¿El médico contra el paciente? Legislar no puede ser obligar

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..Luis de Haro. Director general de iSanidad.
Poner deliberadamente fin a la vida de un paciente es algo que va en contra de las buenas prácticas de la medicina. Es algo que ya se dijo en la reciente presentación del libro Doctor, no haga todo lo posible del sacerdote, escritor y médico Pablo Requena, representante de la Santa Sede en la Asociación Médica Mundial, y que también ha recordado el Cardenal Ricardo Blázquez, cardenal arzobispo de Valladolid, sosteniendo que la práctica de la eutanasia es una manifestación de auténtico egoísmo, no un símbolo de progreso sino un eufemismo engañoso.

La reforma de este tema en la legislación española está levantando numerosos y airosos comentarios en su contra porque la gente no quiere, no desea morir, lo que desea es no sufrir, aseguró Rafael Mota, presidente de la Sociedad Española de Paliativos, que estuvo presente también en la presentación del libro.

Para el Dr. Juan José Rodríguez Sendín, presidente de la Comisión Central de Deontología de la citada OMC, el 75% del gasto sanitario en España se lo llevan los últimos cinco años de la vida de las personas. El problema surge cuando los clásicos debates sobre este tema tan vidrioso se centran en casos, a su juicio, excepcionales y ocasionales, que no deben nunca considerarse como norma porque si se generalizaran, podrían perjudicar a muchos pacientes. Nadie quiere morir si tiene unas condiciones dignas para vivir. En las últimas décadas se ha alargado el tiempo de la agonía ¿Por qué? Porque buen número de esas medidas que se adoptan solo llegan a obtener un alargamiento penoso de la vida del paciente, incrementando, a veces, sus padecimientos.

Resulta tan problemático acabar con la vida de un paciente porque es generarle sufrimientos innecesarios a través del llamado “encarnizamiento terapeútico”, que se puede producir cuando el médico, por las causas que sean, tiene ciertos reparos a hablar de la muerte con el paciente o sus familiares porque ambos pueden tomarlo como un fracaso profesional personal.

Gómez Sancho, coordinador del Observatorio de Atención al Final de la Vida de la OMC ha recordado igualmente que la obstinación en esta línea es una mala praxis médica a la que se opone el Código Deontológico que, además, afirma que el médico no debe emprender o continuar ninguna acción diagnóstica o terapéutica sin que espere obtener con ellas determinadas esperanzas de beneficios para el paciente. Y, sobre todo, debe tener muy en cuenta su explícita voluntad para rechazar o admitir un determinado tratamiento que le pueda llevar a prolongar su vida. Como corolario final indica que si un juez tiene que entrar en un hipotético caso para pronunciarse sobre una determinada decisión clínica, es señal de que la relación entre facultativo y paciente o sus familiares, no ha caminado por las líneas adecuadas.

El médico no debe emprender o continuar ninguna acción diagnóstica o terapéutica sin que espere obtener con ellas determinadas esperanzas de beneficios para el paciente

La eutanasia está siendo fuertemente tratado en ambientes tan señalados como el clínico, religioso y social, con soluciones tan dispares como contradictorias. La verdad histórica por la que nos hemos regido ha sido por el principio irrenunciable de que nadie tiene derecho a provocar la muerte de un semejante gravemente enfermo, ni por acción ni por omisión. Una sociedad que acepta la terminación de la vida de algunas personas, en razón a la precariedad de su salud y por la actuación de terceros, se inflige a sí misma la ofensa que supone considerar indigna la vida de algunas personas enfermas, intensamente disminuidas o en vías de empezar a vivir (como es el caso del aborto). Al echar por tierra algo tan humano como la lucha por la supervivencia, la voluntad de superar las limitaciones, la posibilidad incluso de recuperar la salud gracias al avance de la medicina, se fuerza a aceptar una derrota que casi siempre encubre el deseo de librar a los vivos del “problema” que representa atender al disminuido. No en vano autores como Herranz, Kass y Hendin han señalado que la eutanasia suele reclamarse para ejercer un determinado derecho a la muerte: la exaltación de ese supuesto derecho a que se mate a quien lo solicite. Además de que, desde el punto de vista de la vida social, la inmoralidad intrínseca de la eutanasia compromete la vida común.

Según el Dr. Rómulo César Rodríguez Casas, desde siempre y en la mayoría de los ambientes sociales y profesionales, la vida se ha considerado que constituye un valor superior, siendo la base que sirve de soporte o sustentación a los demás valores. La muerte, como normalmente se ha considerado es el episodio final de nuestra existencia. En cambio, la vida es un evento tan natural y frecuente como el del nacimiento. Por ello, contemplado como un puro fenómeno biológico y como un proceso clínico, debería tener un lugar prominente en la formación y en el bagaje de conocimientos del médico.

Sin embargo, lamentablemente, desde no hace mucho tiempo esta idea, tan fundamental como habitual, no está siendo considerada así y, con dolorosa frecuencia, el profesional de la salud puede encontrarse no suficientemente preparado psicológica y médicamente para manejarlo, haciendo que su actuación en muchos casos no beneficie ni al paciente ni a familiares.

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