Sinergia CSIC-FTH en la búsqueda y desarrollo de nuevos fármacos

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Dr. Antonio G. García. Médico y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Teófilo Hernando
El 21 de mayo de 2024 fue un día extraordinario. Nuestra Fundación Teófilo Hernando (FTH) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) coprotagonizaron un acto singular: la firma de un convenio de colaboración para unir esfuerzos y saberes complementarios de los investigadores de ambas instituciones en las áreas de la química médica y la farmacología. Perseguimos la búsqueda de un fármaco o combinación de fármacos con propiedades neuroprotectoras y potencial para rescatar de la muerte a las neuronas vulnerables en la catastrófica enfermedad de Alzheimer. Y no solo eso; ese fármaco o combinación de fármacos podría también convertirse en una estrategia terapéutica en otras enfermedades neurodegenerativas, caso de la enfermedad de Parkinson, la esclerosis múltiple, la enfermedad de Huntington o la esclerosis lateral amiotrófica.

Visto de lejos, con frialdad, la firma de un convenio solo certifica un conjunto de buenos propósitos, que pueden cristalizar, o no, en hechos concretos. Sin embargo, el convenio FTH-CSIC no se ha firmado sobre la base de propósitos y buenas intenciones. Y ello es así porque se sustenta en una plataforma colaborativa creada a comienzos del siglo XXI. Por entonces, el profesor de investigación José Luis Marco (Instituto de Química Orgánica, CSIC), y yo mismo (Departamento de Farmacología y Terapéutica, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de Madrid) acordamos crear un novedoso programa de doctorado, que no figura escrito en ninguna parte. Pero sus frutos fueron notables. Para entenderlo, conviene que describa antes la precaria situación de la I+D+i del medicamento en los ámbitos académicos de España. Químicos y farmacólogos no buscaban la necesaria colaboración en un tema complejo y necesariamente pluridisciplinar cual es el de la I+D+i del medicamento.

Nuestra Fundación Teófilo Hernando, que entiende del medicamento, acaba de firmar un convenio de colaboración científica con el CSIC.

El fármaco es una molécula que se sintetiza en un laboratorio de química orgánica. Esa síntesis se aborda desde dos estrategias distintas, a saber, la simple curiosidad química-molecular (investigación básica) o pensando en una diana patogénica de interés terapéutico. El químico orgánico sintetiza una molécula por simple curiosidad o para trazar una nueva vía sintética; por ejemplo, hace años mi colaborador y amigo Rafael León, durante su posdoctorado en la Universidad de Oxford, pudo establecer la síntesis completa de morfina con una serie de complejas etapas intermedias. Dada esa complejidad, la obtención de morfina en el laboratorio para su uso clínico saldría extraordinariamente cara. Por ello, todavía hoy se obtiene a partir del opio. Pero, el esfuerzo de Rafael León y de sus mentores no fue en vano: satisficieron su curiosidad científica y publicaron su trabajo en una revista de primera línea.

Hay otro tipo de químicos que dirigen sus esfuerzos a una diana patogénica concreta. Saben que esa diana es una proteína (aunque no sea así siempre) y que, además, está implicada en la patogénesis de una determinada enfermedad. A estos investigadores se les ha dado en llamar químicos médicos, por el enfoque terapéutico de sus esfuerzos sintéticos. En su día, tuve la suerte de conocer al profesor José Elguero, que se incorporó al Instituto de Química Médica del CSIC tras largos años de estancia en Francia; él me aclaró muchas cuestiones relacionadas con la química médica. Durante el acto de la firma del convenio en la sede central del CSIC, supe por algunos asistentes que el doctor Elguero todavía continúa muy activo en el laboratorio.

El fármaco es una entidad química cuya concepción, diseño, síntesis y desarrollo requiere la colaboración estrecha de químicos y farmacólogos

Finalizaba el siglo XX y daba comienzo el XXI cuando aparecieron en la clínica los inhibidores de la acetilcolinesterasa para incrementar los niveles cerebrales de acetilcolina y así mejorar la memoria del paciente que sufre la enfermedad de Alzheimer, en sus estadíos de leve a moderada. Sin embargo, pronto se sabría que los inhibidores de esta enzima metabolizadora de la acetilcolina (rivastigmina, donepezilo y galantamina) exhibían solo efectos transitorios mejorando la cognición;  pero no frenaban el curso de la enfermedad. Es decir, carecían de efectos neuroprotectores. El doctor Marco ponía todo su empeño en conseguir nuevos inhibidores de la enzima con nuevas moléculas que sintetizaba en su laboratorio del CSIC, con la intención de mejorar la eficacia y seguridad de los tres fármacos en uso clínico.

En una de las reuniones anuales de un grupo de neurocientíficos interesados en esta temática, el denominado GENN (Grupo Español de Neurotransmisión y Neuroprotección), José Luis y yo acordamos dirigir conjuntamente la tesis doctoral del hoy profesor Cristóbal de los Ríos (Universidad Rey Juan Carlos). Hasta aquel momento, los químicos sintetizaban las moléculas y nos las daban a los farmacólogos para que las estudiáramos en diversas preparaciones biológicas. A José Luis y a mi nos pareció interesante que el propio doctorando que había hecho la síntesis, también investigara las propiedades farmacológicas de las moléculas sintetizadas. Dicho y hecho. Cristóbal sintetizaba sus moléculas en el CSIC y luego venía al laboratorio de farmacología para hacer los experimentos apropiados con el fin de definir la actividad biológica de dichas moléculas. Rafael León, que he mencionado anteriormente, fue otro doctorando «híbrido», químico y farmacólogo, que completó su tesis doctoral con este plan. Ahora ya es investigador independiente en el Instituto de Química Médica del CSIC, y colabora muy estrechamente con la FTH.

Los químicos implicados en la I+D del medicamento enfocan sus moléculas hacia una determinada diana patológica; de ahí que se les llame químicos médicos

Pronto se incorporarían a esta estrategia colaborativa otros investigadores del CSIC (Maribel Rodríguez, Santiago Conde) y otros farmacólogos del Instituto-Fundación Teófilo Hernando, UAM (Manuela García López, Mercedes Villarroya, Luis Gandía y yo mismo). El resultado fue muy estimulante: reuniones científicas conjuntas, formación de doctores, publicaciones conjuntas en revistas de relieve, patentes… Y así llegamos a este significativo 21 de mayo, para firmar el convenio CSIC-FTH.

Cabe preguntarse que, si la colaboración ha funcionado durante más de dos décadas, y continúa funcionando, ¿por qué hacía falta un convenio? Pues sí que es harto relevante ya que el convenio asegura el futuro de esta rica colaboración; potenciará la incorporación de personal investigador de la FTH al CSIC; la realización de estancias del personal investigador del CSIC en los laboratorios de la FTH; se creará una sinergia entre los investigadores de ambas instituciones; se intercambiarán saberes y métodos complementarios entre los científicos (químicos y farmacólogos) de ambas instituciones. Y con trabajo y suerte, el convenio hará más previsible que podamos llegar a fases clínicas con alguna de las moléculas que ideen los químicos médicos del CSIC y que investiguemos los farmacólogos de la FTH.

Por su parte, el farmacólogo exprime al máximo el estudio de los efectos de esas moléculas con sus dianas tisulares en la enfermedad

El convenio FTH-CSIC da fe de una rica colaboración científica en el campo de la I+D+i del medicamento, que dura ya dos décadas. Pero también el convenio sirve de levadura para aumentar dicha colaboración en cantidad y calidad; y lo va a hacer mediante la flexibilización de todos los trámites que a veces enlentecen la misma, para lograr inyectar recursos económicos procedentes de fuentes privadas y públicas, nacionales e internacionales. Larga vida a esa mágica palabra, colaboración, que curiosamente está incluida en el lema de la FTH desde su nacimiento hace 28 años: «Deja que, con tu colaboración, cada cual llegue a donde sea capaz».

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