..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
El jueves de la primera semana de julio de 2019, acudimos a la cena de la Gaviota 22 alumnos y 8 profesores. La mayoría de los alumnos eran jóvenes estudiantes de doctorado que hacían sus tesis en universidades españolas o extranjeras; también los profesores eran de aquí y allá. Una cena de treinta personas no tiene por qué ser digna de mención. Todas las cenas son parecidas: un cumpleaños, parabienes, una despedida, una bienvenida, la cena de trabajo; se habla de banalidades, se ríen los chistes y las gracias de los que llevan la batuta cantante, se dan los besos de despedida y hasta otra ocasión.
Pero aquella noche, en el Puerto de Pescadores de Santander, en el Restaurante La Gaviota, hubo ciertamente risas, chistes y conversaciones superficiales. Pero también los profesores, intercalados estratégicamente entre los alumnos, hablamos con ellos de neurociencia, neurotransmisión y neurofarmacología en torno al alzhéimer precoz, tema en el que se centró la XVIII edición de la Escuela de Farmacología “Teófilo Hernando” de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). El ambiente amistoso era propicio para pronunciar unas palabras con sentido, más allá de las convencionales que se oyen rutinariamente en este tipo de “cenas de trabajo”.
Profesores y alumnos doctorandos se reunieron en La Gaviota, para culminar con la tradicional cena marinera la edición número 18 de la Escuela de Farmacología Teófilo Hernando, de la UIMP
Cuando al final de la cena Francesco di Virgilio (Universidad de Ferrara) inició la ronda de discursos profesionales, se hizo un profundo y respetuoso silencio. Confesó su preocupación por la tendencia a la disgregación de la idea de Europa, capitalizada por voces extremistas y nacionalistas, para acabar con el ejemplo enriquecedor y estimulante de la Escuela de Farmacología Teófilo Hernando en la que, en un ambiente informal y amistoso, el fluido intercambio de ideas constituye una excelente fuerza de cohesión entre jóvenes y veteranos científicos. Una verdadera esperanza para una Europa con futuro.
Michael Duchen (University College London) llevó al trabajo de laboratorio su improvisado discurso. La belleza del método experimental puede ocultarse tras el frecuente experimento fallido, sentenció. Sin embargo, los resultados inesperados son un acicate para diseñar nuevas hipótesis y protocolos. Con muy acertadas palabras, Miguel Medina (Centro de Alzheimer “Reina Sofía”) confesó su sorpresa por el extraordinario ambiente científico de la Escuela, y la gran participación activa de los alumnos. Abundó en el tema del experimento fallido y en lo mucho que nos enseña.
La Escuela discurrió por los derroteros habituales de la buena neurociencia, el ambiente amistoso y una excelente interacción entre alumnos y profesores, en el incomparable marco de La Magdalena
Tobías Engel (Royal College of Surgeons of Ireland) hizo énfasis en la investigación enfocada al esclarecimiento de una determinada enfermedad. En este contexto, Manuela García López (Universidad Autónoma de Madrid) resaltó la necesidad de abordar los problemas mediante aproximaciones pluridisciplinares; en este sentido, Juan Fortea (Hospital de la Santa Creu i Sant Pablo) clamó por la estrecha interacción entre ciencia básica y aplicada, una necesidad inexcusable que está cristalizando en el marco de los Institutos de Investigación Sanitaria, apuntó Luis Gandía (Universidad Autónoma de Madrid).
Cuatro estudiantes de doctorado, que fueron galardonados con un diploma de honor por sus extraordinarias, incisivas e inteligentes preguntas, realizadas a distintos profesores a lo largo de la semana, también expresaron sus opiniones sobre la Escuela. Así, Marcos Galán destacó las nuevas dianas terapéuticas identificadas y para desarrollar nuevos fármacos para el alzhéimer. Inés Baeza sugirió que, si las enfermedades complejas se trataban con una combinación de fármacos, también en el alzhéimer podría dar resultados esta estrategia. Alicia Muñoz resaltó los nuevos y numerosos conocimientos frontera que había adquirido, un estímulo para desarrollar su tesis doctoral.
La interacción alumno-profesor fue extraordinaria; quizás el atractivo y único ambiente de La Magdalena la favoreció
Y, por último, Isabel Gameiro mostró cierto escepticismo respecto a la idea ahora en boga de diagnosticar precozmente el alzhéimer y comenzar a tratarlo años antes de que comiencen los primeros síntomas. De todo lo estupendamente bueno que había oído y sentido en aquella edición 18 de la cena de la Gaviota, destaqué en mis palabras el canto a la amistad que tan bien retratara el poeta cubano José Martí: «Cultivo una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo la rosa blanca.»
La Escuela de Farmacología Teófilo Hernando la creamos en 1996, cuando el entonces rector de la UIMP, José Luis García Delgado nos lo pidió. Desde entonces, Luis Gandía y yo hemos organizado 18 ediciones de la Escuela, con temáticas diversas, pero siempre haciendo énfasis en el descubrimiento de nuevos fármacos para tratar las enfermedades humanas. En los últimos años, haciéndonos eco de la palabra “internacional” que lleva la UIMP, hemos tratado que a la Escuela acudan científicos de renombre de los EEUU y Europa (que siempre los ha tenido como profesores) y alumnos de todo el mundo (que ha tenido pocos, pero si algunos de Latinoamérica y Europa, fundamentalmente).
Por ello, desde hace un quinquenio la Escuela se imparte en inglés con temáticas centradas (pero no exclusivas) en neurociencia, neuropsicofarmacología y enfermedades del sistema nervioso, el ictus, alzhéimer, párkinson, depresión, esquizofrenia, esclerosis múltiple, esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad bipolar, traumatismos craneoencefálicos, neuroprotección, neuroregeneración, diseño y descubrimiento de fármacos, química médica.
Desde hace un quinquenio la Escuela se imparte en inglés con temáticas centradas (pero no exclusivas) en neurociencia, neuropsicofarmacología y enfermedades del sistema nervioso, el ictus, alzhéimer, párkinson, depresión
En dos décadas, hemos tenido como profesores y alumnos de un gran número de universidades españolas y extranjeras, así como de centros de investigación punteros. Cuando iniciamos la Escuela contábamos en sus primeras ediciones con más de 100 alumnos matriculados, la mayoría estudiantes de grado. En julio pasado, en la edición 18 de la Escuela, contamos con 10 profesores y 25 alumnos, de dentro y fuera de España, en su mayoría estudiantes de doctorado. La Escuela ha evolucionado hacía la especialización, con un criterio de mejores profesores y alumnos, pero menos concurrida. Uno se plantea, mirando hacia atrás, si vale la pena seguir.
Y es que la vida cansa. El camino es largo y tortuoso y la lucha para esquivar las piedras del camino puede llegar a ser agotadora. Así debió sentirlo don Miguel de Unamuno cuando escribió su epitafio: «Méteme, Padre eterno / en tu pecho, misterioso hogar. / Dormiré allí, pues vengo deshecho / del duro bregar».
Esta sensación de cansancio y agotamiento la retrató como nadie, en un impresionante soneto, don Francisco de Quevedo: «Miré los muros de mi patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados / por quien caduca ya su valentía. / Salíme al campo: vi que el sol bebía / los arroyos del hielo desatados, / y del monte quejosos los ganados / que con sombras hurtó su luz al día. / Entré en mi casa: vi que amancillada / de anciana habitación era despojos, / mi báculo más corvo y menos fuerte. / Vencida de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuera recuerdo de la muerte».
El inicio de la Escuela, un lunes de julio de cada año, marca el final de una etapa de preparación que dura prácticamente todo el año. Tras dos décadas de brega, con profesores que invitas y aceptan, pero luego te dicen que tienen otro compromiso; con la incertidumbre de los alumnos y su procedencia; con la idea de una internacionalización de la Escuela (sobre todo para los alumnos) difícil de establecer; con la necesidad de buscar apoyos monetarios, aunque es verdad que la UIMP cubre la mayoría de los costes todo esto cansa.
Sin embargo, este platillo negativo de la balanza se equilibra con las muchas cosas positivas que acontecen a lo largo de la semana en que se celebra la Escuela: escuchar a los jóvenes doctorandos, cada tarde, las presentaciones de su trabajo, con ilusión, entusiasmo y una buena dosis de nerviosismo; oyendo las insistentes y profundas preguntas que estos jóvenes formulaban a los profesores en sus charlas matinales; viendo en las pausas para el café las conversaciones entre alumnos que se han conocido por vez primera en la Escuela, o entre alumnos y profesores; sintiendo las poesías que leen los alumnos ( y algunos profesores) al final de sus presentaciones; y bebiendo en las sugerencias que me hicieron los alumnos sobre nuevos temas para la próxima Escuela, uno respira hondo y concluye que el platillo positivo de la balanza pesa más que el negativo. Y comienza a pergeñar el programa de la XIX Escuela de Farmacología Teófilo Hernando, para la última semana de julio de 2020. La cena de la Gaviota inclinó la balanza en la dirección correcta, venciendo a la del desánimo.