Dr. Benedicto Crespo-Facorro: “Necesitamos subirnos al barco de la neurociencia para averiguar qué ocurre realmente en el cerebro humano”

Director de la Unidad de Gestión Clínica de Salud Mental del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla

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Cristina Cebrián
Para avanzar en salud mental, la investigación experimental de neurociencia básica debe estar muy presente. Es importante averiguar qué ocurre realmente en el cerebro humano, el órgano más complejo de todos, para saber por qué se llega a desarrollar una enfermedad mental. En esa investigación de los mecanismos cerebrales, la neurociencia es la clave. Así lo explica el Dr. Benedicto Crespo-Facorro, director de la Unidad de Gestión Clínica de Salud Mental del Hospital Virgen del Rocío, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Sevilla e investigador principal del Grupo de Psiquiatría Traslacional en el Cibersam.

Ese “barco de la neurociencia” al que se refiere el Dr. Crespo-Facorro, es la única fórmula en investigación para lograr conclusiones científicas replicables en el área de la salud mental. Aunque el psiquiatra asegura que probablemente él no vea este escenario ya que pasarán muchos años hasta conseguirlo, es el camino a seguir.

El proceso para reclutar a personas con problemas de salud mental en ensayos clínicos, ¿es el mismo que se realiza para otro tipo de investigaciones?
Se sigue el mismo proceso a menos que el paciente tenga algún tipo de incapacitación para tomar decisiones civiles, que necesitará estar acompañado por un representante. Si no, el paciente está totalmente capacitado y el proceso es muy normal. Hay que romper con la idea de “enfermo mental”. La persona con problemas de salud mental podemos ser cualquiera, podemos sufrir depresión o ansiedad en cualquier momento.

En nuestros ensayos no incluimos moléculas que pueden llegar a mejorar la calidad de vida, por lo que a veces la persona tiene la sensación de que van a experimentar con ella

¿Cómo incentivan a estos pacientes para que participen en los ensayos clínicos?
Hoy en día, quizá hay más cultura de participar en ensayos clínicos sobre enfermedades no psiquiátricas. En nuestros ensayos no incluimos moléculas que pueden llegar a mejorar la calidad de vida, por lo que a veces la persona tiene la sensación de que van a experimentar con ella. Esto no ocurre en otras disciplinas, como oncología.

En salud mental falta esa cultura para entender que los ensayos clínicos con un canal para poder mejorar situaciones para las que no existen soluciones óptimas. Existen otras connotaciones que no son de tratamiento ni farmacológicas. Ahí la gente empieza a dudar y quizá no se entiende tanto como cuando se incluye a un paciente oncológico en una investigación para encontrar alternativas terapéuticas.

Depresión, trastorno bipolar, autismo… son algunas de las patologías que más escuchamos en el ámbito de la investigación, pero, ¿qué otras áreas de la salud mental requieren actualmente de más ensayos clínicos?
Se hace investigación en muchas áreas de salud mental, de muchas patologías y en áreas transversales. Por ejemplo, en patología resistente o en primeros episodios y en psicogeriatría son líneas transversales a distintos diagnósticos, pero también a diagnósticos específicos. Muchas veces, esto depende del número de investigadores que exista en cada área. Por ejemplo, en esquizofrenia y autismo hay grupos potentes de investigación.

En salud mental, a veces, queremos ir muy deprisa para encontrar hallazgos, pero también tenemos que valorar los resultados negativos

Otro factor determinante son los intereses comerciales. Tenemos dos tipos de ensayos clínicos. Por un lado, los comerciales, en los que la industria farmacéutica desarrolla moléculas, con un claro interés de mercado. Por otro, los ensayos de investigación clínica independiente que no están financiados por la industria sino por agencias públicas. Nosotros, por ejemplo, tenemos ahora un ensayo sobre el tratamiento de la psicosis en discapacidad intelectual.

En su carrera como investigador ha dedicado mucho tiempo al estudio de la esquizofrenia, ¿qué avances destaca en los últimos años con respecto a esta patología?
En salud mental, a veces, queremos ir muy deprisa para encontrar hallazgos, pero también tenemos que valorar los resultados negativos. Empezamos a estudiar el cerebro hace relativamente poco, unos 30 años. Aunque en este periodo se ha producido un gran desarrollo, todavía sigue siendo muy pequeño en comparación con otras áreas. En el caso de la esquizofrenia, se han producido hallazgos no biológicos que ya se aplican a la práctica clínica. Por ejemplo, sobre la combinación de alteraciones estructurales y genéticas o sobre los factores precipitantes o perpetuantes de enfermedad, como el cannabis, el estrés o la falta de medicación.

Por otro lado, en la esquizofrenia existe un componente genético que explica una variabilidad fenotípica. De manera que, si la persona tiene una determinada mutación, un perfil poligénico, el riesgo de padecer la enfermedad aumenta. Ahora se está estudiando cómo los factores inmunológicos pueden predisponer a enfermedades mentales graves, como esquizofrenia o autismo. Aunque no son resultados concluyentes, se va pavimentado el camino de esta investigación. Un camino que es largo y tortuoso ya que el cerebro es el órgano más complejo y de difícil acceso, a nivel de análisis funcional, que tenemos.

La investigación se centra no solo en aspectos biológicos sino también en mejorar la detección precoz para poder intervenir ante los primeros signos de enfermedad

En torno al 70% de las enfermedades mentales se inician antes de los 18 años, ¿cuál es el panorama de la investigación de la salud mental en menores?
Hace poco se aprobó la especialidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia y ahora hay una mayor concienciación social en el área de la investigación en salud mental. La mayoría de los problemas mentales van a debutar antes de los 18 años. En este sentido, la investigación se centra no solo en aspectos biológicos sino también en mejorar la detección precoz para poder intervenir ante los primeros signos de enfermedad y no esperar a que la persona llegue a los 25 años.

Por tanto, la investigación debe centrarse en potenciar los factores protectores y controlar los factores precipitantes o de riesgo de cualquier enfermedad mental. Aquí aparecen los análisis de la evaluación de factores de traumas infantiles, de estrés infantil, consumo de drogas, etc.

¿El futuro de la investigación en salud mental pasa por la individualización de los tratamientos?
En salud mental estamos todavía muy lejos de esto. Tenemos que ir despacio, que no retrasados, para entender que la investigación en esta área conlleva una serie de pasos para poder llegar a un diagnóstico individualizado. Otra cuestión es que vayamos afinando y podamos buscar perfiles de respuesta, probabilidad de respuesta, posibles efectos secundarios, comorbilidades, etc.

Necesitamos subirnos al barco de la neurociencia, sabiendo que es un barco que va despacio y que, antes de llegar a un destino, van a pasar muchos años

¿A qué retos se enfrenta la investigación en salud mental?
Tenemos que buscar la causalidad y pasar de una salud mental descriptiva a una salud mental que estudie los mecanismos. Por ejemplo, debemos ser capaces de averiguar por qué se produce un aumento en el volumen de una estructura cerebral que podamos encontrar mediante una resonancia magnética.

Además, la investigación experimental de neurociencia básica tiene que estar muy presente en el avance de la salud mental. Yo no puedo hablar de mecanismos de esquizofrenia con un análisis de sangre. Tenemos que averiguar qué ocurre realmente en el cerebro y, para ello, necesitamos esa investigación de mecanismos donde la neurociencia es clave. Ese es el camino. Necesitamos subirnos al barco de la neurociencia, sabiendo que es un barco que va despacio y que, antes de llegar a un destino, van a pasar muchos años. Pero es la única forma para alcanzar conclusiones científicas replicables en salud mental.

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