Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
A lo largo de mi vida he estudiado y trabajado en cinco facultades de medicina. Comencé este periplo en octubre de 1963, cuando iniciaba los estudios de Medicina en la Universidad Central, hoy Complutense de Madrid. Como entré de alumno interno en el Departamento de Farmacología, logré adelantar trabajo de laboratorio que luego incorporaría al de mi tesis doctoral; por ello, pude presentar y defender mi tesis en 1970.
Para desarrollar una carrera profesional he seguido la estrategia de los jóvenes estadounidenses, que se mueven de un lugar a otro con soltura; piensan que así adquieren experiencia y establecen nuevos contactos. Así que, nada más doctorarme, acepté un contrato de profesor ayudante en la naciente Universidad Autónoma de Madrid. Di comienzo así a un periodo posdoctoral, con la realización de experimentos en el área del sistema nervioso autónomo y la impartición de clases prácticas y teóricas a los alumnos de Farmacología de tercer curso de Medicina. Pero aquel curso académico fue de transición, ya que daba comienzo el curso académico 1971-1972 cuando me incorporé a la Facultad de Medicina Dowstate Medical Center de la Universidad Estatal de Nueva York.
Tras el trienio neoyorquino surgió la oportunidad de una plaza vacante de profesor agregado interino en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid
Tras el trienio neoyorquino surgió la oportunidad de una plaza vacante de profesor agregado interino en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. Pude pronto lograr aquella plaza por oposición, que dignificó y estabilizó la situación de mi familia. Pero Valladolid no me brindó la oportunidad de alcanzar una cátedra y la madrileña Autónoma me acogió de nuevo como profesor agregado. Transcurrirían cinco años antes de que el barco me condujera de nuevo a otro puerto, el de la naciente Universidad de Alicante. Y es que esta Universidad sí que me ofreció una cátedra.
Finalmente, la Universidad Autónoma de Madrid volvió a tirar de mí, de tal manera que el trasiego finalizó en 1987, tras pasar un quinquenio en la Universidad de Alicante. Hoy, 37 años después de aquel viaje final, continúo paseando por los jardines de la Autónoma, y tengo alguna actividad residual de posgrado, en mi Universidad madrileña, que es como mi segunda casa.
Visto con una mente inquisidora, uno tiende a pensar cuál fue la razón de este largo viaje. Para entenderlo, me refugio en algunos versos del poema que pensara el poeta griego Constantino Cavafis, en el primer tercio del siglo XX, inspirándose en la Odisea de Homero y en su protagonista, Ulises: «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias». Ciertamente, en cada una de las cinco facultades de medicina que he vivido, he tenido experiencias interesantes; en conjunto, puedo aseverar que el camino recorrido ha estado salpicado por aventuras docentes y científicas, con algunos hechos insólitos. Uno de estos fue el que aconteció años después de que dejara la Universidad de Alicante, a saber, el traslado de su Facultad de Medicina a otra universidad.
Llegué a la Universidad de Alicante atraído por el proyecto de un admirado amigo, el profesor Carlos Belmonte
Llegué a la Universidad de Alicante atraído por el proyecto de un admirado amigo, el profesor Carlos Belmonte. Como estaba todo por hacer y disponía de plazas de profesores, pronto reclutaría a un buen puñado de jóvenes y entusiastas colaboradores, que contribuían a crear un atractivo ambiente científico y docente.
Años después, uno de aquellos jóvenes, hoy catedrático de universidad, Francisco Sala, escribiría en 2016 su recuerdo de aquella época, a propósito de un simposio que mis colaboradores organizaron el día de mi jubilación oficial: «No hay duda que a ese gran ambiente científico y humano contribuyeron en mayor o menor grado las personas que se unieron al grupo en la Universidad de Alicante entre 1982 y 1987, entre las que hay que mencionar a: Leonor Álamo, Cristina Alcaraz, Marie Alpera, Juanjo Ballesta, Ricardo Borges, Tomás Cantó, Miguel Ángel Company, Juan Carlos de Agustín, Elena Díaz, Toñín Díez, Clara Faura, Rosalba Fonteriz, Luis Gandía, Margarita García Ladona, Manuela García López, Ángel Blas García Moreno, Luismi Gutiérrez, José Horga, Victoriano Mandado, Maricarmen Moya, Carmen Orellana, Alfredo Orts, Pilar Pérez Hervás, Juan Antonio Reig, Cristina Rodríguez Artalejo, Julia Romeo, Miguel Sanz, Lisbet Sorensen y Salvador Viniegra. Esta larga lista de jóvenes y entusiastas colaboradores contribuyó a disipar mi preocupación por el futuro del departamento».
También, con su fina y precisa pluma, Paco Sala recordaba las extraordinarias circunstancias en que se desarrollaron algunos experimentos, hechos en condiciones harto precarias
También, con su fina y precisa pluma, Paco Sala recordaba las extraordinarias circunstancias en que se desarrollaron algunos experimentos, hechos en condiciones harto precarias, que, sin embargo, condujeron a su publicación en una de las mejores revistas biomédicas, Nature; se trataba del trabajo con el nuevo compuesto BayK86544. Había yo conocido a Friedrich Hoffmeister, de Bayer, en un simposio que sobre canales de calcio organizó Martin Morad en el italiano Lago Mayor, al que tuvo la gentileza de invitarme como ponente. Este contacto nos sería útil para que cristalizara la historia del BayK8644 en los términos que Paco Sala utilizó para narrarla en el citado libro jubilar:
«Fue precisamente por esas fechas (1983) cuando se publicó un artículo sobre un nuevo fármaco, el BaY-K-8644, coprotagonista de esta pequeña historia. Porque el BAY-k-8644 era entonces una molécula singular; a diferencia de otras dihidropiridinas ya conocidas, como la nitrendipina o la nifedipina, el BAY-K-8644, al que a partir de ahora denominaremos BAY-Ka, tal como suena en español, parecía ser capaz de activar en vez de bloquear los canales de calcio sensibles a voltaje. Antonio García no debió tardar más de 100 milisegundos en ponerse en contacto con Friedrich Hoffmeister, de la empresa Bayer en Wuppertal, y pedirle una muestra de BAY-Ka. El objetivo estaba claro: ser el primer grupo de investigación en poder demostrar que el BAY-Ka se comportaba como un activador de los canales de calcio de una célula neurosecretora como es la cromafín de la médula adrenal.
Otro hecho singular fueron los seminarios interdepartamentales de investigación, alimentados por los fisiólogos, farmacólogos, bioquímicos e histólogos
El material humano estaba disponible: todos jóvenes y entusiastas, y manejando ya con la destreza requerida distintas metodologías complementarias entre sí, de modo que el martes 13 de septiembre de 1983 empezó el concierto con todos los instrumentos bien afinados. Fue un periodo de actividad febril, en el que todos parecíamos estar en un trance eufórico, consecuencia de resultados positivos que se iban encadenando como por ensalmo. En menos de dos meses, Rosalba, Luis y yo pudimos demostrar con el rigor debido cómo el BAY-Ka potenciaba espectacularmente la secreción de catecolaminas de la glándula adrenal de gato.
Juan Antonio Reig y Salvador Viniegra hicieron otro tanto respecto a la entrada de calcio radioactivo a través de la membrana plasmática de células cromafines bovinas. Y finalmente, Jesús Frías, en Madrid, mostraba cómo el BAY-Ka inhibía específicamente la unión de nitrendipina tritiada a fragmentos de membranas plasmáticas. Obviamente, fue Antonio quien dirigió la orquesta y escribió el manuscrito. La oficina editorial lo recibió el 11 de noviembre de 1983 y, tras algunas modificaciones menores, lo aceptó tres meses más tarde para su publicación en la revista Nature».
Otro hecho singular fueron los seminarios interdepartamentales de investigación, alimentados por los fisiólogos, farmacólogos, bioquímicos e histólogos. Los celebrábamos en una pequeña aula del edificio del decanato, que había ocupado el coronel jefe del antiguo campo militar de aviación. Creo que uno de los atractivos de aquellos seminarios científicos eran las discusiones acaloradas, particularmente entre fisiólogos y farmacólogos y, más concretamente, entre el excelente neurofisiólogo Roberto Gallego y yo mismo.
Carlos Belmonte disfrutaba llamando «marranatos» a los fármacos que utilizábamos los farmacólogos; yo le contestaba que los fisiólogos pesaban con la mano, a ojo, los miligramos de los fármacos que utilizaban
Carlos Belmonte disfrutaba llamando «marranatos» a los fármacos que utilizábamos los farmacólogos; yo le contestaba que los fisiólogos pesaban con la mano, a ojo, los miligramos de los fármacos que utilizaban. En cualquier caso, aquellos seminarios servirían para que los jóvenes doctorandos se apasionaran con la ciencia y que aprendieran que muchos resultados de los experimentos no eran simplemente blanco o negro; había grises difíciles de interpretar. A estos seminarios acudieron como ponentes varios científicos de relieve de Sào Paulo (Aron Jurkiewicz), Canadá (José María Trifaró), Estados Unidos (David Klein, Harvey Pollard), Francia (Dominique Aruis) o el Reino Unido (Peter Baker), entre otros. Curiosamente, el muy aficionado a la fiesta de las Hogueras lucentina, Miguel Ángel Company, trajo a un escultor de hogueras para impartir un seminario sobre su historia y su arte.
En Alicante abundaban las propuestas y hervían las ideas. Así surgieron las reuniones periódicas entre colaboradores de Madrid y el creciente número de colaboradores de la Universidad de Alicante. De estas reuniones científicas comenzaron a surgir nuevas colaboraciones y también nuevos lazos de amistad entre ambos grupos. Pronto decidimos invitar a esas reuniones a otros investigadores externos y les pusimos apellidos; de esos nombres sobrevivió el del acrónimo GENN, Grupo Español de Neurotransmisión y Neuroprotección. De la relevancia de estas reuniones prenavideñas da fe la número 43, que se celebró en un aula situada junto al magnífico claustro renacentista del rectorado de la Universidad de Alcalá de Henares, en diciembre de 2023, más de 40 años después de su nacimiento en la Universidad de Alicante.
Carlos Belmonte, una verdadera fuerza de la naturaleza, alumbraba su idea de crear un instituto mixto CSIC-Universidad de Alicante para el cultivo de las neurociencias
Por aquella época, el profesor Vicente Rojo (cirujano de la entonces llamada Clínica Puerta de Hierro, vinculada a la Universidad Autónoma de Madrid) me puso en contacto con la editorial Edilerner. Vicente dirigía entonces la revista Tiempos Médicos y me presentó al señor Salomón Lerner, un judío argentino dueño de la editorial. Las oficinas estaban ubicadas en el antiguo y amplio piso del doctor Gregorio Marañón, en el madrileño Paseo de la Castellana. Allí me propuso actualizar el índice de especialidades médicas INTERCON.
Nuestra aportación fue, fundamentalmente, la incorporación de un texto resumido de las principales bases farmacocinéticas de los medicamentos, una especie de manual de prescripción. También en Alicante, don Carlos Giménez Antolín, quien primero se encargaría de la gerencia de Edilerner y luego iniciaría su propia editorial, me propuso crear y dirigir la revista Farmacoterapia y, más tarde, también la revista Farmacología del SNC. Consideré aquellas iniciativas como una extensión universitaria en el terreno de la educación médica continuada e incorporé a todas ellas a mi creciente número de colaboradores, tanto los de Alicante como los que se habían quedado en Madrid.
Carlos Belmonte, una verdadera fuerza de la naturaleza, alumbraba su idea de crear un instituto mixto CSIC-Universidad de Alicante para el cultivo de las neurociencias. Con su entusiasmo contagiaba a todos la idea y yo, personalmente, siempre consideré que era magnífica. Colaboré en lo que pude, con sugerencias para su construcción y la definición de sus objetivos, particularmente en las áreas de la farmacología y la neuroquímica.
En la nueva universidad ilicitana había más posibilidades de crear institutos de investigación; así nació en el Campus de San Juan el magnífico Instituto de Neurociencias actual
Yo volví a la Autónoma de Madrid en 1987, cinco años después de la incorporación a la Universidad de Alicante, como me pidió Carlos cuando me ofreció la cátedra. Ya no viví lo que siempre he considerado un desatino, la creación, al final de los años ochenta, de una segunda universidad, la Miguel Hernández de Elche y el traumático traslado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alicante a la nueva universidad.
Al parecer, en la nueva universidad ilicitana había más posibilidades de crear institutos de investigación; así nació en el Campus de San Juan el magnífico Instituto de Neurociencias actual, un centro mixto entre la Universidad Miguel Hernández y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el que trabajan varios centenares de investigadores de dentro y fuera de España. Muchos de mis colaboradores se trasladaron al nuevo Instituto y la nueva Facultad del Campus de San Juan; otros se quedaron en el Campus de San Vicente de Raspeig, en donde me encuentro escribiendo estas líneas.
Curiosamente, la Universidad de Alicante ha logrado recientemente que se le conceda una nueva Facultad de Medicina ¡30 años después de su pérdida! ¡Dos universidades públicas y dos facultades de medicina en una provincia tan pequeña como atractiva, la de Alicante! Siempre pregunto a mis veteranos amigos de ambas universidades si no habría sido más práctico tener una sola universidad, con más recursos y más competitiva a nivel internacional. Su respuesta es afirmativa; pero solo lo dicen de puertas adentro. Y ahí siguen ambas universidades, una con su magnífico Campus de San Vicente del Raspeig y la otra con su Campus disperso por toda la provincia alicantina, Elche, San Juan, Orihuela…
Me gustaría hacer un experimento docente, tan atractivo como trabajoso: reinstaurar el Minicongreso de Farmacología y Terapéutica
En la «renacida» Facultad de Medicina de la Universidad de Alicante, que en el presente curso académico 2023-2024 inicia sus enseñanzas de anatomía, la docencia de la farmacología se iniciará durante el curso 2025-2026. La profesora Victoria Maneu ya me ha invitado para que imparta la primera clase del curso y algunas charlas más. Puede considerarse que esta sería mi sexta Facultad de Medicina. Me gustaría hacer un experimento docente, tan atractivo como trabajoso: reinstaurar el Minicongreso de Farmacología y Terapéutica. Es algo así como buscar el tiempo perdido, donde quiera que se encuentre, como hiciera Marcel Proust.
Como volver a empezar al final del camino, con mi vieja Facultad de la Universidad de Alicante que tantas nuevas experiencias me brindó; como finaliza Cavafi su viaje a Ítaca: «Y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin aguardar a que Ítaca te enriquezca. / Ítaca te brindó tan hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte. / Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, / con tanta experiencia, / entenderás ya qué significan las Ítacas».