..Dr. Ricardo Martino, jefe de la Unidad de Atención Integral Paliativa Pediátrica del Hospital Infantil Niño Jesús.
Hablar de la muerte no era habitual hasta ahora. En nuestra sociedad occidental se intentaba que la muerte pasara lo más desapercibida posible y los signos de luto externos ya no tenían el vigor o la presencia de épocas anteriores. En los entornos profesionales, en muchas ocasiones la muerte del paciente se vivía como un fracaso del tratamiento. En el caso de los niños, a veces también como un fracaso personal o profesional.
En los medios de comunicación la muerte era un tema, preferiblemente evitado por una parte y explícitamente mostrado, por otra. Las noticias sobre muertes en el ámbito sanitario lo eran cuando se referían a personas famosas o había algún proceso judicial abierto. Evitar las muertes era el lema de algunas campañas de concienciación social para campañas en el tercer mundo. La muerte era cosa de los otros.
Durante esta crisis, en los medios de comunicación, en las informaciones oficiales se ha hablado de mortalidad como nunca hasta ahora
Durante esta crisis, en los medios de comunicación, en las informaciones oficiales se ha hablado de mortalidad como nunca hasta ahora. La mortalidad es una tasa, una medida estadística sobre una población: un número impersonal que cambia de tiempo en tiempo y que, para que se defina, es necesario que haya muertos. Los muertos son personas.
La mayoría nos alegramos frente al televisor porque hoy ya solo mueren 300, 200 o 100 en comparación con las semanas anteriores. Sin embargo esos mismos días hay 300, 200 o 100 familias para las que “la mortalidad ha sido del 100%”. Familias que han perdido un padre, un hijo, un hermano.
Morir es un acontecimiento vital, un proceso personal íntimo irrepetible. Sin embargo, actualmente, la muerte había ido experimentando un proceso de medicalización progresiva
Cada vez que muere una persona, una vida termina, una biografía acaba, un duelo comienza. Morir es un suceso único y, por tanto, importante en la vida de una persona. Morir es un acontecimiento vital, un proceso personal íntimo irrepetible. Sin embargo, actualmente, la muerte había ido experimentando un proceso de medicalización progresiva. El lugar de la muerte se había desplazado mayoritariamente del hogar a los hospitales. Y todo eso se había ido normalizando, aceptando en nuestro modo de afrontarlo y vivirlo. Morir en el hospital había llegado a parecer lo normal, lo bueno, lo inevitable.
Sin embargo en estos últimos meses las muertes en los hospitales han sido “demasiadas” para lo que estábamos acostumbrados. Los profesionales han sufrido la impotencia de no poder curar por un lado y la necesidad de acompañar a los pacientes, solos y aislados, por otra.
La soledad no deseada es una verdadera “urgencia humanitaria”. Y en este tiempo se ha dado en muchas circunstancias
¿Fracaso profesional o regreso a las raíces? Cuando volvemos la mirada a los fines de la medicina o a la esencia de la enfermería nos encontramos, en primer lugar, con la persona. Y la persona, el ser humano es alguien que, en su esencia, depende de los demás para salir adelante. Si a un recién nacido sano nadie le cuidara o le alimentara, moriría. Y moriría siendo sano, moriría, precisamente por pertenecer a una especie vulnerable: a la especie humana. El instinto de supervivencia es, en la especie humana, un instinto comunitario. La condición de vulnerabilidad y dependencia del ser humano despierta el instinto del cuidado. Cuidar es lo más humano que existe.
Por eso el ser humano es un ser comunitario, relacional, necesitado de darse y de recibir de otros. Por eso, la soledad no deseada, es una verdadera “urgencia humanitaria”. Y en este tiempo se ha dado en muchas circunstancias. Las instrucciones de permanecer en casa, las condiciones de aislamiento, los ingresos no acompañados, las restricciones al voluntariado… han condicionado muchas muertes en soledad. Y si al nacer hay que estar acompañado, al morir también.
Morir con dignidad supone morir limpio, sin dolor (o sin disnea), consciente si así lo desea la persona pero, sobre todo, morir acompañado
Morir con dignidad significa conservar las condiciones que nos hacen dignos de respeto ante nosotros mismos y ante los demás, que nos identifican con lo más humano.
Morir con dignidad supone morir limpio, sin dolor (o sin disnea), consciente si así lo desea la persona pero, sobre todo, morir acompañado. Acompañar es la acción personal y profesional más humana que podemos llevar a cabo y, veces, la única posible. Gracias a todos los profesionales que, durante este tiempo han aprendido o se han ejercitado en acompañar a las personas y en humanizar sus procesos de enfermedad y muerte.
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