Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
Los recuerdos acuden a la memoria de forma caprichosa y cuando quieren. Luchan por hacerse presentes y, de repente, uno de ellos cobra vida; es el caso del relacionado con mi mentor durante mi posdoctorado neoyorquino, Sada Kirpekar, cuando daba comienzo la década de 1970. Este recuerdo se hizo particularmente intenso cuando en septiembre de 1999 recibí una llamada del profesor Robert Francis Furchgott para pedirme que impartiera la Lección Conmemorativa «Sada Kirpekar»; la habían creado él y el profesor Julius Bedford para honrar su memoria. Pronuncié la Lección el 8 de diciembre de 1999 en la Facultad de Medicina que la Universidad del Estado de Nueva York tiene en Brooklyn, la llamada Downstate Medical Center, y centré mi presentación en dos temas: la vida y obra científica de Kirpekar y algunos aspectos de mi trabajo sobre el tema que ha servido de eje conductor de mis actividades en el laboratorio, relacionadas con el estudio de la dinámica del calcio como mensajero intracelular y la liberación de neurotransmisores por el mecanismo de exocitosis. Me centraré aquí en la obra y la personalidad de Kirpekar, ejemplo de gran científico y mejor persona.
Relato aquí la figura de un notable científico que recuerdo con admiración por sus saberes y su persona
Sada Kirpekar se graduó en la Universidad de Bombay en 1949. Con una beca de la Fundación Squib se doctoró en farmacología por la Universidad de Glasglow y completó su formación con dos estancias posdoctorales, una con Furchgott y otra con John Gillespie, en el Instituto de Fisiología de la Universidad Escocesa. Finalmente se incorporó de forma definitiva al Departamento de Farmacología que dirigía Furchgott en el Downstate Medical Center, en donde montó su propio laboratorio y desarrollaría su carrera docente y científica, primero como profesor ayudante y luego como profesor asociado y full professor (el equivalente a catedrático en España).
Furchgott y Kirpekar publicaron juntos algunos clásicos trabajos sobre mecanismos adrenérgicos, pero cada uno potenció aspectos diferentes de una temática relacionada: Kirpekar se hizo más neuroquímico y se interesó por descifrar el lenguaje electroquímico de las neuronas; Furchgott cultivó más la farmacología cardiovascular clásica, que le condujo al descubrimiento en 1980 del factor relajante vascular de origen endotelial (EDRF, por sus siglas en inglés), identificado más tarde como óxido nítrico por el mismo Furchgott y por Salvador Moncada. Kirpekar y yo mismo vivimos muy de cerca este gran descubrimiento, aunque entonces no sospechamos su enorme trascendencia, ni que ello le valdría a Furchgott la obtención del Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1998.
La impartición de la Lección Conmemorativa que la Universidad Estatal de Nueva York había creado para honrar su memoria, me produjo gratísimos recuerdos
Uno de los temas favoritos de Sada se relacionaba con el estudio de la regulación de la liberación de noradrenalina en las terminaciones de los nervios simpáticos. Me comentaba con entusiasmo unos experimentos que Brown y su mentor Gillespie habían publicado en 1957. Tras la estimulación eléctrica de los filetes nerviosos que acompañan a la arteria esplénica, analizaban la cantidad de noradrenalina que aparecía en el líquido que perfundía in situ en el bazo de gato. Cuando administraban fenoxibenzamina, un fármaco que bloquea los receptores adrenérgicos alfa, se aumentaba estrepitosamente la liberación de noradrenalina. Durante su posdoctorado con Gillespie, Kirpekar había aprendido a montar esta compleja preparación quirúrgica para aislar y estimular los nervios simpáticos, que incorporó a su laboratorio neoyorquino. Con una posdoctoranda española, la profesora Margarita Puig, hizo experimentos que explicaban la misteriosa facilitación de la liberación de noradrenalina por la fenoxibenzamina. En un artículo que publicaron en 1970, Kirpekar y Puig sugirieron textualmente que se debía al bloqueo de un receptor adrenérgico alfa presináptico, cuya estimulación por el propio neurotransmisor liberado actuaría como freno regulador de la transmisión «sináptica». Esta rompedora hipótesis generaría una miríada de trabajos que en los años 70 del siglo pasado redondearían el concepto de receptores presinápticos reguladores de la neurotransmisión, tanto a nivel del sistema nervioso central como del periférico. Este concepto explicaría el mecanismo de acción de algunos fármacos utilizados en la hipertensión y sentaría las bases para el diseño y desarrollo de otros muchos fármacos hoy en uso clínico, en cuyo mecanismo de acción están implicados los receptores presinápticos.
Hindú de origen, Sada Kirpekar se formó en Escocia y más tarde desarrolló su actividad científica en Nueva York
Cuando en 1971 llegué al laboratorio de Kirpekar me encontré trabajando con un argentino, un noruego, dos japoneses, una española, tres estadounidenses y yo mismo, que soy español, todos bajo la batuta de un hindú. Esa fue la primera lección que me proporcionó mi estancia posdoctoral en los EE. UU., que la ciencia solo exige una cabeza bien amueblada y no entiende de fronteras, razas, religión o género. La segunda lección fue contar con una excelente infraestructura y con una organización extraordinaria que permitía al investigador centrarse en los aspectos más creativos de su trabajo, el diseño, la ejecución y el análisis de los resultados del experimento. La tercera lección, la más importante, fue que la actividad científica tenía un valor intrínseco tan grande que todo, docencia, asistencia y administración giraban en torno a ella. Estaba acostumbrado en España a ver al profesor enzarzado en reuniones, clases, problemas burocráticos y, a ratos, en tareas de investigación. En los Estados Unidos el centro de gravedad de toda universidad que se preciara era la actividad investigadora; hoy continúa igual. No es pues de extrañar que la distancia que separa el progreso científico y tecnológico de las universidades estadounidenses se haya agrandado aún más, si cabe, en estos 54 años que han transcurrido desde mi primer viaje a las Américas, en relación a muchas universidades españolas.
Kirpekar y yo íbamos con cierta frecuencia a Manhattan para asistir a seminarios impartidos por científicos de relieve en las universidades de Cornell, Nueva York, Rockefeller o Columbia. Un día, tras escuchar una magnífica charla de Leslie Iversen sobre el sistema de recaptación neuronal de la noradrenalina, que había estudiado en la Universidad de Cambridge en el Reino Unido, acompañé a Kirpekar a su cardiólogo, en Cornell. Al parecer, padecía una cardiopatía isquémica que se trataba médicamente pues nunca aceptó pasar por el quirófano. En años sucesivos, en visitas mutuas que hicimos a nuestros respectivos laboratorios, mantuvimos una fructífera colaboración con intercambios de posdoctorandos y publicaciones conjuntas. La última vez que le visité fue en julio de 1983. Aquel verano, cuando por las tardes regresábamos del laboratorio, Kirpekar nadaba en la piscina de su jardín mientras yo escuchaba música o leía. Me asombraba verle acercarse al borde de la piscina, ponerse un comprimido sublingual de nitroglicerina y continuar nadando, con desprecio por su salud cardiovascular. Ignoraba que el ejercicio, aunque intenso, no impediría la progresión de su enfermedad ateromatosa coronaria.
Hizo notables contribuciones en el campo de la neurotransmisión, con ideas rompedoras relacionadas con la regulación de la liberación y recaptación de la noradrenalina en el sistema nervioso simpático
El 10 de agosto de 1983 la señora Sashi Kirpekar vió por la ventana de su cocina que su esposo caía bruscamente al suelo mientras segaba el césped de su jardín. Moriría en pocos minutos víctima de un masivo infarto de miocardio. Al pie de aquel gran ventanal, Sada y yo habíamos tomado innumerables tazas del delicioso té que Sashi preparaba, acompañado de una sabrosa tarta de manzana caliente con helado de vainilla. Durante mis visitas, Kirpekar y yo pasábamos el día en su laboratorio. Luego, al caer la tarde, regresábamos a su bonita casa de Long Island en cuyo enorme jardín pasamos momentos inolvidables hablando de la familia, de la India, de Ravi Shankar, de los Gandhi, de Rabindranaz Tagore y, sobre todo, de la fisiofarmacología del sistema nervioso autónomo, su línea de investigación favorita. Nuestro último té lo tomamos en su jardín justo dos semanas antes de su inesperada y repentina muerte. Su hija Maduri me llamó a la Universidad de Alicante para comunicarme la noticia.
Sada Kirpekar fue mi mentor y amigo y por ello me pareció obligado escribir un artículo en el que resumí su trayectoria científica y su persona, que publiqué en una revista que leíamos los farmacólogos de todo el mundo llamada Trends in Pharmacological Sciences. La importancia del legado científico de Kirpekar se reflejó en el hecho de que el editor de esta revista publicara en la portada su fotografía. Decía en el artículo que Kirpekar murió a los 57 años, cuando le quedaban tantas cosas por hacer. Vivió la investigación biomédica con pasión e hizo aportaciones relevantes en el campo de los mecanismos adrenérgicos y la neurotransmisión. La idea del control por receptores presinápticos de la liberación de neurotransmisores nació en su laboratorio; también fue pionero de la hipótesis de la recaptación neuronal como mecanismo que termina las acciones postsinápticas del neurotransmisor liberado. Esta hipótesis explicaba los mecanismos de supersensibilidad de órganos inervados por el simpático, tipo corazón, conducto deferente, vasos, iris o músculo liso bronquial, tras la denervación de estos tejidos. Otro tema que cultivó se relacionaba con los mecanismos iónicos que disparan la liberación por exocitosis de los neurotransmisores, e hizo aportaciones clásicas sobre la función del calcio en el control de la actividad de la maquinaria secretora de las terminaciones nerviosas simpáticas y de la célula cromafín de la médula suprarrenal.
Vivía con entusiasmo cada experimento, que nos sugería a sus colaboradores por la mañana y cuyo resultado esperaba todo el día hasta la tarde
Cuando en 1999 visité el Downstate Medical Center me sorprendió apreciar los estragos del tiempo en los departamentos de farmacología y fisiología. En 1971 los dirigían, respectivamente, Robert Furchgott y Chandler Brooks, dos pesos pesados de la farmacología y fisiología que pusieron sus respectivos departamentos entre los mejores de los Estados Unidos. En 1999 se habían fusionado en un solo departamento, y solo quedaban cuatro profesores de aquella época, Furchgott, Friedman, Sheid y Koizumi. Los demás habían muerto (Kirpekar, Margolis, Kao, Brooks), se habían retirado (Beldford, Cervoni, Lee) o emigraron a otras universidades (Wakade, Rubin, McCoughly, Dixon, Stainsland). Tuve también ocasión de reencontrarme con la familia Kirpekar en pleno, Shashi, sus hijos Nanda, Madhuri y Shyla, y conocer a sus nietos. No me cabe la menor duda de que si por entonces Sada hubiera estado vivo, a los 74 años que tendría en 1999, continuaría trabajando activamente y nuestra colaboración habría continuado, pues tuvimos una relación de discípulo a maestro que acabó siendo de verdadera amistad. Furchgott y yo comentábamos esto tomando un frugal lunch en la cafetería de la residencia de estudiantes. Furchgott tenía entonces 82 años y ya era Premio Nobel, pero continuaba trabajando en el laboratorio con un par de técnicos y se preguntaba, todavía, si el EDRF era solo óxido nítrico o algo más. Kirpekar y Furchgott eran gentes construidas con «maderas nobles».
Otra actitud que aprendí de Kirpekar fue su rechazo a un despacho fuera del laboratorio. Quería tener su mesa de trabajo en el propio laboratorio, para así participar activamente en los experimentos que hacíamos sus posdoctorandos y doctorandos. Cuando presencié por primera vez la rapidez, meticulosidad y finura quirúrgica con la que Kirpekar y Prat preparaban la perfusión in situ del bazo perfundido de gato, me asombró su destreza para insertar una cánula en un minúsculo vaso o en la delicada disección de los finísimos nervios simpáticos que discurrían pegados a la arteria esplénica. Le recuerdo viniendo raudo desde su escritorio al contador de centelleo o al espectrofotofluorímetro para observar los datos frescos que obteníamos al final de la tarde. Siempre mostraba una actitud apasionada por el experimento, no importaba que fueran datos negativos o positivos. Comentaba que el diseño experimental debía hacerse sobre la base de preguntas precisas y la interpretación de los resultados debía ser simple y lógica. Influenciado por sus largos periodos de experimentación en el Reino Unido, diseñaba sus experimentos con óptica fisiológica; utilizaba los fármacos como herramientas experimentales y decía que valía la pena publicar los resultados solo si contribuían a la comprensión de un fenómeno fisiológico.
Kirpekar fue un ejemplo a seguir para mí y para muchos jóvenes que, desde distintos países, acudíamos a su laboratorio para formarnos
Como persona, Sada Kirpekar transmitía una modestia franciscana que hacía que sus discípulos y compañeros le tuviéramos respeto y admiración. Tenía un carácter afable y discreto, lo que no le impedía expresar y defender sus puntos de vista, científicos o sociales, con firmeza. Recuerdo que los viernes por la tarde hacíamos en su laboratorio reuniones festivas para degustar algún vino (muchas veces español) y para charlar. También organizaba en su casa alguna fiesta a la que nos invitaba a los miembros de su laboratorio y algunos profesores. Ello contribuía a crear un clima de amistad entre todos sus colaboradores. Sada vino a España en varias ocasiones, y en alguna estuvo acompañado de su esposa y sus tres hijos. Hoy todavía mi familia mantiene la amistad y los contactos con la familia Kirpekar.
Un aspecto interesante de Kirpekar y Sashi era su amor por su país, la India, que visitaban con frecuencia, contribuyendo a la educación de algunos de sus miembros que acogió en su laboratorio en Nueva York. Cuando decía a Kirpekar que me hubiera gustado acompañarle en algún viaje a la India para conocer a su familia me respondía siempre lo mismo: ¿Para qué? ¿Para ver miseria?
Cuando finalizó el acto académico de la Lección Conmemorativa «Sada Kirpekar» hubo una comida en un reservado del comedor de la Facultad y el Hospital, a la que asistimos el director del departamento, algunos profesores, Furchgott y la familia Kirpekar. Hubo momentos de recuerdo para Sada y también para la mayoría de los profesores del departamento, ya desaparecidos o que se habían marchado a otras universidades. En la época dorada, de los años 70 a 90 del siglo pasado, el departamento de Farmacología de la Facultad Downstate Medical Center, liderado por Furchgott, se consideró como uno de los mejores de los Estados Unidos.