Dieta hipocalórica y ejercicio, restricciones legislativas del contenido en grasas de los alimentos procesados, cirugía bariátrica… Las estrategias frente a la obesidad, con la salvedad de ciertas intervenciones quirúrgicas, han cosechado éxitos modestos. Por eso, muchos científicos siguen buscando el o los fármacos que proporcionen el impulso necesario para empezar a ganar el combate frente a la que se considera la epidemia del siglo XXI. Al fin y al cabo, el control del apetito no es una simple cuestión de voluntad y cada vez es mayor el conocimiento de los circuitos neurales que controlan cuándo y cuánto comemos. Este objetivo parecía cercano en 1996, cuando en Estados Unidos se efectuaban 8.500 prescripciones de medicamentos contra la obesidad por cada 100.000 habitantes, tal y como relatan los autores de un especial sobre obesidad publicado en Nature. Pronto empezó el desencanto, con la retirada en 1997 de dos fármacos muy utilizados, a los que siguió la de sibutramina en 2010. Y esta ha sido la pauta desde entonces: en general, los beneficios no superan a los riesgos. Estados Unidos aprobó en 2012 dos nuevos fármacos contra la obesidad a los que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) no ha dado el visto bueno. Ante esta sequía de medicamentos, algunos expertos plantean que tal vez no sea posible evitar los efectos adversos graves asociados a este tipo de productos -fundamentalmente, cardiovasculares-, ya que las rutas implicadas en el metabolismo y la obesidad tienen tal grado de ubicuidad en el organismo que resulta muy difícil alterarlas de una forma que conduzca a la pérdida de peso sin otras consecuencias. (Diario Médico)