Defensa de una tesis. Antonio G. García

farmacología

..Antonio G. García. Catedrático Emérito de Farmacología de la UAM y presidente de la Fundación Teófilo Hernando.
El ya doctor Enrique Luengo expuso el trabajo de su tesis doctoral en tres cuartos de hora. Quizás no esperaba que su defensa se extendiera durante más de tres horas. Bebía agua de vez en cuando, en ningún momento se sintió desconcertado por las numerosas preguntas cruzadas de los cinco miembros que componíamos su tribunal de tesis y reconoció, cuando la pregunta lo requirió, que no tenía respuesta para la misma. La duración de la exposición y defensa de una tesis doctoral en España no suele rebasar los 90 minutos, si acaso dos horas. En mi dilatada experiencia en estos menesteres, he vivido de todo, más o menos duración, variable solvencia del doctorando cuando se profundiza en sus saberes y formación, reacción más o menos airada del director de la tesis.

En una ocasión, cuando todavía el director de la tesis formaba parte del tribunal, sufrí un exabrupto del director porque me atreví a formular unas preguntas a su pupilo. La tesis se relacionaba con la regulación de la circulación cerebral y el presidente del tribunal era mi admirado y recordado profesor José María Segovia de Arana. El director de la tesis me espetó sin más que cómo me atrevía a hacer preguntas críticas a su pupilo, pues su tesis ya había sido bendecida y publicada en una revista internacional de fisiología. El profesor Segovia tuvo que terciar para que el enfado del director no fuera a más. Y es que, en la época en que se desarrolló esta inolvidable anécdota, la presentación y defensa de la tesis doctoral se suponía que era un mero trámite administrativo. De los cinco miembros de la Comisión evaluadora se esperaban felicitaciones al director y doctorando y alguna pregunta fácil para salir del paso, por ejemplo, si el doctorado iba a proseguir estudiando el tema o sobre el número de veces que se repitió el experimento. Nunca se iba al fondo del tema ni se rascaba demasiado por si no había mucho que desvelar.

En España, casi todas las tesis que se presentan reciben la máxima calificación. Antaño también esto era así: rara vez una tesis recibía una calificación menor del sobresaliente cum laude

Hoy hemos mejorado, aunque según en qué universidad y tema, la tesis continúa sin encontrar su adecuada evaluación y valoración. En el caso de Enrique Luengo quizás se llegó a un desiderátum que podría servir de emulación para elevar el nivel, rigor y originalidad del trabajo científico objeto de una tesis doctoral. Enrique presentó su trabajo con soltura e hilando un buen discurso expositivo. Sus diapositivas parecían estar vivas y los esquemas animados querían salirse de la pantalla. Hablaba de las formas patológicas de la proteína tau, esencialmente la hiperfosforilación y la acetilación. Ha sido y es una proteína diana para elaborar compuestos que la reviertan a su condición fisiológica, en la enfermedad de Alzheimer. Una merma de autofagia, un sistema de “limpieza” de las proteínas patológicas, es la causa de la acumulación de formas patológicas de la tau, cuya agregación da lugar a la formación de los característicos husos neurofibrilares y las alteraciones de la neurotransmisión sináptica en el hipocampo y corteza prefrontal de los enfermos de alzhéimer. Enrique hizo un apunte sobre el potencial neuroprotector de la melatonina, que restaura la actividad de la autofagia y mitiga así la carga de tau patológica. En suma, una tesis pluridisciplinar que ha permitido al doctorando, con la inteligente dirección de la profesora Manuela García López, llevar más allá la frontera del conocimiento en la patogénesis tau en el alzheimer, y soñar con una terapia que no llega.

La doctora Izaskun Buendía, que había hecho su tesis doctoral también con la doctora García López, y ahora hace su postdoctorado en Francia, era uno de los cinco miembros del tribunal. Comenzó a desgranar preguntas en cada una de las secciones de la tesis, que se completaron con otras preguntas cruzadas de otros miembros de la comisión. Cuando terminó su turno, la doctora Marta del Campo abundó en preguntas adicionales, cosa que también hicieron los doctores Miguel Medina, Antonio Cuadrado y yo mismo. Aunque la norma académica dicta que cada miembro del tribunal haga uso de la palabra por orden de más joven a más edad en la posición académica, en las tesis que he presidido me gusta que, durante las preguntas formuladas por cada miembro, puedan intervenir los demás componentes del tribunal. Ello propició la viveza de la discusión de la tesis de Enrique que, a pesar del cansancio y el hambre, se extendió hasta después de las cuatro de la tarde.

La discusión de más de tres horas de una reciente tesis doctoral cuya presentación y defensa he moderado, indica que esta actividad académica ha mejorado sustancialmente en España

Ni yo, ni probablemente los otros miembros de la comisión evaluadora y los asistentes, habíamos asistido en España a una defensa y discusión de una tesis doctoral con más de tres horas de duración. A pesar de ello, el doctor Luengo aguantó bien el tipo; bebía cortos sorbos de agua de vez en cuando, contestó con soltura a la mayoría de las preguntas, excepto a un puñado de ellas de las que confesó (como debe ser) no saber la respuesta.

Un amigo que defendió su tesis en la Universidad de Nueva York, allá por los años de 1970, se quedó en blanco ante las preguntas de los evaluadores y los doctores que estábamos en la sala. El profesor Robert F. Furchgott que presidía la comisión evaluadora, suspendió la defensa hasta después del almuerzo. El doctorando se recuperó del cansancio y pudo continuar con éxito por la tarde. No había prisa. Lo importante era conocer las aportaciones científicas de la tesis de mi amigo, su formación general (y no solo en el tema de su tesis), su madurez intelectual y su capacidad para desarrollar una línea de investigación por sí mismo. Posteriormente, ese amigo desarrolló una exitosa carrera científica.

Aun así, hay margen para la mejora; la exposición y defensa de una tesis, sobre todo la defensa, pone a prueba la capacidad del doctorando para ejercer el pensamiento crítico, su grado de formación y su madurez para proseguir una carrera científica

¿Se ofendió la profesora Manuela García López por la prolija discusión de 3 horas largas a las que sometimos a su pupilo? Todo lo contrario; estuvo muy feliz porque sabía que Enrique tenía base para defenderse bien y que el trabajo que había realizado ya tenía un reconocimiento internacional por su publicación en revistas destacadas. Enrique tampoco se ofendió pues consideró que las preguntas de los doctores Izaskun Buendía, Marta del Campo, Miguel Medina, Antonio Cuadrado y mías iban dirigidas, de buena fe, a aclarar los puntos oscuros de su investigación, a probar su capacidad de pensamiento crítico para plantear y responder preguntas científicas y a su interés por extender el conocimiento de la patogénesis y la eventual terapéutica farmacológica de una enfermedad que, como el alzhéimer, promete ser el reto sociosanitario y económico más importante del siglo XXI. Enhorabuena, doctor Luengo; enhorabuena, profesora García López.

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