Gema Maldonado Cantero
Corría el mes de octubre de 1981 cuando ingresó en el Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona un hombre de 35 años con sarcoma de Kaposi y una infección intracerebral. En realidad, fue el primer caso que se detectó en España de VIH/sida. Han pasado más de 43 años, las cosas han cambiado mucho para los pacientes que hoy viven con VIH en nuestro país, aunque el estigma asociado al virus sigue muy presente, incluso en el ámbito sanitario.
Sobre estigma también saben aquellos profesionales, médicos, enfermeras, auxiliares, que atendieron y cuidaron a esos primeros pacientes, cuando aún no se sabía muy bien qué les pasaba. Y, después, cuando el conocimiento sobre la enfermedad aumentó, pero los miedos y el recelo dificultaban la atención de estos pacientes en otras unidades distintas a enfermedades infecciosas. Así lo cuenta la Dra. Eulalia Valencia, que acaba de jubilarse después de toda una vida profesional entre el Hospital Universitario La Paz de Madrid y el Hospital Carlos III, atendiendo siempre pacientes con VIH y sida.
Dra. Eulalia Valencia: “No me he sentido estigmatizada personalmente, pero mi trabajo sí lo ha sido, bastante”
“No me he sentido estigmatizada personalmente, pero mi trabajo sí lo ha sido, bastante. Me sentía mal porque había rechazo a lo que hacía”, explica la especialista, quien también ha llevado a cabo múltiples líneas de investigación como parte del grupo de investigación Gesida.
En su paso por el pódcast de iSanidad, recuerda tener pacientes “que estaban muy malitos” y necesitaban una operación o un tratamiento de quimioterapia que ni ella ni su servicio podían ofrecer. Las dificultades y las “pegas” al otro lado del teléfono, eran claras. “Eso sí que nos costaba”, recuerda. Eran pacientes con VIH, a veces, también adictos y con síndrome de abstinencia. “Aquello era muy difícil de tolerar” en los servicios y especialidades que no solían tratar con estos pacientes.
“Había veces que me iba un viernes a casa y cuando volvía el lunes se me habían muerto tres enfermos en la cama”
Al estigma se unía el factor emocional de perder pacientes que realmente estaban empezando a vivir. “Recuerdo que muchas veces volvía a casa llorando”, rememora la especialista, que inició la residencia en plena eclosión de casos. “Yo era muy joven, pero algunos de los enfermos eran hasta 10 años más jóvenes. Era muy duro enfrentarte a chicos que podrían ser tus hermanos pequeños y que estaban muy enfermos. Había veces que me iba un viernes a casa y cuando volvía el lunes se me habían muerto tres enfermos en la cama”.
Esos momentos, afirma, fueron compensados después con todo lo vivido con llegada de tratamientos realmente enfectivos. “La sensación de felicidad de ver que aquello que era absolutamente mortal, hoy ya no lo es. Eso ha sido una maravilla”, concluye.