Publicado en El País
Con cariño, James Doe limpia el nombre de su pequeña tienda en Monrovia. Se llama como su mujer. Vende licores, azúcar, y polvo de mandioca, en un sencillo colmado de madera sin electricidad, pero muy concurrido. En las letras gruesas, pintadas en rojo con sombra, se lee “Anna H. Doe. Bussiness Center”. “Era mi esposa, llevábamos 21 años juntos. Pero el ébola se la llevó, y dos de nuestros cinco hijos se fueron con ella”. James va interrumpiendo la conversación con la ida y venida de los clientes. Él sobrevivió. Venció al ébola y ahora la comunidad ya no le tiene miedo. Sus manos intercambian dólares liberianos por un paquete de cigarrillos, con una bolsita de harina, se mezclan con las de la clientela. “Pero al principio nadie se acercaba. Cuando salí del hospital la gente huía de mí”. Tras el golpe de haber pasado por la dura convulsión del ébola y de haber perdido media familia, no tenía cómo ganarse el pan. Pero, con una sonrisa dice que “ahora ya pasó, me han vuelto a aceptar y además mi cuerpo se siente bien”.