a los estudiantes de medicina
Mirando a las 1645 páginas de la edición número 14 de 2023 del Goodman y Gilman y a las 1282 páginas de la edición número 19 de 2018 del Velázquez, uno tiende a pensar que ambos textos merecen el calificativo de “biblias farmacológicas”. Aunque los profesores de farmacología los recomendamos, no parece que los estudiantes de los grados de medicina o farmacia los utilicen como textos de estudio para aprender la farmacología que se exige para aprobar la asignatura. Hay otros muchos textos que han proliferado en las últimas décadas, que tienen un carácter de compendio o manual y que son más asequibles para el estudiante de grado. En español, se abrió hace años un camino despejado para el “Flórez. Farmacología humana”. Y en el mundo anglosajón e incluso a nivel global, también se han venido editando otros numerosos textos. Así, el estudiante llena sus saberes farmacológicos con estos textos tipo manuales y los profesores recurrimos más a las “biblias farmacológicas”. En cualquier caso, me atrevo a aseverar que la verdadera “Biblia Farmacológica Azul” (por el color de sus pastas, portada y contraportada) es el Goodman y Gilman, que se encuentra en la biblioteca de los departamentos de farmacología de todo el mundo.