Por qué sí acudir a la sesión clínica de tu hospital. Dr. Antonio G. García

..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y Presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
En los años sesenta del pasado siglo estudiaba medicina en la Universidad Complutense de Madrid. La masificación (unos 1.500 estudiantes en primer curso, 500 o 600 en cursos avanzados) era incompatible con una educación médica de calidad. Viví la clase teórica como principal herramienta docente del profesor. A lo más que aspirábamos los alumnos de entonces era ver alguna radiografía o un electrocardiograma en los escasos seminarios que se hacían. No había rotaciones clínicas (¡imposible con aquella masa de estudiantes!) y para acercarse al paciente y aprender el oficio de médico había que buscarse la vida como se pudiera.

Tuve la suerte de asistir a las clases de propedéutica clínica que, con carácter voluntario, impartía el profesor Luis Felipe Pallardo en el Hospital Clínico San Carlos. Los pocos alumnos que asistíamos quedábamos embelesados con su verbo claro, su entusiasmo expositivo y los conceptos tan hilados que exponía con maestría docente. Al finalizar una de sus clases, me atreví a acercarme a él y preguntarle si podría asistir cada mañana a su consulta de diabetes en el Hospital de la Cruz Roja. Aceptó y me puso como tutor al doctor Pedro Gómez Leal quien me enseñó a hacer una buena historia clínica y a explorar al paciente: inspección, percusión, palpación y auscultación. Durante los tres cursos clínicos estuve rotando por aquella estupenda consulta y, con el tiempo, yo mismo presentaba la historia de algún paciente en las sesiones clínicas semanales que presidía el profesor Pallardo. Fue este mi primer contacto con el formato de una sesión clínica, la presentación y posterior discusión de un caso clínico.

Sentí gran curiosidad pues las sesiones las presidía el profesor Carlos Jiménez Díaz

Pero no recuerdo en qué circunstancia, un día me enteré de que en la entonces ya afamada Clínica de la Concepción, se celebraba los sábados una sesión clínica general. Sentí gran curiosidad pues las sesiones las presidía el profesor Carlos Jiménez Díaz. Cuando entré en la enorme Aula Magna de la Clínica yo, pobre estudiante ignorante de la medicina, me sobrecogió verla repleta de cientos de batas blancas. En algunas sesiones hacía acto de presencia un paciente, que probaba el éxito del diagnóstico y el tratamiento de su enfermedad. Pero las sesiones más curiosas y polémicas eran las anatomo-clínicas, con el certero diagnóstico postmortem hecho por los patólogos. Antes del veredicto final, se entablaba una discusión sobre el diagnóstico diferencial de la enfermedad presentada. Luego, una vez conocidos los resultados de las pruebas complementarias, se abundaba en la mejor opción diagnóstica para, finalmente, el anatomopatólogo dictar sentencia.

Don Carlos siempre tenía la última palabra y no permitía palabras de contradicción

Aun así, don Carlos siempre tenía la última palabra para matizar el diagnóstico o, incluso, para contradecirlo. Los profundos conocimientos del protagonista de la modernización en España de la ciencia y el arte médicos, junto a la admiración y respeto que se le profesaba, no permitían pronunciar unas palabras de contradicción, que pudieran menoscabar las suyas. Yo me limitaba (obviamente) a escuchar y aprender; me llevaba un texto impreso del caso clínico tratado, que se distribuía a la entrada del Aula Magna, hacía copias del mismo y basándonos en él unos compañeros del curso y yo celebrábamos nuestra propia sesión clínica semanal en el Colegio Mayor Santa María de Europa.

Cuando tras mi periplo neoyorquino, pucelano y lucentino me incorporé a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, dada su proximidad, asistía esporádicamente a algunas sesiones clínicas del Hospital La Paz, con el profesor Julio Ortiz Vázquez. Sin embargo, cuando verdaderamente me “enganché” a las sesiones clínicas de los viernes fue cuando en 1996 me incorporé al Hospital de La Princesa para crear un Servicio de Farmacología Clínica. Desde entonces he asistido con continuidad a las mismas, y podría contar en mi haber con unas 700 sesiones de los últimos 22 años.

La sesión clínica es fuente de nuevo conocimiento y formación para todos, pero, especialmente, para los residentes y estudiantes de medicina

¿De dónde me viene esta obsesión por darme una “baño” de medicina clínica una vez a la semana? Quizás contribuya a ello un cúmulo de factores entre los que se encuentra la curiosidad y el afán por estar al tanto de los frecuentes y asombrosos avances en técnicas y metodologías diagnósticas, quirúrgicas y farmacoterápicas de las enfermedades. Y quizás, también, al hecho de que me he dedicado al laboratorio fundamentalmente y, a pesar de ello, ha seguido anidando entre mis inquietudes vitales esa semilla de práctica clínica que en mis años mozos sembraron, en la Cruz Roja, los doctores Luis Felipe Pallardo y Pedro Gómez Leal. Pero también cuentan otras circunstancias que hacen (para mí) que la sesión clínica semanal sea el centro vital que mide la inquietud colectiva de un hospital. Por ejemplo, en la sesión clínica de La Princesa, la exposición del caso clínico por un residente de una determinada especialidad se sigue de una disertación bibliográfica sobre la enfermedad y, muchas veces, de la experiencia del Servicio Clínico que presenta la sesión general semanal en turno rotatorio. Esa experiencia se proyecta con frecuencia, en un programa de investigación que acaba en publicaciones científicas. Además, la sesión clínica es fuente de nuevo conocimiento, de aprendizaje y de formación para todos pero, especialmente, para los residentes y los estudiantes de medicina.

 La sesión clínica semanal, centro vital que mide la inquietud del hospital

En una sesión clínica vi por vez primera la conversión de una enfermedad necesariamente mortal a corto plazo como la leucemia mieloide crónica, en una enfermedad crónica con esperanza de vida indefinida que, hoy sabemos, el imatinib y sus derivados dasatinib, nilotinib o ponatinib pueden incluso curar. O que el anticuerpo monoclonal omalizumab puede mejorar drásticamente la urticaria crónica, según pude saber en la sesión clínica del pasado 22 de marzo en La Princesa. Asistiendo a las sesiones clínicas uno se entera de los avances médicos que se reflejan en la bibliografía, pero también de lo que se hace en cada servicio clínico de un hospital, tanto en actividad asistencial como en las docente y científica. Ello facilita la coordinación asistencial entre servicios, la pronta implementación de nuevas estrategias diagnósticas y terapéuticas y la colaboración pluridisciplinar que redundará, sin duda, en el mejor cuidado de nuestros pacientes, que no en vano son el centro de todas las actividades del hospital.

¡Si don Carlos levantara la cabeza!

Hace poco estuve en la Clínica de la Concepción-Fundación Jiménez Díaz presentando el libro “Cincuenta Años de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid”, cuya edición he coordinado desde el Instituto Fundación Teófilo Hernando de I+D del Medicamento. La presentación fue, precisamente, en la enorme Aula Magna en la que viví impresionado aquellas multitudinarias sesiones clínicas de los años 1960. Esas sesiones de mi juventud crearon en mi memoria un recuerdo imborrable sobre la buena práctica clínica, docente y científica que se aplicaba en aquel moderno hospital. Por ello, cuando los médicos que asistieron al acto de presentación del libro me dijeron que hoy ya no se celebran sesiones clínicas (¡¡en La Concepción!!), no pude por menos que mostrar mi asombro y decepción. ¡Si don Carlos levantara la cabeza!

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