..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
He escuchado charlas didácticas que hacen que una hora transcurra en cinco minutos. Una de ellas la viví en un congreso celebrado años ha en Atlantic City; quedé embelesado con la exposición del profesor Peter Baker. Con una tiza en su mano derecha y un puntero en la izquierda, Peter contaba cómo había llegado a la caracterización del intercambiador sodio/calcio neuronal con una técnica que en los años 1960-1970 era ampliamente utilizada en laboratorios marinos: el registro de corrientes iónicas en el axón gigante del calamar. Tras las preceptivas palabras de saludo dirigidas a los cientos de investigadores que nos encontrábamos en aquella gran aula, comentó lo que iba a contar y luego pasó a su desarrollo.
En una gran pizarra dibujaba y analizaba los fundamentos del protocolo y la razón de ser de un primer experimento y luego proyectaba una de sus pocas diapositivas con el resultado. Volvía a la pizarra y en el esquema inicial intentaba explicar el resultado de aquel experimento y el protocolo del siguiente para esclarecer el problema; luego iba a la diapositiva para confirmar si se había cumplido su predicción en una nueva gráfica.
En el argot docente se califica como clase magistral a la clase teórica. Sin embargo, pocas veces es magistral la clase teórica al uso
En sucesivos paseos de la pizarra a la pantalla de proyección y viceversa, el profesor Baker, quien a la sazón trabajaba en el londinense King’s College, fue desgranando, con rotunda claridad y entusiasmo, el hilado discurso sobre el transportador de iones objeto de su conferencia. Finalizó con unas conclusiones que fue insertando numéricamente en el esquema de la pizarra: (1ª) el transportador intercambia sodio extracelular por calcio intracelular; (2ª) su función es restituir el calcio citosólico elevado durante la actividad celular, a sus niveles basales; (3ª) en ciertas condiciones experimentales el intercambiador puede funcionar en reverso, bombeando calcio hacia el citosol y sodio hacia el espacio extracelular.
Independientemente de la proyección clínica de aquellos experimentos básicos (por ejemplo, hoy sabemos que el intercambiador sodio/calcio es fundamental para la regulación del latido cardiaco y está alterado en la insuficiencia cardiaca) lo que deseo resaltar son dos aspectos de aquella charla: 1, que discurrió de forma clara, amena, precisa y contundente, fácil de seguir; 2, que aquella verdadera lección magistral, que dejó huella indeleble en mi mente, solo podía impartirla un profesor que poseía grandes cualidades didácticas y que, sobre todo, conocía el tema porque lo había vivido personalmente. Pero el conocimiento del tema no lo es todo, he escuchado a algunos premios Nobel que describían su trabajo con una pobre y aburrida técnica pedagógica.
Hay materias docentes más atractivas que otras. Pero “enganchar” a la audiencia durante 60 minutos depende de la habilidad expositiva y las ganas del profesor
La clase teórica ha sido siempre objeto de debate. Hay quienes abogan por su desaparición de las aulas; y sugieren que se sustituya por técnicas de aprendizaje basadas en la solución de problemas con pequeños grupos de estudiantes, a base de seminarios y estudio no presencial. Se pasean por distintos foros y países atacando la clase teórica, críticas que exponen, paradójicamente, impartiendo clases teóricas. Otros defienden la supresión de los exámenes que se sustituirían por un proceso de evaluación continua; claman por la conversión de la universidad en un colegio de enseñanza secundaria. Actualmente, con la crisis de la COVID-19 se ha potenciado la enseñanza no presencial en línea; muchos creen que esta modalidad de enseñanza a distancia, que no es nueva, va a desplazar a las actividades presenciales cuando volvamos a la normalidad sanitaria y social.
No creo que esto ocurra, al menos en las facultades de medicina. Entre otras cosas porque el oficio de médico no se adquiere por internet, sino a la cabecera del enfermo. Y no lo creo porque la adquisición por los estudiantes de modos universitarios, de los conceptos éticos y su aplicación en la práctica clínica, el ejercicio médico basado en la idea hipocrática de una respetuosa y cordial relación con el paciente, que debe ser recíproca, son conceptos y actitudes que no se aprenden a distancia, sino con la cercanía del maestro.
El PowerPoint ha matado la pizarra, esa maravillosa herramienta pedagógica de antaño. Pero todavía tiene cabida docente
Nunca he renegado de técnicas pedagógicas, sean cuales fueren, que ayudaran a mejorar los programas de educación médica en las facultades en las que he prestado mis servicios. Pero tras medio siglo de dedicación a la formación de nuevos médicos, continúo dando un valor importante a la así llamada lección magistral; este ampuloso término se utiliza poco porque en realidad, las clases teóricas que impartimos actualmente a grupos numerosos de estudiantes tienen, generalmente, poco de magistrales.
La típica clase teórica es casi siempre una perorata de 55-60 minutos, con 60 y hasta 100 diapositivas que se leen, una tras otra, sin pestañear. Es la comodidad del “PowerPoint” que ha favorecido que muchos profesores acomodados que, diciendo lo mismo año tras año, se conviertan en meros transmisores de los saberes médicos. Son como lectores de diapositivas que ni siquiera interpretan, pues solo disponen de unos segundos para cada imagen. Van con su PowerPoint, y así cumplen con las exigencias del programa teórico en el que, todavía hoy, se basan la mayoría de las actividades docentes.
Estos profesores no sienten inquietud ni temor porque la lección sea magistral o anodina y rutinaria. Leen a veces hasta un centenar de diapositivas sin detenerse a hacer alguna reflexión personal sobre el tema tratado, plantear dudas y facilitar el desarrollo del pensamiento crítico, tan importante en la futura práctica profesional de los estudiantes. Comparen la presentación de Peter Baker y las del actual profesor lector de diapositivas: el PowerPoint ha desterrado la pizarra; su uso ha quedado relegado a un exiguo grupo de profesores que saben acompasar el ritmo de su discurso con la escritura o el esquema de la pizarra; a lo “Peter Baker”.
El Power-Point ha hecho más perezosos y acríticos a los siempre abundantes y rutinarios profesores acríticos y perezosos
En la década de 1980 pasé un inolvidable quinquenio en la Universidad de Alicante, entonces un improvisado aeródromo militar y hoy un vergel con modernos edificios. Un día llegué al aula, un antiguo barracón donde dormían los soldados, y encontré un centenar de alumnos alborotados. Esperé un par de minutos para ver si se calmaban, pero no parecían interesados en mi persona. Sin más dilación, comencé a dibujar la fórmula de la adrenalina en la pizarra, pues mi clase trataba la farmacología del sistema nervioso autónomo. Casi de inmediato, los alumnos guardaron un religioso silencio, abrieron sus cuadernos y comenzaron a tomar notas.
En otra ocasión, al principio de mi clase les contaba la fascinante historia de la anestesia general; solo conseguí meterles en el tema cuando comencé a describir las propiedades cinéticas del éter y el óxido nitroso. Y es que, los alumnos de medicina parecen estar interesados tan solo en la materia objeto de examen; captar su atención durante una hora no es fácil.
En mi dilatada experiencia docente, me ha parecido que una determinada clase ha sido magistral cuando, al terminarla, me sentía satisfecho. Y la probabilidad de que esto aconteciera estaba muy relacionada con el grado de inquietud que tenía por hacerlo bien. ¿Y qué es hacerlo bien? Hay decenas de libros sobre educación y su metodología en general, y en medicina en particular. También hay cursos de introducción a las técnicas docentes y tratados que se manejan en las facultades de pedagogía, con fines docentes o de investigación. Pero con ser interesantes, quizás no son necesarios; basta aplicar el sentido común, el deseo de hacerlo bien y llegar al estudiante con la experiencia que solo se adquiere andando.
Sin embargo, el juicioso uso del Power-Point, como el de la pizarra y cualquier otra herramienta pedagógica, sigue siendo útil y ha venido para quedarse
Sabemos de medicina (en mi caso farmacología básica y clínica) y queremos transmitir a los alumnos lo que sabemos. Pero ¿es solo lo que interesa a los alumnos lo que cuenta (materia de examen) o debemos hacer un esfuerzo adicional para transmitirles modos universitarios, valores que nos hemos dado en el transcurso de los tiempos, inquietud por las humanidades que tanto necesitan los futuros médicos para acercarse (de verdad) a sus pacientes? Para pensar.
Quizás podríamos clasificar a los profesores en dos grupos. Al rutinario lo retrató certeramente Antonio Machado en su “Recuerdo infantil” de su poemario “Soledades”: «Una tarde parda y fría /de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de lluvia tras los cristales. / Es la clase. En un cartel / se representa a Caín / fugitivo, y muerto Abel, / junto a una mancha carmín. / Con timbre sonoro y hueco / truena el maestro, un anciano / mal vestido, enjuto y seco, / que lleva un libro en la mano. / Y todo un coro infantil / va cantando la lección: / «mil veces ciento, cien mil; / mil veces mil, un millón». / Una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de la lluvia en los cristales».
El otro tipo de profesor, inquieto y vocacional, lo retrató diáfanamente Gabriel Celaya: «Educar es lo mismo/ que poner un motor a una barca… / Hay que medir, pensar, equilibrar… / y poner todo en marcha. / Pero para eso, / uno tiene que llevar en el alma / un poco de marino… / un poco de pirata… / un poco de poeta… / y un kilo y medio de paciencia concentrada. / Pero es consolador soñar, / mientras uno trabaja, / que ese barco, ese niño, / irá muy lejos por el agua. / Soñar que ese navío / llevará nuestra carga de palabras / hacia puertos distantes, hacia islas lejanas. / Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca, / en barcos nuevos seguirá / nuestra bandera enarbolada».
¿Qué tipo de profesor prefieren, Peter Baker o el “lector de diapositivas”? ¿El que pintara Celaya o el de Machado?