La complejidad de la discapacidad y la salud mental

Elvira Conde, gerente del Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos y Clínica Nuestra Señora de La Paz

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Elvira Conde, gerente del Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos y Clínica Nuestra Señora de La Paz
El abordaje de los problemas que presentan las personas con discapacidad intelectual (DI) y el tratamiento de la enfermedad mental, en ocasiones, concurre en perfiles mixtos donde conviven ambas circunstancias que complican el planteamiento de la ayuda que precisa esa persona y se convierten, en estos casos, en claros desafíos para los diferentes profesionales.

Hay que partir de la diferenciación de ambos conceptos. La enfermedad mental y la discapacidad intelectual no son lo mismo. Los problemas psiquiátricos están relacionados con problemas emocionales o conductuales, pero no con un bajo funcionamiento intelectual. Y el diagnóstico de discapacidad intelectual, es decir, el bajo funcionamiento intelectual por debajo de la media (CI < 70 ), con mayor necesidad de apoyos en las habilidades adaptativas, no tiene porqué llevar asociados problemas emocionales o conductuales. A pesar de que hay ocasiones en que ambas condiciones pueden coexistir, la enfermedad mental y la discapacidad intelectual son entidades diferentes y que requieren distintos abordajes.

Una cuestión que se puede plantear es cómo afecta la discapacidad a la salud mental de las personas. Las personas con discapacidad intelectual pueden presentar los mismos tipos de trastorno mental que los que aparecen en la población general con la particularidad de que la manifestación de los síntomas puede ser específica.

Las personas con discapacidad intelectual tienen una mayor prevalencia de enfermedades mentales respecto a la población general porque presentan en general diversos factores de vulnerabilidad

Estas personas con DI tienen una mayor prevalencia de enfermedades mentales respecto a la población general porque presentan en general diversos factores de vulnerabilidad tanto biológicos (labilidad genética, anomalías estructurales) como psicológicos (dificultades de resolución de problemas, menor tolerancia al estrés) y sociales (menor soporte social, falta de oportunidades) que hacen que la probabilidad o el riesgo de padecer un trastorno mental aumente. Al ser más vulnerables en esos tres aspectos, estas personas pueden padecer más enfermedades mentales que las personas sin discapacidad.

Estudios de prevalencia realizados demuestran que entre el 20% y el 40% de las personas adultas con DI pueden verse afectados por algún trastorno mental. Es importante señalar que el diagnóstico de un trastorno mental en las personas con discapacidad intelectual es más complicado que otros, sobre todo, debido a la escasez de herramientas diagnósticas, a las frecuentes dificultades de lenguaje de la persona y a los déficits que presenta ya de base. El hecho de que sean personas con DI puede influir en un inadecuado diagnóstico ya que el repertorio en la variedad de manifestaciones en cuanto a los síntomas de los trastornos mentales en estas personas es amplio.

Es fundamental encontrar profesionales que sepan identificar los indicadores conductuales con los que una persona con limitaciones cognitivas o verbales puede estar manifestando un posible trastorno mental. En el campo de la DI a menudo se da el fenómeno “eclipse diagnóstico” por el cual se asume erróneamente que las personas con discapacidad no pueden tener problemas de salud mental. De este modo cualquier síntoma psicopatológico se atribuye como propio de la discapacidad intelectual. Estos síntomas se consideran manifestaciones de la DI y no se les diagnostica como trastorno mental, lo que implica que no se traten adecuadamente.

Para las personas con discapacidad intelectual y trastornos mentales asociados se necesita un mayor número de recursos especializados, tanto residenciales como de atención diurna

A día de hoy sigue existiendo un estigma en torno a los problemas de salud mental y la discapacidad. Algunos de ellos son: la no aceptación del diagnóstico, la ocultación del mismo, el lenguaje discriminatorio, etc. Todavía hoy, estas personas se encuentran con dificultades a la hora de participar en entornos comunitarios, viendo obstaculizada su participación social. Se ven obligados a seguir reivindicando derechos básicos relativos a la esfera laboral, al acceso a vivienda o a las relaciones sexuales, entre otros.

Como sociedad y, especialmente, desde el ámbito sanitario, podemos intentar revertir esta situación, con implicación desde diferentes planos. Para las personas con DI y trastornos mentales asociados se necesita un mayor número de recursos especializados, tanto residenciales como de atención diurna, que puedan proporcionar un apoyo especializado tanto a los usuarios como a sus familias.

Además, es necesario continuar impulsando una mayor formación especializada de todos los profesionales que trabajan en la atención a personas con discapacidad. Por último, y dado que se trata de una realidad mixta, es importante mejorar la coordinación entre los servicios sociales y los servicios sanitarios para diseñar nuevos dispositivos especializados y para valorar los casos de mayor complejidad. El Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos es un centro sanitario sin ánimo de lucro dedicado a la atención psiquiátrica integral desde 1876. En el área de Atención a Personas con Discapacidad Intelectual se atiende actualmente una población de 518 residentes.

Es importante mejorar la coordinación entre los servicios sociales y los servicios sanitarios para diseñar nuevos dispositivos especializados

Dicha área se distribuye en siete unidades, coordinadas interdisciplinarmente en una atención integral e individualizada del usuario. De estos 518 usuarios, hay 495 plazas para personas con DI y graves problemas de conducta; y 23 plazas para personas con inteligencia límite o discapacidad leve y trastornos mentales o de conducta asociados. Entre los objetivos de este recurso está el proporcionar la atención necesaria a cada persona según su necesidad a través de los apoyos adecuados; lograr su estabilización y la remisión de las conductas desadaptadas o el trastorno psicopatológico; fomentar su autonomía, su participación en la comunidad y asegurar una calidad de vida, favoreciendo su autoestima, la promoción y autonomía personal y su integración socio-ambiental.

Desde el Centro San Juan de Dios, en Ciempozuelos, la experiencia con estos usuarios nos permite afirmar que las personas con DI no pueden tratarse como compartimentos estancos, sino que la comunicación entre los diferentes agentes y actores sociales, así como las intervenciones multidisciplinares, son la única vía para conseguir mejoras en su calidad de vida y obtener los mejores resultados.

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