La tragedia del Titanic como símil en nuestro entorno

Dra. Luisa Nieto, editora del Espacio Editorial de la Sociedad Española de Radiología Médica (Seram)

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Dra. Luisa Nieto, editora del Espacio Editorial de la Sociedad Española de Radiología Médica (Seram)
Entre la noche del 14 y la madrugada del 15 de abril de 1912, se hundió el Titanic. He estado leyendo sobre este suceso y, aprovechando que estamos en abril, he decidido abrir este trimestre del “Espacio Editorial Virtual” con el tema de la humanización en el servicio de radiodiagnóstico. Para ilustrarlo, utilizaré como símil la tragedia del Titanic: un barco que se consideraba insumergible, pero que terminó en el fondo del Atlántico debido a una serie de errores que, con la perspectiva actual, parecen evitables. Situaciones similares pueden ocurrir en un servicio de radiodiagnóstico si no se toman las precauciones necesarias.

El Titanic fue una maravilla de la ingeniería naval del siglo XX. Contaba con la tecnología más avanzada de la época y con un equipo humano experimentado en navegación. Aun así, su hundimiento demostró que un exceso de confianza en la tecnología y en las propias capacidades puede desencadenar el desastre. Del mismo modo, la radiología ha revolucionado la medicina con herramientas como los rayos X, la tomografía computarizada y la resonancia magnética; sin embargo, una confianza ciega en los sistemas tecnológicos o en la inteligencia artificial, sin una supervisión cuidadosa, puede ocasionar diagnósticos erróneos o negligencias que comprometan la vida de los pacientes.

Una confianza ciega en la tecnología, sin supervisión ni colaboración, puede comprometer la seguridad del paciente

El capitán del Titanic, Edward Smith, estaba cerca de su jubilación y rebosaba confianza. Soñaba con batir un récord de velocidad en su último viaje, y tal vez ese afán le hizo perder la perspectiva de lo realmente esencial, relegando las necesidades de la tripulación y los pasajeros. Cuando avistaron el iceberg, decidió girar el barco para esquivarlo, pero el choque lateral contra el hielo resultó fatal. Existe la posibilidad de que, de haber optado por un impacto frontal, el desenlace no hubiera sido tan trágico. Aquella fue una decisión unilateral, no consultada con su equipo, lo que deja abierta la pregunta: ¿se debió a falta de humildad, desconfianza en sus compañeros o simplemente a la urgencia del momento?

Antes de zarpar, ya había surgido un problema: se declaró un incendio en la cámara número 6, cerca de la zona donde luego se produjo el impacto. Desconocemos si este incidente, sumado al sistema de remaches, al frío que fragilizó el acero y a otros fallos de diseño, contribuyó al resultado final. Lo que sí está claro es que errores de cálculo, exceso de confianza y descuidos humanos se alinearon fatalmente.

Un detalle revelador es la respuesta de la tripulación durante la crisis: aunque cada uno cumplió las órdenes recibidas, las distintas secciones del barco no comprendían por qué los demás actuaban de una u otra forma y pensaban que la gravedad de la situación no se asumía con la seriedad debida. ¿Cuántas veces nos ha sucedido algo parecido? En circunstancias críticas, a menudo dudamos de nuestros compañeros o de nosotros mismos al salir de nuestra zona de confort.

Las decisiones unilaterales, sin una visión horizontal ni integradora, pueden afectar gravemente la calidad asistencial

En un servicio de radiodiagnóstico, la dirección médica, los jefes de servicio y los jefes de sección toman decisiones de gran trascendencia: la compra de nuevos equipos, la gestión del personal o la organización del flujo de trabajo. Un paso en falso puede afectar la planificación de citas, la calidad de los diagnósticos, las condiciones laborales y por ende, la salud de los trabajadores y pacientes. De igual modo que las decisiones del capitán Smith sellaron el destino del barco, las de la dirección en radiodiagnóstico pueden tener consecuencias determinantes.

Mientras, en las lujosas salas del Titanic se debatía la seguridad, en las profundidades de la nave los fogoneros y maquinistas trabajaban en condiciones extremas, sin información clara del rumbo ni del peligro real, pero sosteniendo el funcionamiento del barco hasta el último momento. Algo parecido puede ocurrir en radiología: los radiólogos interpretan las imágenes, los técnicos las obtienen y los administrativos gestionan las citas. ¿Qué pasaría si contáramos con una estructura más horizontal y colaborativa? Tal vez, involucrar a todos los profesionales en la toma de decisiones —médicas y administrativas—, y escuchar sus aportaciones de forma ordenada y sistemática, mejoraría la comunicación y ayudaría a tomar decisiones más precisas.

Otro paralelismo evidente son los factores humanos. En el Titanic se ignoraron advertencias de icebergs emitidas el día anterior. La radio estaba averiada y su operador, sobrecargado con 250 mensajes, dio poca importancia a las alertas. Del mismo modo, en radiodiagnóstico puede ocurrir que los profesionales, sobrepasados por el volumen de trabajo o con una excesiva confianza en la automatización, pasen por alto datos relevantes en la imagen o no den la atención debida a una recomendación. Cuando las señales de alarma se ignoran, las consecuencias pueden resultar fatales.

La sobrecarga, la falta de medios y la mala comunicación siguen siendo “icebergs” en los servicios de radiodiagnóstico

Un ejemplo es el del California, un barco que estaba a solo 30 kilómetros de distancia observó los fuegos (blancos) del Titanic y los confundió con señales festivas, por lo que no acudió a socorrerlo.

El Titanic es famoso también por la escasez de botes salvavidas: solo llevaba 20 cuando se estimaba que necesitaba 64. Técnicamente no incumplía la ley —incluso la superaba—, pero la estética y la supuesta invulnerabilidad del buque pesaron más que la seguridad. Además, varios botes zarpaban con menos de la mitad de su capacidad, y quienes estaban en primera clase tuvieron prioridad. En radiología también vemos contrastes: a veces se cuenta con aparatos de última generación en determinadas áreas, mientras que otras disponen de equipos anticuados o faltan estaciones de trabajo para procesar las imágenes. Estos desequilibrios acaban afectando la eficacia y la seguridad.

No todo fue nefasto en aquel buque: los músicos tocaron hasta el último momento intentando infundir calma. En radiodiagnóstico, a pesar de la gran presión y de las limitaciones, auxiliares, enfermeros, técnicos y radiólogos siguen trabajando con compromiso silencioso, conscientes de que cada imagen puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Al igual que la música del Titanic, su dedicación busca traer algo de serenidad y esperanza en medio de la incertidumbre.

El hundimiento del Titanic podría haberse evitado con más prudencia, al igual que los errores en radiodiagnóstico pueden minimizarse con protocolos claros, recursos adecuados y una comunicación efectiva. Se estima que el casco del buque se desintegrará por completo en los próximos 25 a 50 años debido a la corrosión marina. Confiemos en que nuestra especialidad no corra la misma suerte, devorada por una tecnología que nosotros mismos impulsamos sin control.

Conclusión: Como si de un artículo se tratara…

La historia del Titanic nos enseña que la tecnología, por avanzada que sea, no basta por sí sola. Se requiere supervisión humana, preparación continua y humildad para reconocer fallos o carencias y comentarlos con el resto del equipo. Cada diagnóstico en radiodiagnóstico requiere la máxima rigurosidad y respeto, pues en él va implícita la vida de las personas. Como en el transatlántico, vemos envidia de los que quisieran formar parte de la “tripulación privilegiada”, valentía y sacrificio de quienes siguen trabajando pese a todo, o resignación de quienes asumen la situación sin intentar cambiarla. Este relato nos anima a reflexionar y a mantenernos alerta, ya sea como protagonistas o como espectadores, para contribuir a un servicio de radiodiagnóstico mejor y, en definitiva, a una medicina más humana.

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