Hoy en día la salud se considera un estado de bienestar social, mental y físico, más que la simple ausencia de enfermedades o dolencias. En la declaración de Alma-Atá de 1978, los países miembros de la OMS se comprometieron con el lema “Salud para todos” y, para el desarrollo de este proyecto, el médico es una figura clave. Tanto a nivel facultativo como a nivel institucional, debe ser un gran profesional, un médico prestigioso.
Según la definición del DRAE, prestigioso significa:
- m. Realce, estimación, renombre, buen crédito.
- m. Ascendiente, influencia, autoridad.
- m. p. us. Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo.
Pero si al adjetivo prestigioso le anteponemos el nombre de “médico”, la definición va mucho más allá de resaltar y tener buen nombre. Un médico prestigioso es todo aquel que:
- Vuelca su humanidad en el acto médico.
- No engaña ni explota al paciente.
- Es fiel a los principios deontológicos.
- Es trabajador infatigable.
- Trata con respeto a los compañeros.
- No mira su interés antes de apurar el del paciente.
Este médico es prestigioso aunque no sea famoso, popular, demagogo o político. Un concepto, una filosofía del trabajo muy ligada a la medicina basada en el humanismo. Una forma de hacer, de ser y de crecer en conjunto que incluye principios de aprendizaje que ya Cristobal Cobo y John Moravec incluyeron en su libro “El aprendizaje invisible. Hacia una nueva ecología de la educación” como por ejemplo en este caso, que la medicina debe ser una profesión sin límite de edad y que la ejercen personas creativas, innovadoras, colaborativas y motivadas que utilizan la información y generan conocimientos en diferentes contextos. Médicos competentes para crear redes de conocimiento horizontales y que aprenden rápidamente.
Una de las sensaciones más gratificantes que podemos sentir, tanto a nivel profesional como personal, es constatar y vivir en primera persona, el prestigio social de “ser médico”.
Se trata de un prestigio general que se puede vivir en cualquier lugar o circunstancia, y no es artificial ni espurio como el de la fama o el dinero, sino que es de naturaleza más profunda y universal, tal vez porque proviene de la raíz misma de la profesión, la generosidad y la vocación de servicio.
Para ser un buen médico hay que tener como meta el bien del paciente con un aprendizaje continuo, durante toda la vida y sin temor al fracaso. Ser médico significa querer ayudar a los demás, significa ser buena persona. Ser médico no es andar frente al paciente y tirar de él, significa andar a su lado, no es mirarlo por encima del hombro, es mirarlo a los ojos, ser médico no es solo una profesión, es una filosofía de vida.
O como nos dijo el maestro Gregorio Marañón: “Este hombre recto, pacifista que prefiere morir por la paz a conquistar la paz con la guerra, es casi siempre un médico… El médico, en la guerra, es el único que no quiere matar, el único para quien no existe el enemigo, porque no hay enemigo capaz de esconderse dentro de un hermano“.
.. Dra. Ana Sánchez Atrio, vicepresidenta del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid