Un mensaje a García

Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando

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Dr. Antonio G. García
Cuando hací
a mi tesis doctoral en su laboratorio de la entonces llamada Universidad Central, hoy Complutense de Madrid, el profesor Pedro Sánchez García, maestro y amigo durante más de medio siglo, que actualmente cuenta con 94 años muy bien llevados y repletos de inteligencia, puso en mis manos un pequeño opúsculo con el sencillo título que encabeza este relato. Lo escribió Elbert Hubbard en 1899; inicialmente lo tildó de «pequeñez literaria» y lo ambientó en la guerra entre España y Estados Unidos, que acabó con la pérdida de Cuba en 1898. El opúsculo se inicia con el relato de un hombre peculiar:

“En todo este asunto de Cuba hay un hombre que sobresale en el horizonte de mi memoria como el planeta Marte en su perihelio. Cuando se declaró la guerra entre España y los Estados Unidos era muy necesario comunicarse prontamente con el jefe de los insurrectos. Encontrábase García allá, en la manigua de Cuba, sin que nadie supiera su paradero. Era imposible toda comunicación con él por telégrafo o por correo. El presidente tenía que contar con su cooperación, sin pérdida de tiempo. ¿Qué hacer? Alguien dijo al presidente: «Hay un hombre llamado Rowan que puede encontrar a García, si es que se le puede encontrar».

Se trajo a Rowan y se le entregó una carta para que a su vez la entregara a García. Cómo fue que este hombre, Rowan, tomó la carta, la selló en una cartera de hule, se la amarró al pecho, hizo un viaje de cuatro días y desembarcó de noche en las costas de Cuba en un bote sin cubierta; cómo fueque se internó en las montañas y en tres semanas salió al otro lado de la isla, habiendo atravesado a pie un país hostil y entregado la carta a García, son cosas que no tengo deseo especial de narrar en detalle. Pero sí quiero que conste que Mac-Kinley, presidente de los Estados Unidos, puso una carta en manos de Rowan para que este la entregara a García. Rowan tomó la carta y no preguntó: «¿Dónde está García?».

“Reproduzco aquí un opúsculo que hace referencia a las actitudes y comportamientos de las personas en sus entornos profesionales”

¡Loado sea Dios! He aquí un hombre cuya figura debe ser vaciada en imperecedero bronce y puesta su estatua en todos los colegios del país. No es la enseñanza de libros lo que los jóvenes necesitan ni la instrucción en esto o aquello, sino el endurecimiento de las vértebras para que sean fieles a sus cargos, para que actúen con diligencia, para que hagan la cosa: llevar el mensaje a García.”

Basándose en esta curiosa historia, Hubbard hace una serie de consideraciones sobre la actitud personal de cada cual en sus trabajos y responsabilidades en las empresas, que son extrapolables a cualquier ámbito profesional, incluida la ciencia y la formación de personal investigador en la universidad y otros centros científicos. Hubbard inicia su análisis con crudeza:

“No hay hombre que haya tratado de administrar una empresa que requiera mucho personal, que a veces no se haya quedado atónito al notar la imbecilidad del promedio de sus empleados, la inhabilidad o la falta de voluntad para concentrar sus inteligencias en una tarea dada y hacerla.

La asistencia irregular, la desatención ridícula, la indiferencia vulgar y el trabajo mal hecho parecen ser la regla general. No hay hombre alguno que salga airoso de su empresa, a menos que, quieras que no quieras o por la fuerza, obligue o soborne a otros para que le ayuden, o a menos que tal vez Dios Todopoderoso, en su bondad, haga un milagro y le envíe al Ángel de la Luz para que le sirva de auxiliar.

Tú, lector, puedes hacer esta prueba. Te encuentras en estos momentos sentado en tu oficina. A tu alrededor tienes seis empleados. Llama a uno de ellos y pídele lo siguiente: «Tenga la bondad de buscar en la enciclopedia la vida de Correggio y hágame un informe sobre la misma».

Elbert Hubbard escribió el opúsculo «Un mensaje a García» en el contexto de la recién terminada Guerra entre Estados Unidos y España, que terminó con la pérdida de Cuba en 1898

¿Crees tú que el empleado contesta: «¿Sí, señor», y se marcha a hacer lo que tú le dijiste?

Nada de eso. Te mirará de soslayo y te hará una o más de las siguientes preguntas:

¿Quién era Correggio?

¿En cuál enciclopedia?

¿Dónde está la enciclopedia?

¿Acaso fui empleado yo para hacer eso?

¿No querrá usted decir Bismarck?

¿Por qué no lo hace Carlos?

¿Murió?

¿Hay prisa para eso?

¿No sería mejor que yo le trajera el libro y usted mismo lo buscara?

¿Para qué quiere usted saberlo?

Y me atrevería a apostar diez a uno a que después de que hayas contestado el interrogatorio y explicado la manera de buscar la información que necesitas y por qué la necesitas, tu empleado se retira y obliga a otro compañero a que le ayude a encontrar a Correggio, regresando poco después, diciéndote que no existe tal hombre. Desde luego puede darse el caso en que yo pierda la apuesta; pero según la ley de promedios no debo perder.

Ahora bien; si tú sabes lo que tienes entre manos, no debes molestarte en explicar a tu auxiliar que Correggio se escribe con “C” y no con “K”, sino que, sonrientemente y de buen humor, le dirás: «Está bien; déjelo»; y dicho esto te levantarás y lo buscarás tú mismo.

“Muchas de las ideas vertidas en este documento sobre la iniciativa y responsabilidad de las personas en el trabajo son perfectamente válidas actualmente, 124 años después”

Este ejemplo me recuerda la actitud de un competente y cercano profesor universitario que siempre me dice que termina antes y mejor las tareas si las hace él mismo, sin delegarlas en terceros colaboradores. Téngase en cuenta que este opúsculo se escribió a finales del siglo XIX; por tanto, algunos de sus contenidos y formas de expresión pueden ser hirientes si se analizan con nuestras escalas de valores del siglo XXI. Sin embargo, otros tienen su vigencia en la actualidad. Hubbard continúa con sus comentarios aludiendo a los empresarios y sus empleados:

Recientemente hemos estado oyendo conversaciones y expresiones de muchas simpatías hacia «los extranjeros naturalizados que son objeto de explotación en los talleres», así como hacia «el hombre sin hogar que anda errante en busca del trabajo honrado»; con frecuencia esas expresiones se acompañan de palabras duras hacia los hombres que están en el poder. Nada se dice del patrono que se avejenta antes de tiempo, tratando en vano de inducir a los eternos disgustados y perezosos a que hagan un trabajo a conciencia; ni se dice nada del largo tiempo ni de la paciencia que ese patrono ha tenido buscando personal que no hace otra cosa sino «matar el tiempo» tan pronto como el patrono se ausenta.

En todo establecimiento y en toda fábrica se practica el procedimiento de selección por eliminación. El patrono vese constantemente obligado a despedir personal que ha demostrado su incompetencia en el fomento de sus intereses y a tomar otros empleados. No importa que los tiempos sean buenos; este procedimiento de selección sigue en todo tiempo, y la única diferencia es que cuando las cosas están mal y el trabajo escasea se hace la selección con más escrupulosidad; pero afuera y para siempre afuera tiene que ir el incompetente y el inservible. Por interés propio, el patrono tiene que quedarse con los mejores, con los que pueden llevar un mensaje a García.

Mis simpatías todas están con el hombre que hace su trabajo cuando el patrono está presente como cuando se encuentra ausente. Y el hombre que al entregársele una carta para García tranquilamente toma la misiva, sin hacer preguntas idiotas y sin intención alguna de arrojarla a la primera alcantarilla que encuentre a su paso o de hacer cosa alguna que no sea entregarla al destinatario; ese hombre nunca queda sin trabajo ni tiene que declararse en huelga para que se le aumente el sueldo. La civilización busca ansiosa, insistentemente, a esa clase de hombres. Cualquier cosa que ese hombre pida la consigue. Se le necesita en toda ciudad, en todo pueblo, en toda villa, en toda oficina, tienda y fábrica y en todo taller. El mundo entero lo solicita a gritos; se necesita y se necesita con urgencia al hombre que pueda llevar un «mensaje a García».”

Para qué voy explicarles lo que opino de este artículo. Hay que verlo con ojos del tiempo en que se escribió, a finales del siglo XIX. El propio Hubbard cuenta las circunstancias en que lo escribió y lo publicó en un periódico local y su inesperada y sorprendente difusión posterior. Recojo a continuación su experiencia, comentada por él mismo:

La idea surgió de una pequeña discusión, cuando tomábamos el té, en la cual mi hijo Bert lanzó la observación de haber sido Rowan el verdadero héroe de la guerra de Cuba. Rowan salió solo y realizó su propósito, llevó el mensaje a García. Cual destello de luz vino a mi mente la idea. Es verdad, me dije. El muchacho tiene razón, héroe es aquél que cumple su cometido: que lleva el mensaje a García. Me levanté de la mesa y escribí «Un mensaje a García». Tan poca fue mi estimación de este artículo, que se publicó sin encabezamiento en la revista.

“Hoy las empresas tienen potentes departamentos de recursos humanos para la selección de personal; aun así, no debe ser fácil encontrar profesionales capaces de llevar un mensaje a García”

Se hizo el reparto y poco después comenzaron a llegar pedidos de una docena, cincuenta, con ejemplares adicionales del número de marzo de Phillistine, y cuando la American New Company pidió mil ejemplares, pregunté a uno de mis empleados cuál era el artículo que había levantado tanto polvo cósmico. «Esto de García», me contestó.

Al día siguiente se recibió un telegrama de George S. Daniels, del Ferrocarril Central de Nueva York, que decía así: «Comuníqueme precio de cien mil ejemplares artículo Rowan, en forma de folleto. Anuncio Tren Expreso del Estado Imperial al respaldo. Diga cuándo puede hacerse entrega».

Contesté cotizando precio y diciendo que podía entregarlo en dos años.

Peores son las circunstancias de las universidades públicas españolas: el personal se selecciona con unas caseras oposiones, con la consiguiente endogamia y mediocridad de muchos de los profesores seleccionados. No es extraño pues, que las universidades españolas carezcan de visibilidad internacional

Nuestras facilidades eran pocas y cien mil ejemplares parecía una empresa magna. El resultado fue que le concedí permiso a Mr. Daniels para que reprodujera el artículo como quisiera. Lo hizo en forma de folletos en ediciones de medio millón cada una y, además, el artículo fue reproducido en más de doscientas revistas y periódicos. Ha sido traducido a todos los idiomas.

Cuando Mr. Daniel se ocupaba de la distribución de «Un mensaje a García» el príncipe Hilakoff, director de los Ferrocarriles de Rusia, se encontraba en este país. Era huésped de la Compañía Central del Ferrocarril de Nueva York, y viajó por todo el país acompañado por Mr. Daniels. El príncipe vio el librito y le interesó; más por el hecho de que Mr. Daniels lo estaba distribuyendo en tan grandes cantidades que, probablemente, por cualquier otro motivo.

De todos modos, cuando el príncipe regresó a su país, hizo que se tradujera al ruso, y se entregara un ejemplar a todo empleado del Ferrocarril en Rusia. Tras este vinieron otros países, y de Rusia pasó a Alemania, Francia, España, Turquía, India y China. Durante la guerra entre Rusia y el Japón, a todo soldado se entregó un ejemplar de «Un mensaje a García». Llegaron a la conclusión de que debía ser algo bueno y por consiguiente lo tradujeron al japonés. Y por orden del Mikado se entregó un ejemplar a todo empleado, civil o militar, del gobierno japonés.

Se han imprimido más de cuarenta millones de ejemplares de «Un mensaje a García». Se dice que esta es la circulación mayor en toda la historia que haya tenido un trabajo literario durante la vida del autor, gracias a una serie de accidentes afortunados.

En mi laboratorio siempre he preferido la política de «dejar hacer» con la esperanza de que mis doctorandos y posdoctorandos fueran capaces de llevar «un mensaje a García»

¿Son válidas las ideas de «Un mensaje a García» en cualquier entorno laboral, sea público o sea privado? Imagino que , aunque en general se cree que la gestión privada es más eficiente que la pública. Hace unos años, la emblemática Fundación Jiménez Díaz estaba en bancarrota e iba a cerrar sus puertas. Un convenio con la Seguridad Social y su gestión privada la han colocado en el primer puesto en calidad asistencial de los hospitales madrileños, según opinión de sus pacientes. ¿Quiere esto decir que lo público se gestiona peor? No; las generalizaciones son con frecuencia infundadas. Pero yo, como enfermo, he tenido recientemente una consulta médica en un hospital público, se me prescribieron unas pruebas diagnósticas que se realizaron en el plazo de varios meses, y la segunda consulta médica para ver los resultados se produjo a los seis meses de la primera.

Obviamente, en mi condición de médico podía haber recurrido a mis amistades y, por «la puerta de atrás», tan frecuentada en España, habría acelerado el proceso. Un día, estaba en la sala de espera de extracciones de sangre para analítica; la sala estaba abarrotada y había muchos pacientes de pie. Casualmente pasó por allí un médico que me conocía y me «forzó» a utilizar la «puerta de atrás», que no me gusta. Fue inútil explicarle que yo estaba a gusto escribiendo en la sala de estar, que no tenía prisa y que no me importaba esperar, como todos los demás pacientes. A pesar de ello, el médico en cuestión me arrastró a la sala de extracciones y me puso delante de una enfermera para que me extrajera sangre, saltándose la lista de espera.

En mi laboratorio siempre he preferido la política de «dejar hacer» con la esperanza de que mis doctorandos y posdoctorandos fueran capaces de llevar «un mensaje a García». Siempre viví con la idea de que mis colaboradores se sintieran responsables, tuvieran iniciativa y sacaran adelante sus proyectos de investigación contra viento y marea. Cuando los 71 doctores que he tenido la fortuna de contribuir a su formación científica y universitaria, llegaban a mi laboratorio, con el proyecto de investigación para su tesis doctoral les entregaba una copia del opúsculo de Elbert Hubbard, «Un mensaje a García». Creo que, años después, a juzgar por la evolución de sus carreras profesionales, podría deducir quién leyó el opúsculo y llevó el mensaje a García y quién ni siquiera lo leyó o lo intentó.

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