..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
Dice Gabriel Celaya que «Educar es lo mismo / que poner motor a una barca…/ hay que medir, pesar, equilibrar… / y poner todo en marcha». Yo comencé a montar ese motor hace justo medio siglo. Terminaba medicina en la Complutense cuando, siendo yo alumno interno en el laboratorio del profesor Pedro Sánchez García, que en 1968-1969 andaba enfrascado en oposiciones, me pidió que impartiera un curso de Farmacología a un centenar de alumnos repetidores. Aquel reto no tuvo nada de poético y fue harto trabajoso y estresante. Pero me sirvió para darme cuenta de que me atraía la educación médica.
Pasaron los años y cuando ya me sentía seguro impartiendo clases de Farmacología a un numeroso grupo de estudiantes de Medicina, se me ocurrió hacer el experimento educativo que había estado planificando hacía tiempo. Di a un alumno un papel con una poesía y le rogué que la leyera para sus compañeros durante los últimos cinco minutos de mi clase. Los alumnos escucharon con atención a don Antonio Machado, por boca del estudiante de tercer curso de medicina: «Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / Caminante, no hay camino: / se hace camino al andar…». El aplauso cerrado que la clase rindió a su compañero me animó a introducir el camino de la poesía en mis variadas actividades educativas.
La poesía puede contribuir a una formación más humanista del estudiante de medicina, futuro médico
El próximo paso fueron los seminarios. Era esta una tarea más interesante pues el profesor tiene una relación más personal con la veintena de alumnos de su seminario, a lo largo del curso académico. Dos o tres estudiantes debían preparar un tema de farmacoterapia en el marco de un clásico experimento de laboratorio o de una determinada enfermedad. Tenían que presentarlo al resto de sus compañeros, y hacerlo de forma provocativa e inquisidora para estimular el debate. Yo me limitaba a corregir algunos conceptos y a plantear nuevas preguntas sobre el tema elegido. Me pareció que la poesía podía ser un ingrediente adicional para hacer más amenos los seminarios. Por ello, pedía a los alumnos que, al finalizar sus presentaciones, leyeran una poesía y comentaran su significado y la impresión que les causaba. A veces la elegían ellos y otras se la daba yo con antelación.
Con los años, las nuevas promociones de alumnos fueron asumiendo con naturalidad el hecho poético de mis clases y seminarios. Así que un día, al finalizar un seminario, les sugerí la idea de crear el Grupo de Poesía de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Dieron un “paso al frente” Laura García Aguilar, Miriam García Jiménez, Ana García-Soidan, Beatriz Granero Melcón, Ángela Gutierrez Rojas, María Herreros Pérez y Gabriel Liaño de Ulzurrum. Comenzamos a reunirnos quincenalmente para leer las poesías elegidas por los alumnos del Grupo, así como sus comentarios. Poco a poco fue calando la idea y algunos estudiantes de distintos cursos se incorporaron al Grupo y otros muchos enviaban poesías comentadas. Las reuniones de un jueves por la tarde, en semanas alternas, duraban dos horas y a veces se prolongaban mucho más. Tal era la intensidad de los coloquios y debates sobre los temas que inspiraban las poesías: el amor; el sufrimiento del paciente hospitalizado y las emociones que implicaba la tarea asistencial, vivida en primera línea a la cabecera del paciente; la vida de los poetas clásicos y del Siglo de Oro o de los más modernos; la muerte digna; saber informar al paciente y a la familia de las noticias graves; el médico “quemado”; la pasión de vivir; la desesperanza y el suicidio; la compleja relación médico-paciente. ¡Tantos temas interesantes en tantos años!
Un día, un miembro del Grupo invitó a su profesora de literatura de bachillerato a una de nuestras reuniones. Conocer sus puntos de vista sobre la poesía fue harto interesante. Otro día, se me ocurrió invitar al doctor José Luis Aranda Arcas, un internista del Hospital Doce de Octubre, compañero y amigo de promoción. Vino para quedarse. Sus propios sonetos y sus aportaciones humanistas y poéticas han contribuido a enriquecer sustancialmente los debates del Grupo.
Cuando al cabo de 2 años habíamos reunido más de un centenar de poesías comentadas, algunas incluso creadas por los estudiantes, se nos ocurrió que debíamos hacerlas llegar a todos los alumnos de la Facultad. Con el apoyo de don Arturo García de Diego, director de la Fundación Teófilo Hernando y del profesor Juan Antonio Vargas, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid en ese momento, pudimos a la sazón editar 2.000 ejemplares del que denominamos, tras largos debates, “Recetario Poético de los Estudiantes de Medicina de la UAM”. Lo distribuimos gratuitamente entre los 1.500 estudiantes de la Facultad y entre los profesores.
El valor del Recetario no residía en su carácter antológico, pues hay numerosas colecciones de poesías de España e Hispanoamérica publicadas por distintos autores. Su valor más palpable eran los comentarios que cada poesía suscitaba en el estudiante que la había elegido. Por ejemplo, Laura García Aguilar eligió una estimulante poesía de Mario Benedetti: «No te rindas, aún estas a tiempo / de alcanzar y comenzar de nuevo, / aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, / liberar el lastre, retomar el vuelo». El comentario de Laura no tenía desperdicio: «La vida es una constante alternancia de abrumadora felicidad e infinita tristeza, ambas necesarias para dar sentido a nuestra existencia Por ello, debemos ser capaces de sobreponernos ante la adversidad y, como dice Benedetti: “Abandonar las murallas que te protegieron, vivir la vida y aceptar el reto”».
Un día se me ocurrió invitar al teatro a la veintena de estudiantes de mi seminario. Vimos la inmortal y universalmente conocida obra de don Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, interpretada magistralmente por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Curiosamente, el personaje de Segismundo lo hizo una mujer, Blanca Portillo, que lo bordó: «Yo sueño que estoy aquí, / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi». La velada concluyó con un inesperado encuentro con Blanca Portillo, en una cafetería junto al teatro. Mis alumnos hablaron con ella de la obra y le pidieron una dedicatoria en un programa, que me regalaron con todas sus firmas, junto a la dedicatoria de mi admirada y gran actriz Blanca Portillo. Fue una experiencia inolvidable.
La palabra poética me ha servido para acercarme al estudiante de medicina y hacer más atractiva su educación médica
Terminado el Recetario quisimos continuar las reuniones. Al Grupo de Poesía se incorporaron nuevos alumnos de los primeros cursos y, con este refuerzo, parecía que íbamos a por el volumen segundo del Recetario. Aunque la mayoría de las reuniones las hacíamos en la Facultad, de vez en cuando quedábamos en una cafetería. Obviamente, la primera escapada tuvo como destino el literario Café Gijón, en donde tuvimos una merienda poética una quincena de estudiantes, el doctor Fernando Padín, que colaboraba conmigo en los seminarios, el doctor José Luis Aranda y yo. Con el tiempo fuimos visitando otras cafeterías emblemáticas de Madrid. Así, poco a poco, en el plazo de dos años fuimos coleccionando nuevas poesías, algunas originales de los propios alumnos, comentadas por ellos. También recibimos unos cuantos poemas comentados por profesores. A los dos años de que viera la luz el Recetario I, editamos en 2017 el volumen II. Y en 2019, salió el volumen III, siempre con el apoyo del decano y el director de la Fundación Teófilo Hernando. Para el Recetario III hemos contado también con el generoso apoyo del profesor Julio Ancochea, del Hospital Universitario de La Princesa, un médico humanista con gran inquietud por recuperar los clásicos valores de la relación médico-paciente. Los dos mil ejemplares de los Recetarios II y III los distribuimos entre los alumnos de medicina de la Facultad y algunos profesores. De la mano del profesor Vargas presentamos los recetarios en el Hospital Puerta de Hierro; el doctor José Luis Aranda organizó otra presentación en el Hospital 12 de Octubre; y el profesor Julio Ancochea organizó la presentación de los Recetarios en el Hospital de La Princesa.
Para extender más la inquietud poética en la Facultad, creamos el “Concurso de Poesía de los Estudiantes de Medicina de la UAM” con premios monetarios, gracias de nuevo a los apoyos de la Fundación Teófilo Hernando y del decanato. Se presentaron varias decenas de poesías originales, escritas por los estudiantes, en cada una de las tres ediciones celebradas. Las 9 poesías ganadoras y las 9 poesías con accésit se han publicado en los Recetarios III y IV; este último saldrá en abril de 2021.
De la treintena de estudiantes que han participado en el Grupo de Poesía, han continuado asistiendo a las reuniones algunos de ellos que ya son médicos. La doctora Ángela Gutiérrez Rojas, que hace medicina interna en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, ha sido y es un pilar básico del Grupo. Tiene una extraordinaria sensibilidad, que se ha reflejado en los comentarios a muchas de las poesías que ha ido seleccionando a lo largo de estos siete años de camino. En el Recetario III aparece un precioso soneto escrito por José Luis Aranda: «Quisiera estar contigo en mi navío, / donde la mar esconde sus fronteras, / tú en la proa al rumbo que prefieras, / y en la brisa contigo el amor mío…». Pero si grande es la poesía de José Luis, más grande si cabe es el comentario de Ángela: «Pero ¿quién quiere hacerse a la mar solo? Cuando la trayectoria de dos personas se cruza y el amor empuja nuestras velas, cualquier empresa parece posible. Sin embargo, compartir el motor y destino de nuestras ilusiones con alguien y dejarle subir a bordo de nuestro mundo sin esperar nada a cambio, supone la mayor apuesta de nuestras vidas, y es ahí cuando el miedo y la duda surcan nuestra mente de marinero».
A pesar del deslumbrante avance médico-tecnológico y la masificación asistencial, siempre estará el paciente en el centro de nuestra actividad médica
Hay infinidad de anécdotas que demuestran que el experimento poético de medicina de la UAM parece tener cierto éxito. Comento dos recientes. Una se relaciona con un Centro de Salud vinculado a la Facultad por el que rotó Paloma Gutiérrez Rojas, una excelente estudiante que acaba de graduarse. Durante la sesión docente que impartió Paloma en dicho Centro contó la experiencia del Grupo de Poesía, cuyas contribuciones a los Recetarios han sido más que notables. La doctora Eugenia García Virosta, en una carta que publicamos en el III Recetario, asevera que «todos los profesionales que estuvimos en la sesión nos emocionamos». La doctora García Virosta termina su carta con una frase que reproduzco por el gran valor que tiene el hecho de que la haya escrito una médico de un Centro de Salud: «Paloma Gutiérrez Rojas, la estudiante que nos ha emocionado hoy al compartir esta experiencia poética con nosotros, nos invita a sumergirnos en la poesía con la esperanza de que, como Benedetti, podamos encontrar refugio y reencontrarnos con nosotros mismos, y de esta forma asumir la complejidad de la persona que somos y de las personas que son nuestros pacientes». Y termina, «Tú ya sabes, Paloma, que para ser un buen médico hay que ser primero buena persona».
La segunda anécdota la recogemos también en el Recetario III. El estudiante de cuarto curso Enrique Barbero, del Grupo de Poesía, cuenta la experiencia de su asistencia, junto con otros cinco compañeros del Hospital Universitario de La Princesa, al II Simposio “The Doctor as a Humanist”, que se celebró en abril de 2019 en la Universidad de Sechenov, en Moscú. Esta iniciativa pretende recuperar la relación médico-paciente en el marco de una medicina cada vez más tecnológica y masificada. Los estudiantes de la UAM contaron en su presentación la experiencia del Grupo de Poesía y de los Recetarios Poéticos.
He utilizado la poesía como herramienta educativa no solo con mis estudiantes de medicina. La he llevado también a las charlas que he impartido a jóvenes bachilleres en los institutos de enseñanza secundaria. O en el marco de los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander, concretamente en la Escuela de Farmacología Teófilo Hernando. También aderezamos las reuniones anuales del Grupo Español de Neurotransmisión y Neuroprotección con retazos poéticos. En cierto modo, he seguido el consejo de Gabriel Celaya: «Tal es mi poesía: poesía-herramienta / a la vez que latido de lo unánime y ciego. / Tal es, arma cargada de futuro expansivo / con que te apunto al pecho…».
Mi actividad en educación médica, que dura medio siglo, me ha proporcionado un sinfín de satisfacciones. Destaco dos anécdotas, que me llegaron muy hondo. Una se relaciona con una breve, pero profunda Rima de Gustavo Adolfo Bécquer: «”Hoy la tierra y los cielos me sonríen, /hoy llega al fondo de mi alma el sol, / hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado… / ¡hoy creo en Dios!», de la que hice el siguiente comentario en el Recetario I: «Paseando por las estrechas calles de un barrio poco visitado de Toledo, me detuve en una placita en la que había una placa grande en una pared. Recordaba la estancia en Toledo del poeta romántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. En esa placa se leía esta breve rima de Bécquer. En el marco de uno de los Minicongresos de Farmacología, los estudiantes y algunos profesores celebrábamos una comida de clausura en un Restaurante cercano a la Facultad. En los postres, algunos estudiantes se subieron a una mesa y comenzaron a declamar poesías. Cuando me levanté para marcharme, los estudiantes gritaron “¡García poesía!” repetidas veces. No pude escabullirme sin contribuir a la improvisada sesión poética, pues cada vez que lo intentaba volvían a gritar “García poesía”. Les conté la historia de Bécquer y sus paseos por la plaza toledana en donde una bella joven, semiescondida tras una celosía, le veía pasar cada tarde sin prestarle atención. Un día, la joven le miró y Bécquer, preso de una felicidad inenarrable, la eternizó con una breve rima: “Hoy la he visto; / la he visto y me ha mirado. / ¡Hoy creo en Dios!”. No existe emoción más intensa y universal que la del sentimiento del amor. Pocas palabras bastaron a Bécquer para definirlo: “Hoy la tierra y los cielos me sonríen, / hoy llega al fondo de mi alma el sol…”. Al parecer, la joven que inspiró ese profundo amor a Bécquer era una novicia que más tarde tomaría los hábitos de monja. Romanticismo al más puro estilo de la literatura española del siglo XIX, incluyendo a Larra, Zorrilla, Espronceda y tantos otros».
La segunda anécdota está relacionada con los alumnos de mi grupo de seminarios de tercer curso de Farmacología. En la primavera de 2016 invité a los treinta alumnos de mi seminario a tomar un refrigerio en la Cervecería Alemana y luego nos fuimos al remozado Teatro de la Comedia, sede de la compañía Nacional de Teatro Clásico. Allí escuchamos la precisa palabra castellana del actor Carmelo Gómez, interpretando a Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea de Pedro Calderón de la Barca: «Al rey, la hacienda / y la vida le has de dar. / Pero el honor es patrimonio del alma, / y el alma solo es de Dios». Al salir del teatro pregunté a los alumnos si la palabra honor estaba en el vocabulario y en las relaciones sociales de las gentes de hoy, cuatro siglos después de que Lope escribiera su inmortal obra. Concluimos que el teatro clásico de nuestro Siglo de Oro reflejaba las pasiones, virtudes y defectos del ser humano de aquella época, que son las mismas de hoy.
El paciente es mucho más que una simple máquina rota que hay que reparar; es una persona
La experiencia teatral de mis alumnos debió calar en sus corazones, pues al finalizar el curso encontré sobre la mesa un pequeño cuaderno de notas y una fotografía que nos habíamos hecho con ellos el doctor Fernando Padín y yo, en nuestra excursión teatral. En la primera página del cuaderno los alumnos recogían la famosa frase del doctor Letamendi: «Gracias por enseñarnos que quien solo sabe medicina, ni de medicina sabe». En las hojas de ese cuaderno cada alumno había escrito de puño y letra una poesía de su gusto y la acompañaba de un comentario personal. Acomodado en el vetusto sillón de mi despacho, fui leyendo con creciente emoción las poesías y comentarios de mis alumnos. Cuando llegué a la poesía de Gabriel Celaya “Educar”, seleccionada por el alumno Jaime Garnica, la leí despacio y con atención, pues la he utilizado como herramienta pedagógica con los alumnos de varias promociones: «Educar es lo mismo / que poner motor a una barca… /hay que medir, pesar, equilibrar… /… y poner todo en marcha. / Para eso, /uno tiene que llevar en el alma /un poco de marino… / un poco de pirata… / un poco de poeta… / y un kilo y medio de paciencia / concentrada. / Pero es consolador soñar / mientras uno trabaja, / que ese barco, ese niño / irá muy lejos por el agua. / Soñar que ese navío / llevará nuestra carga de palabras / hacia puertos distantes, / hacia islas lejanas. / Soñar que cuando un día /esté durmiendo nuestra propia barca, / en barcos nuevos seguirá nuestra bandera/ enarbolada».
Al volver la página leí el breve comentario del alumno: «Muchas gracias por no solo enseñarnos farmacología, sino a pensar, a divertirnos aprendiendo, a formarnos como personas y como médicos. Puede estar orgulloso porque todos nosotros, sus “barcos”, llevaremos siempre su “bandera”». En ese momento, en la soledad de mi despacho, rompí a llorar emocionado. Este cuaderno, en el que una treintena de mis estudiantes plasmaron sus buenos deseos para mi etapa jubilar que comenzaba al finalizar el curso 2015-2016, es la mejor recompensa para mi actividad educativa médica de medio siglo.
Durante décadas, mi “carga de palabras” ha tenido un contenido equilibrado de fármacos y poesía. Fármacos, para que los estudiantes futuros médicos supieran aplicarlos con certeza para mitigar el dolor y el sufrimiento de sus pacientes. Poesía, para que esos médicos, durante su ejercicio profesional, recuerden que sus pacientes no son sólo máquinas rotas que hay que reparar; son mucho más que eso, son personas.